No puedes elegir de quién te enamoras

Solitaria

¿Cómo podría comenzar a describir aquella larga semana?

Tal parecía que la nueva rutina se ensañaba en convertir mi estadía en largas horas de espera y tensión. Christina no llegaba a la hora que se suponía debía llegar, sino que, por problemas con sus profesores, tuvo que expandir el tiempo que pasaba en el colegio.

Sin mencionar que no tardó en tomar clases de natación nuevamente una vez que terminaba el horario escolar, causando que su hora de llegada oscilara entre las 6 y 7 pm. Yo, mientras tanto, intentaba hacer tiempo en casa. Pero una vez que terminaba mis labores, era difícil encontrar qué hacer. No me animaba a salir, no quería hacer algo sin que Christina estuviera conmigo.

Jennifer, contradiciendo a lo que esperaba, no salió de casa. Pasaba una gran parte del día en su habitación (por suerte), pintando hermosos y elaborados dibujos. Lo supe desde la primera vez que entré a su habitación, y, cada mañana al entrar, el número de sus obras había aumentado. No me imaginaba que ella tuviera un talento tan increíble. Eran de los mejores dibujos que había visto. Encontré siluetas, acuarelas, trazos finos... ¿quién lo diría? Una joven con su personalidad, dibujaba de una forma que parecía expresar algo. Yo no sabía mucho al respecto, pero quise suponer que era la mejor forma que tenía de "hablar", aunque fuera únicamente con las manos y pintura.

Fue hasta ese primer jueves sin Christina, cuando quise acercarme a su madre e intentar descubrir si sabía lo que pasaba. La duda me comía la mente. Pero cuando logré encontrarla en casa, Jennifer se encontraba con ella; ambas almorzaban en la cocina. 
Sabía que no podía encontrar a Andrea con tiempo de nuevo, pues continuaba en el mismo horario, donde no llegaba a dormir algunas noches.

Me decidí a hacerlo en ese momento. Así aprovechaba que Christina no se encontraba en casa para intentar contradecir mi decisión de hablar con su madre.

—Vannesa, buen día. ¿Nos acompañas? —ofreció amablemente Andrea al verme entrar.

—No, gracias, Andrea. Yo... en realidad quería hablarte sobre algo.

—Me pregunto qué será —dijo Jennifer, antes de beber un sorbo de su café.

—Claro, Vanne. Ven, siéntate.

—No, yo... de acuerdo —tomé asiento a su lado, con Jennifer frente mío.

—Entonces, te escucho.

—Quería hablarte sobre Christina...

—¿Qué pasa con ella?

—Sí, Vannesa. ¿Qué pasa con ella? —preguntó Jennifer.

Como de costumbre, el destino se presentó en aquella escena, impidiendo mi cometido. El teléfono de Andrea sonó, y después de disculparse, salió a contestar.

—Rayos... —murmuré.

—¿Qué ibas a decirle a mi madre? Espero que no sea tu experimento con Christina, porque según escuché, ya lo sabe. ¿No es así?

—No tengo nada que decirte, Jennifer.

—No es necesario. Ya me iba. Tal vez tengas suerte la próxima vez.

Andrea no volvió a la cocina.

Se alistó rápidamente y salió de casa. Sin duda la había encontrado en uno de sus "mejores" tiempos. Ahora debía esperar a tener otra oportunidad. 
Ese día fue, incluso más estresante que otros. Mis opciones se reducían a esperar pacientemente la llegada de Christina. Pero la paciencia nunca había sido una de mis virtudes. ¿Qué haría con mi tiempo?

Incluso la casualidad había decidido que Bastian se mantuviera en extremo ocupado con las nuevas actividades que Gabriela le pedía realizar. Decidí salir. Iría a casa de mi madre a recoger algunas cosas. Al menos eso me distraería.

Andrea me había permitido tomar cualquiera de los autos si alguna vez deseaba salir, pero por tener tanto tiempo libre, decidí caminar. Tomé mi celular, llaves de casa, uno de mis sombreros y mi reloj.

Ignacio me miró al cruzar el jardín, paseaba entre algunas plantas llenándolas de rocío. Incluso escuché que hablaba con ellas. Me pareció tierno. A diferencia de su nieto, Ignacio parecía siempre lleno de energía. No parecía molestarle el sol que caía sobre él, al contrario, quizá le alegraban los días soleados, de esa forma su jardín lucía mucho más hermoso.

—Joven Vannesa, buenos días. ¿A dónde se dirige? —continuaba hablando con los rosales y las hermosas hierbas que sobresalían, esperando mi respuesta.

—Iré a casa de mi madre. No tardaré mucho. Necesito encontrar algo qué hacer con mi tiempo.

—Ya veo, señorita. ¿Qué opina de mis girasoles? Hace un par de semanas llegaron a este jardín, pero han crecido fuertes y bellos, con rapidez.

—Son muy lindos, Ignacio. Ambos jardines lo son.

"Muy lindos, ¿escucharon? Son hermosos", repetía hacia ellos.

—Debo irme —me despedí con una corta sonrisa—. Volveré más tarde.

Comencé a caminar y el calor comenzó a llenar mi cuerpo. No recordaba lo fastidioso que era el sol después de un largo tiempo bajo él. Inconscientemente comencé a cantar (o algo parecido) la canción con la que Christina me ayudaba a dormir.

Llegué a mi antigua casa acompañada de aquel calor abrasador. La soledad que anidaba también en ese lugar, no ayudó a que disminuyera la que ahora estaba en mi corazón. Me dirigí a mi cuarto y busqué entre mi ropa un par de piezas más para llevarme. Una vez ahí, no pude evitar que me abordaran recuerdos, no tan gratos, donde lloré muchas noches... y que se había convertido en mi refugio contra las peleas con mi madre... y contra mis propios pensamientos.

Me permití tomar unos segundos para pensar en uno de los sillones, casi puedo asegurar que comencé a meditar llenando mi mente de disculpas hacia mí misma, hacia mi madre... parecía funcionar, se liberaba la carga que había sobre mis hombros Pero al cabo de unos minutos perdí la concentración cuando el timbre de la puerta sonó en ese momento. ¿Quién podría ser? Una visita para mi madre, tal vez. Tomé mis cosas mientras me dirigí a la perilla y la giré, mientras aquella persona miraba su teléfono, preguntó:

—¿Qué tal? Buen día, perdón estoy buscando... —dirigió su mirada a mí. Parecía realmente sorprendida. Igual que yo lo estaba.




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