- ¡Señorita, compre este juguete!
- Gracias, no necesito ningún juguete.
- ¡Es muy bonito caballo! ¡Por solo veinte dólares!
- ¡No necesito tu juguete!
Misi, irritada, apartó a un lado una mano sucia con un caballo de madera, manchado de algo y descolorido.
Estaba muerta de cansancio durante este día interminablemente largo, primero en la universidad y después en el hospital, donde trabajaba de limpiadora. Quería irse a casa, donde la esperaba un baño caliente y una infusión de tila. No necesitaba este juguete, ni siquiera regalado, e incluso de manos de algún vagabundo. Probablemente lo robó en alguna parte ...
- Señorita, - una mano con un borde de color de luto debajo de las uñas apretó su muñeca, - tiene hijos, así se alegrarán mucho. ¡Cómpremelo! Se lo dejo en diez dólares.
- ¡Escucha, déjame en paz! - Misi hizo una mueca de disgusto y liberó su mano de sus tenaces dedos.
- No puedo. Tengo muchas ganas de venderle este maravilloso caballo. - El vagabundo no se quedó atrás ni un solo paso.
Misi se detuvo y miró a su perseguidor con hostilidad. Un hombre de edad indeterminada, bastante alto, vestido con una chaqueta deportiva gastada, jeans sucios y unas ridículas botas sin calcetines. En una mano, sujetaba “el artículo de la venta”. En la otra, había una bolsa de compras de un famoso super, donde algo tintinea sospechosamente. Probablemente botellas vacías.
- No tengo hijos, - soltó ella, - y no me gustan los hombres sucios y malolientes que, en lugar de trabajar, mendigan en las calles. ¿Está claro?
- Claro. - los ojos grises de vagabundo brillaban con frialdad. - Solo que no mendigo, como tú has dicho. Estoy trabajando. Vendo cosas.
- Sabes, yo, por extraño que parezca, también. - murmuró Misi. - Y no voy a malgastar mi dinero en tonterías.
- El caballo no es una tontería. Esta es un juguete divertido y educativo. - El vagabundo le bloqueó el paso.
Misi miró a su alrededor, no había ni un solo transeúnte cerca. ¡¿Por qué se involucró en una discusión con este tipo?!
- ¿Bueno cómo? - Escuchó una voz persistente en su oído y se estremeció de sorpresa.
- ¿Qué quieres de mí?
- Compra el caballo.
- ¡Oh Señor! ¡Dame tu caballo y finalmente déjame en paz!
Misi abrió su billetera, y vio que no tenía cambio, solo un billete solitario de cincuenta dólares y pensó: “¿Por qué a mí este castigo?” Era una tontería esperar, que el vagabundo mostrara conciencia y devolviera el cambio. La chica suspiró profundamente y le entregó al hombre el único billete.
- Toma. ¿No habrá cambios, por supuesto?
La cara del vagabundo se iluminó con una sonrisa de satisfacción. Sus dientes eran sorprendentemente uniformes y blancos.
- Sin cambios, pero te traeré mañana algo más por cuarenta dolores, que faltan.
¡Guau! ¡También sabe contar!
- ¡No! ¡Por Dios! No me traigas nada. Deja el dinero, pero no lo gastes todo en alcohol.
Sus últimos cincuenta se trasladaron al bolsillo interior de una chaqueta deportiva. Misi volvió a mirar a su alrededor y se apresuró a ir a su casa.
Cuando ya casi llegaba a su portal, de repente, como de la nada apareció Rick, su antiguo novio, o mejor dicho, era él quien pensaba así, con un amigo. Misi sintió debilidad en las piernas. “¡Por Dios! Definitivamente hoy no es mi día,”- pasó por su cabeza. Encontrarse con este bastardo no auguraba nada bueno. Desde hace dos meses, que Rick salió de la cárcel, la vida tranquila de Misi se acabó.
-Hola, guapa, ya estábamos cansados de esperarte, pero como veo no tienes prisa de abrazarme, cariño, - dijo Rick, lanzando una mano para agarrar el brazo de la chica.
Ella notó el asqueroso aroma del alcohol, cuando él quiso besarla.
- Rick, ya te he dicho mil veces, que lo nuestro nunca hubo. Era simple imaginación tuya. ¿Por qué no buscas a otra chica? - respondió ella, tratando de liberarse de él.
- ¿Para que buscar a otra, si te tengo a ti?
- No, no me tienes, yo no quiero estar contigo, ¿entiendes?
- No, tú no vas a liberarte de mí, mientras yo te deseo, porque seré tu hombre y quiero lo que me pertenece, - afirmó Rick y la agarró más fuerte.
- ¡Déjame! Si no, voy a gritar, - exclamó Misi.
- Grita, cuanto quieras, nadie te va ayudar. Todos saben quién soy y que tú eres mi chica, - dijo él y la levantó del suelo.
En eso él tenía razón. Diez veces en esos dos meces Misi iba a la policía, para poner la denuncia, pero nadie del edificio dio ninguna queja, todos cerraban los ojos, cuando este canalla, le molestaba en el vivir diario de la pobre. Ella estaba pensando hasta vender su piso e irse lo más lejos posible de aquí, para liberarse de él, pero la venta era una tarea difícil y llevaría tiempo. De vez en cuando pasaba las noches en el hospital, o en casa de su amiga, pero hoy tenía que venir, para regar las plantas y lavar algo de ropa.
El cielo negro y las estrellas espinosas eran lo único que podía ver Misi. Y entonces sintió las manos de Rick hurgando en su cuerpo, subiéndole el suéter ... Se retorció y gritó.
- ¡Ayudadme! ¡Que alguien llame a la policía! – gritó Misi, dando golpes inútiles en su pecho.
- ¡Cállate, perra, si quieres vivir! - La hoja de un cuchillo bailaba nerviosamente alrededor de su cuello.
Eso la obligó a callar.
- ¡Mira, entendió, que no bromeas! – Sonó una risa borracha del amigo de Rick.
- Muchachos, dejen ir a la chica, por favor, - dijo una voz educada y vagamente familiar.
#24312 en Novela romántica
#15305 en Otros
#2319 en Humor
amor celos venganza, engaos confusin, lachica pobre y millonario
Editado: 26.07.2021