Lord York estaba repantigado en el sofá mientras tomaba una copa. Aunque le escocía la herida del labio, él seguía bebiendo. Después de la anterior noche, necesitaba un descanso. Su búsqueda por buscar una prometida decente que le contentase a su padre no había dado su fruto. Encima, fue golpeado dos veces. Un golpe fue a mano de su amigo, su excelencia Werrington. No había herido su orgullo porque sabía que se lo merecía por la sencilla razón de haberlo provocado. Verlo enfadado y echando chispas, había merecido la pena. Nunca lo había visto perder los papeles, agradecía, a su mente brillante por haberlo propiciado.
El segundo golpe fue inesperado, hizo una mueca cuando intentó elevar una de sus comisuras en una sonrisa. Sin embargo, la mejilla se le tensó. Bebió otro sorbo mientras intentaba no pensar en la susodicha que le dio una bonita bofetada.
—Señor, su excelencia, el duque Werrington — anunció el mayordomo.
—Por favor, Mark, no se aleje mucho de la puerta.
A veces como aquella en aquella ocasión, su señor le hacía peticiones raras. Asintió no sin irse extrañado. York dejó la copa y abrió los brazos a su amigo.
— Julian, me dirás que estoy perdonado y seré el padrino de tu boda.
—¿Has bebido, Robert? —frunció la nariz, el hombre recordó que su amigo no bebía. Apartó el vaso y la botella de licor —. Aún no estás perdonado. Quería hablar seriamente contigo. No se me ha ido el enfado — se sentó y se desabotonó un botón de la chaqueta —. ¿A qué vino que te llevaras a los jardines a mi... —se corrigió antes de decir una imprudencia y su amigo sonriera, aunque no podía por el labio partido y una contusión en la mejilla, que no se acordaba de habérselo hecho él — A la señorita Caruso a los jardines? Por tu culpa perdí la razón.
Él negó con el dedo índice.
—No fue mi culpa, Julian. Yo no fui quién perdió el control...
—Pero quisiste provocarme — replicó y se miró las manos antes de poner la vista nuevamente en su amigo — . Fue un juego muy sucio de tu parte. No he venido a reprocharte. Sino a preguntarte si fuiste tú la persona que dio el chisme.
Robert necesitó otra copa. Sin embargo, no fue detrás de la licorera. Se rascó la nuca y miró a su amigo.
—No exactamente — observó como la mirada de Julian se tornaba en un brillo peligroso.
— ¿Cómo que no exactamente? — preguntó casi a punto de abalanzarse sobre él y darle un puñetazo.
El otro hombre agobiado por la mirada acusatoria de su amigo se levantó.
— No es lo que piensas. Yo estaba saliendo — dijo recordando lo que pasó después de darle un puñetazo — de los jardines cuando me tropecé con una joven.
—¿Qué hiciste? — se echó una mano al rostro imaginándose el desastre.
—¡No fui yo! — exclamó ofendido —. Todos piensan lo peor de mí.. Mi padre y ahora tú. Un poquito de fe, hombre. Soy tu amigo — él enarcó una ceja cuestionando dicha afirmación. Él reconoció en su mente, que no le había ayudado mucho —. La responsable fue esa joven, que salía a tomar aire cuando me vio con el labio ensangrentado. Se preocupó y me dio su pañuelo amablemente. Entonces, se percató de algo, miró por encima de mi hombro y os vio. Para mi mayor sorpresa, yo, también, lo presencié cuando me giré para observar que le había atraído su atención. Me quedé sorprendido. Julian, con razón uno podía pensar que estaba encerrado en un largo período de celibato — el duque se sonrojó por las palabras de su amigo —. Fue mala suerte que os reconociese. No estábamos lejos de vosotros para pensar que pudiera ser una confusión. Intenté remediarlo... Besándola. Pero la muy pilluela se ofendió – cosa que seguía sin entender —y me dio una bofetada que me dejó marca —le señaló la herida de guerra que tenía en la mejilla — ,Creo que la enfadé más y esparció el dicho rumor.
—Debería haberte dejado inconsciente —Robert hizo una mueca a pesar de que la mejilla le estaba tirando.
— Esas no son palabras de consuelo. Mi ego fue pisoteado – continuó en un tono ofendido e indignado.
Julian se rio y se levantó.
—Te lo mereces. Pero gracias a la joven y, a tu fallida táctica, la señorita Caruso y yo estamos envueltos en un escándalo —cesó la risa y lo miró con seriedad.
— Quien la besó fuiste tú. No yo, ni la joven. Tarde o temprano iba a ocurrir — se encogió de hombros sin sentirse culpable.
Julian resopló incrédulo a sus palabras.
—No, no. Aunque no lo quieras decir, ella es especial para ti, amigo. Eso lo vi ayer. Sino, no me habrías dado ese puñetazo, que gracias a tu fuerza, me dejará una preciosa marca.