La bocina suena, y me paro inmediatamente, acomodo mi vestido negro y salgo de casa. Mis padres no están, pero ya le había avisado a mi madre que saldría, aunque ya soy toda una adulta, no me gusta tener que preocuparlos.
—Buen día, Manuel —saludo al chofer de mi novio sonriendo.
—Buen día señorita —contesta formalmente abriendo la puerta del jeep.
Subo y me acomodo, sé que el viaje será un poquito largo, pues su casa cerca de la playa queda a una hora de la mía. Es nuestro lugar de encuentro, ahí no tenemos que preocuparnos por los reporteros.
Ignoro sus mensajes y me concentro en un vídeo de maquillaje, espero que papá no me esté necesitando en la oficina, tuve suficientes vacaciones ya.
Termino aburriéndome por lo que me distraigo viendo por la ventanilla del jeep.
Empiezo a percibir la playa y los árboles que hay alrededor de la casa, el chofer dobla para adentrarse al hermoso lugar.
«Nuestra cueva»
—No tienes que hacerlo —digo bajando del auto antes de que me abra la puerta.
Despacio empiezo a avanzar hacia la cabaña color café de dos plantas, hay un gran árbol que tapa una parte de ella, nos hemos sentado debajo de ella a observar desde ahí la playa, abrazados, brindándoles cada uno el calor del otro.
Miro hacia la playa sonriendo, las olas vienen y van, acomodo mi melena por el pequeño viento que lo desordena. Regreso mis ojos hacia la cabaña y mis ojos se encuentran con los azules de mi novio, sus ojos son como una piscina, ése azul tan intenso y ligero a la vez.
Continúo avanzando hasta llegar hacia él, lo primero que hace es intentar besarme, pero me aparto.
—Hablaremos primero —le aclaro y sigo el camino hacia la cabaña.
—Asegúrate de la seguridad —lo escucho ordenar a su chofer.
El calor de la cabaña me abraza, eso me encanta, el frío no es tan consumidor pero sigo prefiriendo mi sol, que un cielo nublado. ¿A quién no le gusta lo cálido?
Me siento en el primer sofá que diviso, frente a unos metros de la chimenea, de espaldas a la chimenea hay otro sofá y una mesita en medio. Retiro mis tacones, ya no los soporto, los dejo a un lado y me acomodo.
Entra suspirando, levanta mis piernas y las coloca sobre su regazo, corta la pequeña distancia entre nosotros y sutilmente empieza a tocar mi cabello.
Lleva una simple camiseta, su piel cremosa se ve apretada por ello, y unos shorts azules, para estar en su cueva, disfrutando de una vista hermosa. Se ve bien.
—En los ojos perfectos, uno siempre es perfecto —su aliento choca con la mía, y hasta ése momento veo lo cerca que está.
Sonrío, coloco un dedo sobre su pecho alejándolo.
—Y hoy, vamos a tener una breve explicación.
Se aleja, dándome mi espacio.
—Estás hermosa.
—Lo sé —cruzo mis brazos sobre mi pecho.
—Estás molesta —afirma. Mueve sus dedos de mi cabello a mi espalda, baja lentamente hasta toparse con el broche de mi sostén. —. Es lo primero que me pides —lo desabrocha, y suelto un suspiro.
Soy de las que no soporta llevar el sostén tanto tiempo, mi madre siempre me peleaba por andar sin ellos todo el día, decía que era de mala educación por su venía visita, pues no salía a la calle así.
Descruzo los brazos, y llevo mi palma a su hombro.
—Bueno, un poquito, no me gusta tener que estar dudando de ti, y no es que lo haga, es sólo que no sabré cuando me engañas de verdad —paseo mi dedo por su cuello. —. También es el hecho de que no…
Su dedo índice se posa sobre mis labios callándome, levanta mi barbilla con el mismo dedo que ha retirado de mis labios.
—Me he quedado corto en que hacer para demostrar que eres todo lo que quiero —hace una pausa larga, su dedo se pasea por todo mi rostro, a veces pasamos largo rato sólo tocándonos de esa manera. —. Ella parecía querer una colaboración, luego de que habláramos la llevé a un hotel por cortesía, también la llevé a comer.
—¿Van a colaborar? —pregunto mirándolo a los ojos.
—No, sabes que la empresa está pasando por una etapa difícil y tengo que estar ayudando a mi hermano, dejaré la música y la actuación por un tiempo —explica, siento la incomodidad en su voz, no le gusta hablar de trabajos.
—Tu hermano el gruñón —comento divertida, y ambos reímos.
—En el fondo es bueno, ¿podemos ya dejar de hablar de trabajos?—asiento. —. Sabes las costumbres de mi familia, con la mujer que uno ama hará las cosas bien, y esa eres tú.
Mi pecho se hunde, no de tristeza, es lo que me provoca sus palabras, no cabe duda que amo con todo a éste hombre.
—Te amaré hasta la muerte, Antonio —llevo ambas manos a su rostro.
—Si hay algo después de la muerte, pues, te amaré también desde eso.
—Ya eso cuando estemos viejos, Dios sabe que no soportaré perderte —beso la punta de su nariz respingada.
—Igual estaré bien, mientras tu seas feliz —no me deja comentar nada, y estampa sus labios contra los míos.
Me besa con delicadeza, pero luego el beso se torna feroz, necesitado sus labios se mueven sobre los míos, abro la boca dándole la libertad de escudriñar dentro de mi boca, su lengua juguetea con la mía, y caigo en la tentación de chupar su lengua.
Mis manos no se hacen esperar para arrastrarse debajo de su cabello y responderle el beso con deseo.
Sonrío contra sus labios sin motivo alguno, aún no supero cuanto lo extrañé, sus labios saben a café, no me sorprende, es su droga, para colmo si no toma café, al menos una menta de café. Que irónico, la cabaña es color café.
¿Saben cuando una pieza encaja perfectamente bien en otra? Creo que es la manera más sencilla de describir lo nuestro. No omitiré que tenemos nuestras diferencias, cosa que es normal, pero de que encajamos, encajamos a la perfección.
Un pequeño hormigueo se forma en mi vientre al sentir sus húmedos labios en mi cuello, a medida que va subiendo, me veo obligada a echar la cabeza hacia atrás. Desde que llegué la tensión entre nosotros ha aumentado, estuvimos dos veces a punto de perder la cordura, aunque me frustraba el hecho de que nos interrumpieran, aceptaba el hecho de que fuera después del matrimonio.
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Editado: 25.09.2024