Cuando me percaté de ser la última en pasar al frente de la clase, tuve muchos nervios; no toleraba en lo más mínimo los tantos ojos y miradas sobre mí, no me sentía cómoda, al contrario, hasta quería pedirles a todos que cerraran los ojos y se taparan las orejas para que yo pudiera dar la entrevista, pero era obvio que ellos no lo habrían hecho. Me levanté del pupitre, y traté de disimular mis temblorosas piernas, que parecían estar hechas de agua; con suerte logré llegar hasta la pizarra, y sin acabar mojando mi falda escolar.
─Te diría que regreses a tu sitio y esta vez camines sin mirar el suelo, pero ya estamos a pocos minutos de que suene el timbre de salida. En fin, ¿estás lista para tu entrevista?
Esa era la voz de mi profesora, quien siempre ponía los ojos en blanco cuando me notaba con la mirada fija en el suelo, pero yo no tenía más opción que esa; ya me había acostumbrado a hacerlo para aguantar la tensión en mi organismo.
«Lo estaría si todos estuviesen ciegos» , pensé mientras jugaba con la textura de mi falda al rozarla con mis dedos para ocultar mi nerviosismo, y respondí:─¿Prefiere que haga mañana la entrevista, profesora Amanda?
─Ay, no, no quiero quedarme con pendientes, acabemos con esto de una buena vez. No voy a soportar otra queja del director, y menos si me sermonea por no haber entrevistado a todo el salón.
No me gustaba ese tonito tan altanero de la maestra, pero sin duda era el menor de mis problemas, a diferencia de mis inquietas y sudorosas manos, que no paraban de juguetear hasta con la textura de mi blusa escolar. Respiré profundo y asentí en señal de que estaba preparada para lo que sea, aunque ni yo misma me lo creía. Fue entonces cuando la maestra se acomodó su falda para sentarse encima de su escritorio, y sostuvo entre sus brazos unos cuantos papeles sin rellenar.
─¿Qué tal va tu relación con tus padres, Aluvi?
─Sin diferencia, sin cambios, sin alteraciones.
─Necesito más detalles, jovencita. Estás en cuarto de secundaria, ya debes saber desenvolverte mejor.
─Sí, profesora. ─respondí con voz temblorosa, casi titubeando, y seguí:─Mi relación con mis padres mejoraría si no fuera por las Hortencias.
─¿Por qué te expresas así de tu madre?, ¿tienes algo en contra de ella? ─preguntó la maestra con el rostro sorprendido.
·─A mi madre la quiero mucho. He dicho las Hortencias, me refiero a las flores que mis padres adoran, porque son sus favoritas de toda la vida.
─¿Y a tí no te gustan?
─Claro que me gustan, profesora. Pero no lo suficiente como para pasar el tiempo regándolas, cuidándolas o sembrándolas. Me gustan para admirarlas, no más.
En ese momento, por el rabillo del ojo pude notar las señas aprobatorias que me hacía Ehnalo, mi único mejor amigo en toda mi época escolar; desde el principio y hasta el final, si es que sus padres no deciden mudarse.
─Que curioso, pero lindo nombre de flor. ─dijo la maestra Amanda.
─Fue por eso que mi padre eligió a mi madre como esposa; por su nombre, no por el cuerpo, ni nada.
Ahí fue cuando Ehnalo dejó de hacer señas, y ocultó su rostro entre sus manos.
─Esa no era una pregunta, jovencita. Aprenda a abrir la boca cuando se lo pidan; ya tiene 17 años.
─Lo siento, profesora. ─susurré al agachar la cabeza.
─¿Por qué esas flores son el problema?, ¿nunca pensaste plantarlas con ellos?, aprenderías mucho, ¿sabes?
─No estoy segura si quisiera ensuciarme las manos, y de paso mantener una rutina al pie de la letra; suficiente tengo con la escuela.
─Entonces, la relación con tus padres no progresa porque ambas partes se limitan, ¿verdad?
─Con el tiempo uno debe aprender a no necesitarlos. Eso debería saberlo usted, ya es profesora.
El ambiente se tornó más tenso que yo, y mis compañeros lo notaron, pero no se atrevieron a soltar una sola palabra, a excepción de Ehnalo que intervino en medio del incómodo silencio que generé:─¿Para qué es esta entrevista, profesora?, hasta ahora no nos ha explicado el motivo de todo esto.
Cuando sonó el timbre, el salón se quedó vacío en segundos, y nadie se quedó a escuchar la respuesta de la maestra, a diferencia de mi amigo y yo.
─El director quiere asegurarse de que aquí sólo hay estudiantes, no dementes. Es todo, retírense antes de que les ponga una sanción por lo sucedido.
La maestra ni se detuvo a esperarnos, pero aun así Ehnalo y yo salimos antes que ella. Pero mi amigo se quedó a escuchar una charla que la maestra y el director tenían, en cambio yo salí de la escuela prácticamente corriendo por los nervios. Al salir apresurada, ni siquiera giré para regresar la vista a la escuela, al contrario, fijé mi vista nuevamente en el suelo. Me sentía aun más incómoda por las tantas miradas de la gente en la calle, que no dejaban de observarme como si fuese un producto de alguna vitrina. «Deja de temblar, por favor.» , cavilé mientras trataba de reducir mi velocidad, pero no podía; de hecho la incrementaba cada vez más y más, incluso con todo el dolor en mis piernas.
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Editado: 22.12.2019