¡no soy Ariel!

La no elegida por la profecía

¿Cómo tenía la osadía de hablarme sin disculparse antes? 

Y aún más importante ¿Por qué le respondí?

Ya sabía yo que el mundo estaba plagado de idiotas, incluyéndome en la lista.

Caminé indignada hacia la cafetería y al llegar fui en busca de un pudin de chocolate para atragantar mis penas. Alcé la vista sobre la multitud de estudiantes en busca de mi mejor amiga, rápidamente pude localizar el brillante y con ondas de muertes cabello caramelo de Sam. Estaba sentada en una de las mesas del fondo, con su amado sándwich de jamón entre sus manos. Me encaminé hacia ella con paso firme, pues necesitaba quejarme de mi día con alguien.

Milagro de que hoy no se hubiera atravesado alguien con su bandeja del almuerzo frente a mí y me cayera encima. Créanme, ya ha pasado antes.

— No creerás cómo fue mi mañana, Sam —dije sentándome a su lado.

— Tienes tan mala suerte que ya no me sorprende nada de lo que te pase —alegó devorando su emparedado.

— ¡Qué horror de mañana! La clase del viejo Mick fue insoportable.

— Escuché que hay un chico nuevo —dijo ignorando totalmente mis quejas sobre la clase de biología.

— Es mi nuevo compañero de laboratorio.

— ¿Por qué no me habías dicho nada? —chilló ella.

— Si tal vez me prestaras atención para variar.

— No sé de qué me hablas. Volviendo al tema principal, ¿Qué tal está?

— Supongo que bien, se le veía hastiado y con aires de superioridad. No me agrada.

— ¡Eso no, idiota! Me refería a si está caliente, no a tus sentimientos hacia él.

— ¿Te haces llamar mi mejor amiga y ni te preocupas por mi mala mañana debido a él? —le pregunté con la mano en el corazón haciéndome la dolida. Ella puso sus ojos en blanco y volvió a centrarse en acabar con la vida de su almuerzo.

Ya no me apetecía hablar de él con Sam. Pudo que mi mañana haya ido mal y que el periodo de la tarde no prometía mejorar, no obstante, guardaba la esperanza de que Hunter tuviera clases distintas a las mías y así no verlo más, al menos por lo que restaba del día.

Y como una negativa de la vida a mis pensamientos, él entró a la cafetería rompiendo mis esperanzas.

— ¡Ay, no! Ahí está.

— ¿Quién? ¿El nuevo? —preguntó Sam buscándolo con la mirada— ¡Pero sí está buenísimo! Se le ve solitario, vamos a invitarlo a la mesa —y antes de que pudiera protestar ella ya tenía las manos alzadas llamando su atención.

Con una cara de confusión se acercaba lentamente y al percatarse de que yo también estaba sentada en la mesa, en su rostro se dibujó una ligera sonrisa. Ya estando bastante cerca Sam habló de nuevo.

— Un placer conocerte, me llamo Sam y ella es Ash —nos presentó estrechándole la mano animosamente. Ella estaba loca.

— Hunter. Ash y yo ya nos conocíamos —aclaró tomando asiento a mi lado.

— Por si acaso habías olvidado su nombre, siempre es mejor prevenir. Ash me contó que son compañeros —explicó ella sonriendo y yo deseaba que la tierra me tragara y me escupiera lejos de allí.

¿Desde cuándo ella se interesaba en este tipo de cosas? Por otro lado, ahora el imbécil sabía que hablábamos de él ¡Qué vergüenza!

— Ah, ¿sí? —y la ligera sonrisa que tenía cambió a una burlesca.

Ok, ya era tiempo de una huida digna de un oscar.

— ¡Dios mío, que tarde está! olvidaba que tengo que ir a reunirme con el profesor de matemáticas. Nos vemos luego —mentí y me levanté rápidamente tomando mis cosas alejándome con paso decidido. Sam me regaló una de sus miradas interrogativas alzando una ceja antes de irme. Decidí ignorarla.

Nuevamente estaba caminando por los pasillos color azul orfanato, con la diferencia de que no poseía un rumbo fijo ya que no tenía clases hasta una buena media hora y no veía a nadie con quien hablar a los alrededores. Odiaba el instituto.

Casi llegaba al segundo piso cuando escuché una odiosa voz a mi espalda.

— ¡Ariel, espera! —nuevamente era Hunter, así que hice lo más sensato: Acelerar el paso.

— Detente un momento, por favor. Olvidaste algo.

Me detuve y me volteé para recuperar lo que sea que había olvidado. Y lo vi. En sus manos estaba el envase vacío donde se suponía que debería estar mi pudin.

— ¿Cómo te atreves a comerte mi jodido pudin? ¡Y no me llamo Ariel!

— Lo habías dejado, supuse que no lo querías —confesó relajado.

— ¿Entonces por qué me perseguiste para devolverlo, si te lo comiste? ¿Eres idiota?

— Yo no vine a devolverlo.

— ¿Y qué demonios olvidé entonces? —pregunté ya fastidiada.

— Darme tu número de teléfono —explicó como si fuera lo más obvio del mundo. Estreché mis ojos y giré sobre mis talones para emprender mi marcha otra vez. Sin embargo, se vio impedida porque me tomó del brazo.

— Vete a molestar a otro lado ¡Y suéltame de una maldita vez!

— Que carácter. Me gustan las chicas duras —si no me soltaba, juré que con mi mano libre iba a tomar el envase vacío y lo metería por su boca hasta su garganta y al parecer, de alguna manera, había escuchado mis pensamientos porque me soltó y continuó hablando—. Está bien, te dejaré tranquila si me das un recorrido por el instituto. Soy nuevo y me pierdo con facilidad.

— ¿Qué no es responsabilidad de una persona asignada?

— No, tú eres la elegida.

— ¿Por quién? ¿La profecía?

— Una fuerza más poderosa que eso: por mí. Vamos, que se hace tarde.

Y sin más ganas de seguir escuchándolo sino de librarme de él, le di el exasperante recorrido por todo el instituto. Ya al cabo de 20 minutos terminamos y él se fue a no sé dónde cumpliendo a su palabra dejándome en paz al fin. Un alivio para mí.

Yo por mi parte me dirigí a mi siguiente clase y adivinen quién volvía a estar ahí con una sonrisa de "te seguiré arruinando el día, cariño, así que resígnate".

Los dioses del día del pie izquierdo estaban siendo despiadados, por tanto tenían que darme una ración extra de paciencia porque el día iba a ser demasiado largo para mi gusto.



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En el texto hay: comedia, romance, amor

Editado: 03.03.2021

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