No Puedo Dormir

CAPITULO 03: ASESINATO

Como siempre, los padres tienen la razón. Dicho y hecho, me acabó fascinando el cuidar del jardín; no lo tomé como una rutina más, pero sí hacía lo posible por no descuidar demasiado las cosechas. Sin embargo, sé que me falta demasiado para aprender, sobre todo si quiero llegar a tener la experiencia de mi padre. Pero en fin, «por algo se empieza» , pensé mientras terminaba de regar la última rosa que quedaba.

─Vas muy bien, Aluvi. Me enorgulleces bastante, pero siento que te voy a necesitar para más tareas.

─¿Más tareas, papá?, ¿y ahora qué ocupas?

─Quisiera techar el jardín. Pero no podré hacerlo por...

─Sí, sí, la poca fuerza de tus manos. ─interrumpí al mostrarme disgustada por aquél nuevo favor.

─Sólo tomará unas horas, ni siquiera sentirás el esfuerzo, ni el tiempo.

─Pero yo no conozco nada de carpintería.

─Tranquila, si pude enseñarte a plantar, podré enseñarte a poner tablas y reforzarlas.

─¿Y si me caigo?, cuando estaba pequeña me decías que evitara las alturas.

─Y aun así te ibas corriendo al segundo piso, por favor no pongas excusas. ─suplicó mi padre, y añadió:─Si tú me ayudas, yo te ayudaré a cuidar de tus siberianos. Podremos sacarlos a pasear como antes.

─¿Pondrás a mis hijos como trueque siempre?

─Hija, necesito techar el jardín, por favor.

─Sácalos para que caminen por el jardín, y si se aburren deberás  jugar con ellos.

─Pero entonces no podré ayudarte.

─Me dirás lo que debo hacer, sólo voy a estar encima de ti, en el techo.

─Está bien, pero procura tener muchísimo cuidado, no quiero que te lastimes.

Así fue como hice lo que pude para mantener el equilibrio mientras estuviese a tal altura. Para mi suerte, cometí muy pocos fallos, como clavar mal o doblar los clavos sin darme cuenta. Pero nada alarmante... hasta que grité.

─¡¿Aluvi?! ─expresó mi padre al correr disparado hacia la escalera por la cual me subí para llegar al techo. 

─Estoy bien, papá. Solo me he golpeado con el martillo y me entraron unas cuantas astillas.

Fue en ese momento, cuando mi padre no dijo una sola palabra más y me cargó en sus brazos para después bajarme del techo, y me dejó sin siquiera regresarme la mirada. 

─¿Vas a hacerlo sólo?

─Oh, no te preocupes, Aluvi. Llamaré a los siete enanitos para que me ayuden.

Tras aquella bromita de mi padre, no quise insistir en ayudarle. «A fin de cuentas ya avancé bastante, sólo faltan unas pocas tablas más» , pensé mientras me dirigí hacia mis cachorritos para acariciarlos y darles un poco de agua en sus recipientes. Después abrí la puerta para entrar en mi habitación; noté que Keyla me persiguió y hasta se cruzaba entre mis piernas. «Ya entiendo por qué papá no me dejaba ir con él a todos lados» , reflexioné, pero no alejé a Keyla, al contrario, veía a Thassel a través de la ventana. Pero como no me sentía cómoda con que estuviera cerrada, la abrí de par en par. El viento me sopló en la cara, y sentí los sutiles rayos de sol en mi rostro, el aroma de las flores... ese olor a naturaleza tan relajante. Por Dios que lo único que necesitaba era una hamaca para caer rendida. Pero en lugar de eso caí en el suave colchón de mi cama; respiré hondo y literalmente me sentí de lo más tranquila. Keyla se subió conmigo para lamerle las manos, y entre juego y juego me hizo recordar que debía quitarme las astillas y de paso ponerme alguna curita, debido a unos pequeños rasguños que me había hecho sin darme cuenta. Me senté al borde de la cama para alcanzar mi mesita de noche cuyo cajoncito tenía de todo en su interior, pero ahora lo primordial era encontrar las curitas y una pinza para cejas, la cual me ayudaría a quitarme cada astilla. Mientras iba poniendo atención a no hacerme más daño en la mano, observaba a ratos a mi padre; cuidando que no se fuera a caer de la escalera por culpa de Thassel, ya que estaba mordisqueándola. En cuanto silbé para que Thassel viniera conmigo, me percaté de que se quedó a medias, pues había cruzado la puerta, pero empezó a olfatear el suelo y regresó a la calle. Keyla quiso correr tras él, aunque afortunadamente pude ordenarle a tiempo que se quedara sentada y obedeció. Mi padre todavía seguía trabajando con las tablas en el techo, por lo cual creí que debería ser yo quien se encargara de Thassel para impedir que se perdiera. 

Cuando estaba apunto de cruzar la puerta de mi habitación, vi que Thassel regresaba, pero esta vez estaba ladrando y gruñendo fuertemente; esperé que hubiese encontrado algún gato en el camino que le hiciera reaccionar de esa manera, y me di cuenta de que a quien ladraba era a un hombre.

Era un varón fuera de lo ordinario, tanto que me atemorizó en cuanto mis ojos se cruzaron con su su ceño fruncido, su desequilibrado andar, sus prendas tan desgarradas y ensangrentadas, las cuales cubrían su delgado cuerpo y su espalda ligeramente encorvada, y lo que más horroroso me pareció apreciar fueron sus diversas, marcadas e infectadas heridas, que tenía por todos lados; literalmente desde la cabeza a los pies. Era evidente que no se estaba desangrando, pero tenía un olor tan desagradable; parecía como si aquél hombre nunca hubiese descubierto el agua.




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