No puedes elegir de quién te enamoras

Creo que estás confundida

 Entre el sonido ahogado de la alarma que sonaba a mi lado y el ruido de un auto yéndose en ese momento, comencé a despertar.

Mi mente estaba en blanco.

Si había algo que odiaba intensamente eran esos minutos al abrir los ojos donde toda la información del día anterior llegaba a mi mente como un remolino que no podía ser contenido. Solo durmiendo alejaba de mí la mayoría de los pensamientos innecesarios y repetitivos.

Al mirar la hora en mi celular, creyendo que tenía algo de tiempo para pensar qué le diría a Christina, noté que eran las 11:30 am. Me apresuré a entrar al baño para tomar una ducha rápida. Me vestí de prisa y, para no perder más tiempo, únicamente arreglé la cama para después correr hacia la puerta. Pero me detuve asustada al momento de abrirla.

Christina estaba frente a mí.

—Lo siento —le dije—, desperté hace un momento... no dormí bien...

Ella solo me miraba. No supe interpretar si estaba molesta o si estaba cansada de estar de pie cerca de la puerta, ¿cuánto llevaría ahí?

—¿Estás bien? —pregunté, pero ella solo continuaba mirándome sin decir nada—. Escucha, ayer, yo... lamento haber regresado tarde, también necesitaba tiempo para...

Una eternidad hecha segundos invadió mi voluntad, y cada uno de mis sentidos.
Christina había interrumpido mis palabras al tomar mi rostro y, de forma inesperada, besarme. Mis ideas, mi voz y mi corazón, parecieron no responder en ese momento.

Volví a tomar aliento cuando, rompiendo el silencio, ella habló.

—Disculpa, Vannesa. Sé que esto es extraño... créeme, para mí también lo es. Realmente no sé cómo explicarlo.

—Trata —dije—. Quiero saber qué ocurre.

—De acuerdo. ¿Puedo pasar?

—Claro.

Cerró la puerta tras de sí al momento que cerraba los ojos como si tuviera que hacer algo realmente difícil... después suspiró profundamente.

—Vanne... yo... ¿recuerdas sobre la chica que te conté de mi clase? Bueno, realmente la besé porque sé, desde hace tiempo, que me gustan... las chicas. Y no te lo dije porque no quería que... lo siento, lo que intento decir es que...

—No. Por favor —sabía a qué se refería, pero yo no quería hablar sobre eso, no podía—, no digas nada.

—Me pediste que te lo explicara... creí que querías saber...

—No es así— mi estómago comenzó a revolverse—. Creo que estás confundida.

—No lo estoy... siento algo por ti desde hace tiempo, no lo entendía por completo, pero ahora lo sé.

—Christina, ¿por qué haces esto?

—Yo no lo hago, Vanne. Simplemente pasó —intentó acercarse a mí—, tenemos que hablarlo.

—No hay nada de qué hablar —me miraba tranquilamente, parecía no molestarle lo que estaba diciendo. Pero yo no quería seguir con eso, era demasiado para mí—. Deberías buscar a Bastian... no puedo estar aquí en este momento, lo siento.

—No te vayas, por favor —contenía mis lágrimas, pero sabía que no podría hacerlo por mucho más tiempo—, también sientes algo por mí. Lo veo en tus ojos cuando me miras, lo he sentido desde que tú empezaste a sentirlo... no somos solo amigas, lo sabes.

Cuando la primera lágrima cayó por mi rostro, no pude soportarlo más. Salí de la habitación, corrí sin detenerme después de bajar las escaleras, después de atravesar la puerta principal, el jardín, la cuadra...

Me sentía completamente bloqueada, ausente... asustada.

Me negaba a aceptar algo así. No era correcto. Pero, sobre todo, estaba molesta conmigo. Porque mientras Christina había dicho esas palabras, sabía que no se equivocaba. Las dos sentíamos lo mismo, y había sido así desde el primer momento.

Necesitaba hablarlo, despejar mi mente. Me tomó por sorpresa la decisión repentina que llegó a mí en ese momento... Quería hablar con mi madre. ¿Llamada telefónica? No, no era lo apropiado. Tenía que verla. No importaba si se creaba una pelea nueva por el tema que estaba dispuesta a comentarle, necesitaba que me escuchara.

Comencé a caminar en la acera húmeda cuando mi corazón no pudo más con el esfuerzo que había demandado al correr de esa forma. Nuevamente mi vista se cristalizaba. El cielo comenzó a volverse gris, parecía fluir con la forma en que me sentía. Toqué incesantemente la puerta de mi madre.

—Vannesa... —me miró preocupada.

No le di oportunidad de decir más. La abracé de prisa al tiempo que lloraba afligidamente.

—¿Qué sucede? —preguntó ella— ¿Por qué estás llorando?

—Madre... —le respondí en medio de mi llanto, intentando recuperar el aliento—, necesito contarte algo.

—Vayamos adentro.

A manera de resumen, le relaté nuevamente lo sucedido desde que había llegado a esa casa, la relación rutinaria que llevaba con Christina, los regalos que me había dado, lo que creía sentir por ella y cómo había rechazado la idea misma cuando me besó. No sabía cómo explicarlo mejor, pues ni yo misma lo entendía. No me había atrevido a mirarla mientras contaba mi pequeña historia, temía su reacción, como otras veces. Me quedé en silencio al finalizar lo que quería decir, esperando cualquier cosa que fuera a decirme.

—Y... ¿qué es lo que te tiene mal? —dijo al fin.

—No lo sé... creo que todo. No sé qué pensar o cómo sentirme. Todo es tan extraño.

—¿Y el que lo sea quiere decir que es malo, hija?

—¿A qué te refieres? —dirigí mi mirada hacia ella.

—Dijiste que sientes algo por ella. Y, al parecer, ella por ti. ¿Cierto?

—Sí, eso creo.

—Te preguntaré nuevamente, ¿qué es lo que te tiene mal?

—Pues... no lo sé —admití. Por un momento olvidé lo que me tenía así. Ya no parecía tener sentido—, no entiendo qué quieres decir, madre.

—Creíste que no sabía porqué te habías ocultado en casa todos esos días. Creíste que no notaba cómo te hacía sentir aquella chica desde el día en que la miraste. Ustedes los jóvenes, creen que las madres no nos damos cuenta de las cosas. Pero lo que tiene que ver con ustedes, claro que lo vemos.




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