No puedes elegir de quién te enamoras

¿Qué podría arruinarlo?

A diferencia de otras veces donde la incomodidad por un mal presentimiento emigraba con facilidad, esta vez parecía no querer irse.

Intenté que no interfiriera con mis momentos con Christina, pero después de unos días, lo notó.

—¿Qué ocurre, Vanne?

—¿Por qué lo preguntas?

—Por favor —rió un poco—, sé que has estado así últimamente. Creo que llevamos bastante tiempo viéndonos a diario como para no notar tus cambios de ánimo. Así que dime qué sucede.

—No es nada, solo... me he sentido algo extraña. Es como... si algo fuera a pasar.

—Algo... ¿sobre qué?

—No lo sé. Solo tengo esa sensación. Trato de no darle importancia.

—Tranquila, seguramente no es importante —besó mi frente, finalizado el tema por ese día—. Y, entonces —continuó con lo que hablábamos—, debo ir al colegio esta tarde por unos papeles.

—Creí que debías ir una semana antes de que entraras a clases.

—Así es. Pero necesito aclarar la situación que dejé pendiente al abandonar el semestre —me sonrió—, te veré más tarde, ¿está bien?

—Está bien. Yo, iré a descansar un poco. Me siento... solo quiero dormir.

—Ve a descansar, Vanne. Iré a tu habitación una vez que esté de vuelta. Te quiero.

—También te quiero, Christina.

Cuando me recosté, trataba de encontrar respuesta a mi malestar. Mi imaginación no escatimaba en lo que sabía hacer: llenarme de miles de pensamientos, tratando de explicar lo que sentía. Dormité algunas veces, pero no logré un sueño completo. Permanecí así hasta que, no supe cuánto tiempo después, escuché que se abría la puerta.

—Chris... —dije, aún con los ojos cerrados.

—No, Vanne —rió suavemente una voz—. Soy yo, Gabriela. Te traje un poco de comida.

Me levanté de prisa y, apenada, agradecí.

—Lo lamento, Gabriela, yo...

—Descuida —sonaba tranquila, y no parecía perder su sonrisa.

—No quiero que pienses en... Es solo que, Christina dijo que vendría aquí cuando llegara...

—Lo entiendo, Vanne. No tienes de qué preocuparte —acomodaba la bandeja a un costado de mí.

—Gracias —ni siquiera pude mirarla, seguía avergonzada.

—Me alegra, por cierto.

—¿Qué es lo que te alegra? —pregunté.

—Lo tuyo con Christina —respondió, mientras llenaba un vaso de agua.

—Yo... no sé de qué hablas... nosotras solo...

—Vanne... —interrumpió—, no le diré a nadie, si es lo que te preocupa. Es notorio, una vez que prestas atención. Y, como dije, es lindo. Realmente me alegro por ambas.

—¿Hace cuánto lo sabes? —me di cuenta de que no podía engañarla, así que decidí conversar con ella sobre el tema.

—Un par de semanas, tal vez más —respondió—. Llevo conociendo a Christina mucho tiempo, y no la había visto tan feliz como lo es ahora. Esperaba que pudieran ser amigas —rió al recordar—, pero me da gusto ver que son unidas, después de todo. Incluso tú, Vanne, te ves muy alegre cuando estás cerca de ella.

—¿En serio? —pregunté sin notarlo—. Es decir, gracias.

—Déjame contarte algo —se sentó al borde de la cama, a un lado mío—. Una persona cercana a mí estaba en la misma situación que tú. Le costó adaptarse a esa parte de sí. Pero con el tiempo, aprendió que negarlo no servía de nada, incluso se animó a decirle a una chica lo que sentía. Y, por suerte, le correspondió. Tuvieron una relación corta, pero me parece que se llevaron bien después de eso. A partir de ese momento, dejó de rechazar aquella parte de sí misma y vive cómoda y en paz.

—Y esa persona es... ¿una chica?

—Desde luego. Por lo que el tema no está muy alejado de mí. Claro que, aunque lo estuviera, no tendría problema. El amor viene en muchas presentaciones.

—Esa amiga tuya, ¿es feliz?

—Claro —acercó la bandeja de comida hacia mí—, en realidad es mi hermana. Creo que eres la primera que sabe esto.

—Gracias —recibí la comida—. Y gracias por contarme sobre tu hermana.

—No hay problema —se puso de pie para dirigirse a la puerta—. Bien, te veré después.

—Gabriela... —dije de prisa, evitando que se fuera—, ¿cómo sabes que... no me siento completamente cómoda con... lo que siento por Christina?

—Como dije, Vanne. No eres la primera a quien le sucede. Pero no deberías tener miedo. Christina te quiere... ¿qué otra cosa puede importar?

Hablar con ella, siempre me tranquilizaba. Esta vez no había sido diferente.

Mientras comía, mi mente comenzó a trabajar. Supuse que Gabriela era la razón de mi malestar, pues sabía lo que había entre Christina y yo. Me pregunté si era demasiado obvio o solamente ella lo sabía porque nos conocía mejor que las demás personas que vivían en casa. Todos siempre se habían mostrado gentiles, pero no se acercaban a nosotras, al menos no de la forma en que Gabriela lo hacía.

Pensaba preguntarle a Christina si sabía lo que Gabriela me había comentado. Tanto lo nuestro como lo sucedido con su hermana. Comencé a sentirme más tranquila, ahora que creía conocer la razón de mi malestar. Me alegraba que, al menos alguien, apoyara lo que pasaba con nosotras, pues esconder un sentimiento de ese tamaño no podía ser saludable. Así que me alegraba saber que ella, y, mi madre, por supuesto, lo consintieran y lo tomaran de la mejor manera.

Me pregunté si Andrea lo aceptaría, si se molestaría, le daría lo mismo, se opondría... era muy difícil no tener ese pensamiento. Después de todo, era su casa. Y su hija con quien yo... tenía algo.

Cuando Christina llegó, me llevó un pay pequeño con un pequeño tenedor transparente color rojo. Sus detalles me encantaban y formaban sonrisas en mí, como ninguna otra cosa podía.

—Gracias. ¿Cómo supiste que quería uno de estos?

—Yo lo sé todo, Vanne —se acercó a mí y me besó mientras reíamos—. Sigo contando con que comas bien.

—Muchas gracias. Así que, ¿lo sabes todo? —pregunté curiosa mientras comía.

—Claro, claro. Fue una razón más por la que dejé de ir al colegio —bromeó.




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