El jueves me costó levantarme de la cama. Después de haber estado toda la noche llorando y apenas haber dormido dos horas, no podía mantenerme en pie y mis ojos se cerraban solos.
Estaba tan cansado que el ruido insoportable del despertador me estaba empezando a provocar dolor de cabeza. Alargué la mano y lo apagué antes de volver a esconderme debajo del edredón.
No quería ir a clase y menos después de lo que había presenciado el lunes. No podía irme de casa hasta que mi padre se fuera a trabajar, ese era el único momento en el que mi madre podía respirar tranquila porque sabía que conmigo en casa, mi padre nunca le iba a poner la mano encima.
Conseguí engañar a mi padre y quedarme dos días en casa por un supuesto dolor de tripa que no tenía, pero sabía que, aunque no quisiera, tenía que volver a clase.
Bajé a desayunar con mis padres para controlar que todo fuera bien y esperé a que mi padre se fuera de casa para vestirme. Salí de casa un poco tarde, por lo que tuve que correr para conseguir llegar a primera hora.
Cuando llegué al instituto, no había nadie por los pasillos y ya había sonado el segundo timbre que daba inicio a la primera clase. Caminé rápidamente por el pasillo y entré en la clase de Carpintería antes de que el profesor Philip cerrara la puerta.
—Dylan, llegas tarde —me reprendió.
—Lo siento, no volverá a pasar.
Asintió con la cabeza y me dio vía libre para sentarme.
No detuve mi mirada ni en mis amigos ni en Madison. Simplemente, me senté en mi sitio y saqué de la mochila una libreta y un bolígrafo.
—Hola —dijo Madison para llamar mi atención. Levanté ligeramente la cabeza para comprobar que parecía bastante cabreada conmigo—. Me alegra saber que estás vivo. He intentado ponerme en contacto contigo para terminar el trabajo, pero no has dado señales de vida.
—He estado un poco ocupado estos días —le dije intentando parecer tranquilo—. Lo siento por no haber dado señales de vida.
No sabía que Madison me había escrito durante esos días, aunque cómo iba a saberlo si el lunes apagué el teléfono para desconectar y no lo encendí hasta esa mañana para avisar a mis amigos que nos veríamos en clase y que no me esperaran en la puerta, como de costumbre.
—¿Terminamos el trabajo? —dijo esta vez con una expresión calmada.
—Claro.
Madison fue a la estantería a por la caseta mientras yo reunía las pinturas que necesitaríamos para terminar de decorarla. Lo dejamos todo sobre nuestra mesa de trabajo y comenzamos a darle los últimos retoques.
Antes de que terminara la clase ya teníamos nuestro proyecto terminado. El profesor Philip no evaluaría los trabajos hasta el día siguiente así que decidimos dejarlo de nuevo en la estantería para que no se rompiera.
—Bueno, creo que ya lo hemos terminado —dijo, con cierto brillo de ilusión en los ojos.
—Ha quedado genial. —Nuestras miradas se encontraron y se le dibujó una gran sonrisa en los labios.
Cuando sonó el timbre de cambio de clase, recogimos nuestras cosas de la mesa y salimos al pasillo.
—¿Qué clase tienes ahora?
—Ciencias —dijo mostrándome el libro que tenía entre las manos.
—¿Podría acompañarte? —pregunté esperando que no me rechazara, quería compensarla por mi ausencia estos días.
—Claro.
Subimos las escaleras hasta la primera planta y recorrimos el pasillo en silencio hasta la puerta del aula de Ciencias.
—Madison. —Conseguí que se detuviera antes de entrar a la clase—. Había pensado que podríamos salir un día, si te apetece claro.
—Sí, me parece una gran idea —dijo tímidamente escondiendo su rostro entre los libros que llevaba en las manos.
—Genial.
El timbre se escuchó de nuevo y no nos quedó otra opción que despedirnos.
Al girarme para irme a la clase de Lengua, me encontré de frente con mis amigos. Ambos no me quitaban la mirada de encima y parecían muy sorprendidos. No sabía cuánto tiempo habían estado apoyados en la pared, pero tampoco iba a descubrirlo.
Empecé a caminar y los dos me siguieron por detrás.
—¿Puedes explicarnos que ha sido eso?
—James. —Me detuve y les miré a ambos—. ¿De verdad necesitas que te explique qué está pasando?
—Por supuesto que no —se rio—, pero me gustaría saber si mi amigo tiene novia antes de que todo el mundo empiece a hablar de ello.
—No es mi novia, solamente vamos a quedar.
—No pierdas el tiempo, en nada, todo el instituto os pondrá una etiqueta —dijo Thomas advirtiéndome.
—Que hablen, me da igual. —Di media vuelta y retomé mi camino hacia el aula—. ¿No venís a clase?
Los dos se habían quedado atrás, sin embargo me escucharon perfectamente. Cogieron sus mochilas del suelo y me siguieron.
Thomas parecía molesto y quería preguntarle si le pasaba algo conmigo, pero decidí dejarlo pasar.
* * *
A mis amigos les encantaba la clase de educación física porque era su única oportunidad de ver a las chicas en esos uniformes deportivos tan apretados.
Normalmente no solíamos estar con ellas, pero que el gimnasio estuviera inoperativo por culpa de un alumno de último curso, había ayudado a que se vieran obligados a compartir la pista de atletismo.
Era una pena, teníamos profesores distintos y nos dividían en dos grupos para que nunca coincidiéramos con ellas en el mismo sitio. Por eso nos turnábamos la pista de atletismo y el gimnasio.
—No estoy de acuerdo con que tengamos que compartir la pista hoy con el grupo de la señorita Brooks, pero tendremos que adaptarnos. —El profesor Tanner se quitó la gorra, frotó su pelo brillante y se la puso de nuevo—. Hoy quiero más rendimiento que la semana pasada, quiero que resistáis todo lo que podáis. No me mires así, Donovan, solo son cuatro vueltas a la pista. No es para tanto. ¡Vamos, gandules!