II

Entra luz por la ventana. En mucho no he visto días como este apareciendo.

Estoy tendida en la cama con los ojos aun tambaleando entre las ganas por despertar y el miedo a perderme en sueños.

Las sábanas limpias y el algodón suave bajo mi piel borran el rastro de cautiverio, hasta que su sombra aparece por la puerta irradiando dominio. La sonrisa le dibuja perversión y todavía no sé cuánto he dejado de mí en su cama.

Trae el whisky en la mano, ¿vive a base de él?

Se recuesta sobre el brazo justo a mi lado y acaricia mi cuello con su respiración para terminar con un beso en la mejilla.

—Buenos días —dice y deja el vaso en la mesita. Acaricia mi rostro como con un pellizco suave en la barbilla, me adula con los ojos—. ¿Dormiste bien?

Mi silencio lo divierte. Quizá porque sabe que escondo el miedo anulando la voz.

Desliza sus dedos por el cuello y llega hasta el escote, pero se detiene y baja la cabeza para esconder su instinto lascivo. Mi cuerpo grita hostilidad.

—Algún día querrás.

Quizá algún día él deje de tener piedad y me arrebate hasta la vida con algo más que un beso robado.

Se levanta, camina hasta la ventana y enciende un cigarrillo. Voltea a verme y sonríe fugazmente. Lo miro desde la cama y nos decimos tanto, nos deseamos tanto. Pero no, no puedo hacerle frente a una verdad tan absurda.

Inclina la cabeza y unos segundos después me veo junto a él en el balcón. Unos segundos después…