Narra Amélie
Ya habían pasado dos semanas desde que ocurrió toda la aventura en el colegio, y ahora mismo me encontraba en mi ¿cuarta? ¿quinta? clase con mi queridísimo nerd, a quien no le estaba entendiendo nada, por cierto.
— Escúchame, ya te dije que para hallar el trabajo se multiplica la fuerza por la distancia. — me explicó el nerd señalando la fórmula con un lápiz, anotada en su cuaderno.
— ¿Qué? Pero si hace poquito en el ejercicio que me diste para resolver yo la hallé multiplicando la masa por la aceleración.
— ¡Sí, y estaba mal! ¿Recuerdas?
— Aghhhhhh — gruñí echando la cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldar de mi cama — soy pésima para esto, no se me queda nada.
— Tienes que poner de tu parte, Amélie, no me prestas atención.
— ¡Claro que lo hago! Pero me estás hablando en turco.
— Te me quedas mirando los labios todo el tiempo, Amélie, no creas que no me doy cuenta.
Cambié mi expresión aburrida a una de coqueteo en menos de dos segundos.
— Y eso te encanta, ¿no? — interrogué medio susurrando, acercándome a su precioso rostro.
— Quisieras — me separó empujándome delicadamente con su mano, apoyada en mi hombro.
— Mmmm — hice un tierno puchero — ¿hasta cuándo te dejarás de hacer el dificil, ricitos?
Él suelta una corta risa sarcástica, antes de responderme.
— No me hago el difícil, es que tú no me interesas. — auch — Y ahora sigamos estudiando que para eso me pagas.
Ignoré su última oración.
— No parecía eso cuando casi nos besamos el día que nos quedamos encerrados. — debatí.
— Casi, tú misma lo has dicho.
Entrecerré mis ojos inspeccionando su mueca, y en cuanto iba a llevarle la contraria, mi mamá toca mi puerta. (porque sí, al final habíamos quedado reunirnos en mi mansión, porque su mamá hoy trabajaba el día completo de cajera y no quería que nos quedemos solos, el miedoso).
Suspiro — Ya voy, mamá — me pongo de pie y abro la puerta.
En cuanto la abrí, la descubrí llevando unos alfajores en un pequeño recipiente, eso era raro viniendo de ella, quiero decir, no es que ella fuera mala con los invitados, pero simplemente solía quedarse en el segundo piso haciendo quien sabe qué, y ni nos hacía caso. Pero ignoré eso.
— Los preparó la cocinera, con mucho cariño para ustedes — nos dijo con una sonrisa, dejando dicho recipiente en la mesita.
— Muchas gracias, señora, se ve delicioso — Noah le dedicó un tierno gesto.
— De nada, chicos, si necesitan algo más me avisan, no estaré muy lejos — habló cortésmente antes de salir de mi habitación.
— De verdad que no la entiendo — gruñí, alejando el plato de mí.
— ¿Eh? — inquirió Ricitos, llevándose un rico, pero calórico alfajor al hocico.
— Estoy a dieta y me trae estas cosas, lo hace para fastidiarme seguramente.
— ¿Qué? Pero tú no necesitas dieta, y no creo que lo haya hecho con mala intención.
Solté una risita sarcástica — Sí, no la conoces, fue ella misma la que me dijo hace varios años que estaba gorda, y que necesitaba bajar de peso porque así nadie me iba a querer.
Noté como me quitó la mirada y su expresión cambio a una de ¿pena? mientras terminaba su bocadito, no es por nada pero se veía tan tierno masticando.
Soltó una tos fingida — Bien, eso estuvo muy mal, pero puede que haya cambiado y esté arrepentida.
Como sea — me paré y mi dirigí a mi espejo de cuerpo completo — no te invité para una clase terapéutica, cerebrito, sino para que me hagas entrar en la cabeza esas fórmulas del demonio. — declaré arreglándome unos mechones que se me habían levantado por la friz, colocándolos detrás de mi oreja.
Exhaló antes de responder — Tienes razón — se puso de pie igualmente y me quitó el celular de la mano cuando apenas lo había cogido.
¡Solo iba a revisar la hora!
Refunfuñé aniñadamente y me pareció ver como se formó una pequeña sonrisa en él antes de darse la vuelta. ¡Ja! Lo hice sonreír, para que después no diga que me odia.
Entre rezongueos y pequeñas discusiones pasó una hora y media, a decir verdad, el nerd a veces me estresaba, pero a la vez me gustaba su presencia, siempre he sido hija única, así que me sentía sola muy seguido incluso en mi propia casa, pero con él ya no era así.
— Bien — habló el nerd, mientras acomodaba sus libros y cuadernos en su mochila — Espero que se te haya quedado en la cabeza, Amélie, suerte en el examen de mañana, porque la vas a necesitar.
Inmediatamente me entró una ola de miedo y flojera al recordar ese maldito examen que valía casi la mitad de la calificación, tenía que pasarlo si o sí.
— ¡Agh! — Me llevé las manos a la cara, frustada — Eres muy malo conmigo, ¿sabías?
— ¡Te estoy deseando suerte! — se defendió.
— Sí, pero muy, demasiado a tu manera — lo miré fijamente entrecerrando los ojos.Me dedicó una sonrisa burlona antes de replicar — No estás mal, se que aprendiste algo, a multiplicar, por lo menos.
— Idiota — lo empujé juguetonamente con mi mano, antes de abrir la puerta para que por fin se vaya este maltratador.
Es broma, la verdad no quería que se fuera…
— Oh, ¿ya te vas, querido? — mi mamá se acercó, pues justo pasaba por el pasillo.
Noté la ligera expresión extrañada de Noah, seguramente por lo que conté que me había dicho hace mucho, pero aún así no dejó de ser educado.
— Sí, señora, mi mamá me espera en casa, gracias por todo.
— Cuando quieras, no te preocupes, y dime Mónica.
— Claro, eh, Mónica. — le dedica una sonrisa de labios cerrados el nerd.
Carraspeo — Bien, te acompaño hasta la puerta, ricitos. — lo tomo del hombro.
— ¡Hija! ¡No seas tan brusca con él! — escucho el grito de mi mamá cuando ya habíamos avanzo unos cuantos pasos hacia la entrada.
Ruedo los ojos — ¡No estoy siendo brusca!