Mi madre y yo hicimos las maletas y nos marchamos las dos últimas semanas de agosto a Washington D.C a visitar a mis tíos, antes de que el verano terminara y comenzaran las clases de nuevo.
Esos días estuve completamente desconectada del teléfono y no lo encendí hasta que volvimos a Seattle. Al hacerlo, comprobé que no tenía mensajes ni llamadas de Dylan.
Antes de irme, le escribí para informarle que pasaría unas semanas fuera de casa y que nos podríamos ver en cuanto volviera, pero nunca respondió y eso solo podía suponer una cosa. Si después de todo ese tiempo no se había puesto en contacto conmigo, era porque le había pasado algo.
El primer día de clase le escribí para saber cómo estaba y si tenía las mismas ganas que yo de volver a clase, pero tampoco obtuve respuesta.
Mi última opción, antes de perder los nervios, fue acercarme a su amigo James en busca de respuestas. Él tenía que saber algo.
—¿Sabes algo de Dylan? —James levantó la mirada, sorprendido por mi pregunta—. Estoy muy preocupada por él.
Hace semanas que no se conecta al móvil y no lee ninguno de mis mensajes, tampoco ha venido a clase hoy.
—Deberías hablar con su padre, él podrá darte más información que yo.
Como no tenía ninguna manera de contactar con el padre de Dylan, al final, tuve que tomar medidas desesperadas y acudir a su casa.
Sabía que su padre era un hombre de negocios muy ocupado, así que esperé a la mañana siguiente para ir a su casa y alcanzarlo antes de que se marchara a trabajar.
Llamé varias veces al timbre y al ver que nadie respondía, me senté en la acera y esperé a que saliera de casa. Poco después, se abrió la verja grande blanca de la casa y un coche descendió por el camino, desde el garaje hasta donde me encontraba yo.
Will se percató de mi presencia y detuvo el coche bruscamente. Me levanté de un salto y esperé a que bajara antes de abordarlo con mis preguntas.
—¿Madison? —preguntó confundido—. ¿Puedo ayudarte en algo?
—¿Está Dylan en casa? Estoy muy preocupada por él. No responde a mis mensajes ni a mis llamadas y quiero saber si está bien.
Will se acercó a mí y colocó sus manos sobre mis hombros, preparándome para la noticia que me iba a dar.
—Madison, lo siento mucho —dijo con cierto tono de pena y una mueca forzada—. Dylan se ha marchado a vivir con su madre a Portland y va a pasar una temporada allí.
Tardé un momento en asimilar sus palabras.
Era imposible, no se podía haber ido así como así, sin despedirse ni decirme nada.
No pude evitar que las lágrimas se deslizaran por mis mejillas y empecé a hiperventilar, presa del pánico. Will me pidió que respirara hondo y que me tranquilizara.
—En cuanto tenga noticias de él me pondré en contacto contigo. ¿Te parece bien?
Asentí con la cabeza, convencida de que de verdad lo haría.
Me llevó a casa de camino al trabajo y me pasé todo el día encerrada en mi habitación, estaba agotada de tanto llorar.
La respuesta del padre de Dylan me convenció al principio, pero con el tiempo me di cuenta de que me había engañado. Nunca se puso en contacto conmigo.
Todas las mañanas miraba las fotos que nos habíamos hecho Dylan y yo, preguntándome si algún día volvería y si se acordaría de mí y de los buenos momentos que vivimos juntos.
Finalmente, por mi bien, terminé arrancando las fotos de la pared. No quería deshacerme de los recuerdos, ya que era lo único que me quedaba de él, así que, guardé las fotos en una caja debajo de la cama.
Pasaron las semanas sin noticias de Dylan y por un momento llegué a pensar que esa era su manera de decirme que lo dejábamos, que ya no quería estar más conmigo, o al menos yo lo interpreté así.
Terminé dándome por vencida y dejé de insistir. Necesitaba centrarme en el nuevo curso y no podía perder el tiempo preocupándome por él. Si estaba en Portland seguramente estaría bien.
Un día, en la cafetería, escuché a James y Thomas hablar sobre Dylan. Le estaban contando a sus compañeros de equipo que se había marchado a estudiar a Portland y que había la posibilidad de que ya no volviera a este instituto.
Eso me tranquilizó un poco.
Logré hacerme a la idea de que ya no vería a Dylan en los pasillos del instituto, ni en clase y mucho menos, en la cafetería.
Volver a la rutina me costó un poco, pero conseguí distraerme con los exámenes y dejé de pensar en él.
Los días pasaban y mis ganas de seguir adelante iban disminuyendo cada vez más. Creía que era fuerte después de haberlo pasado tan mal con la muerte de mi padre, que podía aguantar lo que fuera y que nada podría dolerme más que eso.
Por ese motivo abrí mi corazón a un chico que no se lo pensó dos veces antes de rompérmelo.