El sábado, después de la fiesta de James, fui directo al hospital y no salí de allí en todo el fin de semana. Tampoco vi a mi padre esos días y sabía que seguramente estaría molesto conmigo por no pasar tiempo con él y por dormir fuera de casa, ya que esos eran los únicos días de la semana en los que no trabajaba y eso implicaba que no podría controlarme.
Empecé a dormir en el hospital porque estar al lado de mi madre me daba seguridad y me ayudaba a no darle tantas vueltas a las cosas. Con ella podía desahogarme contándole todo lo que me atormentaba, aunque sabía que no podía responderme ni escucharme.
El lunes por la mañana salí tarde del hospital para no coincidir con mi padre.
En cuanto llegué a casa, me puse unos pantalones de chándal negros con rayas blancas a los costados, una sudadera blanca de Los Angeles Lakers y unas deportivas negras.
Metí en la mochila todo lo que necesitaba para las clases y bajé las escaleras hacia la cocina. Devoré el desayuno que me había dejado Carmen preparado encima de la encimera y me bebí el café de un trago antes de salir de casa.
Caminé todo lo rápido que pude para lograr llegar a tiempo al instituto.
En el pasillo principal, junto a las taquillas, me encontré con mis amigos que me esperaban enfrente de mi taquilla.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó James cuando ya me encontraba a su lado.
—Sí, ¿por?
—No sé. Lo que hiciste en la fiesta, enfrente de Madison, no estuvo bien. Últimamente estás actuando muy raro y estamos preocupados por ti.
Me sorprendió que esas palabras salieran de la boca de uno de mis mejores amigos.
—Yo tampoco sé porqué lo hice, no me hagáis sentir peor de lo que ya me siento.
—No queremos hacerte sentir mal Dylan, pero, ¿te has parado a pensar en cómo se siente ella?
—Sí, y no creo que vuelva a hablarme en la vida.
—Yo tampoco lo haría —soltó Thomas sin filtro alguno—. Juegas con ella, la dejas sin darle explicaciones y después sigues haciéndole daño besándote con otra delante de ella. Entendemos lo que sientes después de lo de tu madre, pero...
Le interrumpí antes de que pudiera decir nada más.
Aún era temprano y en el pasillo solo estábamos nosotros, pero nunca se sabía si alguien podía estar escuchándonos.
—No puedes jugar con los sentimientos de las personas de esa manera solo porque no quieras perderla a ella también. Porque al final la has perdido, pero por estúpido.
—Nunca he jugado con ella. Me gusta de verdad. Actué por impulso, sí. Me dejé llevar por el dolor y no medí las consecuencias, por eso ahora estoy pagando por ello. ¿Creéis que no es complicado ver a Madison con otro chico? —Esperé a que me respondieran, pero como no lo hicieron decidí continuar—. Una de las razones por las que dejé que Nora me besara fue esa, los celos hablaron por mí. Vosotros sois mis amigos y deberíais estar de mi parte.
—Y lo estaremos siempre, Dylan, pero como te queremos también tenemos que decirte la verdad. ¿O prefieres que te mintamos y te digamos que lo que hiciste estuvo bien?
—No.
—Entonces escúchanos y deja de actuar de esa forma. Tu relación con Madison está en una situación crítica, pero aún estás a tiempo de no cagarla más con ella.
El timbre que daba comienzo a las clases sonó, interrumpiendo nuestra conversación.
Abrí la taquilla, guardé la mochila dentro y recogí el libro de Historia, que era la primera clase de la mañana. Cuando cerré la taquilla, mis amigos ya no estaban, se habían marchado sin despedirse.
Me paré un momento a analizar nuestra conversación y ellos tenían mucha razón. Si seguía por ese camino perdería a toda la gente que me importaba.
Caminé directo hacia las escaleras y mientras subía los escalones hasta el segundo piso, me encontré de frente con Madison. Me aparté hacia un lado, inquieto, porque no pensaba que nos íbamos a encontrar tan pronto después de lo que pasó el viernes.
Levanté la cabeza y nuestras miradas se cruzaron durante un instante. Madison tenía una expresión en el rostro que me heló los huesos. Abrió la boca únicamente para soltar un largo suspiró antes de bajar las escaleras y dejarme solo con sus amigas, que se encontraban en una esquina observándome.
Harper me sacó el dedo corazón y Erika desvió su mirada de mí antes de bajar las escaleras y reunirse con su amiga.
Intenté recomponerme antes de subir los últimos escalones hasta el segundo piso. Allí, al final del pasillo, se encontraba la clase de Historia.
Antes de entrar, me detuve en la puerta para buscar un asiento libre. En cuanto localicé uno, me dirigí a él con paso ligero y me senté. Dejé caer mi cuerpo en la silla y fijé la mirada en la puerta.
La clase se fue llenando poco a poco y para ocupar el tiempo libre que tuvimos antes de que llegara la profesora, conté la gente que fue ocupando sus asientos.
La última en llegar a la clase fue Erika y el único asiento que quedaba libre estaba a mi lado. Nuestras miradas se encontraron y pude descifrar que no se quería sentar junto a mí.
—Señorita Adams, ¿pude sentarse para que podamos comenzar con la clase? —dijo Christine Palmer, la profesora de Historia, a su espalda. Erika se lo pensó un momento antes de ceder y sentarse a mi lado.
Comenzó la clase presentando su asignatura como si fuera la más interesante del curso, y no se olvidó de recordarnos que el último año de instituto era importante y que teníamos que sacar buenas notas si queríamos entrar en una buena universidad.