—¿De qué manera me puedes ayudar?
“Sólo tienes que dejarme hacerlo. Deja de negar que me escuchas, y deja que te ayude. Hay algo violento en ti, pero puedes controlarlo, con mi ayuda”.
Estaba en el baño de una clínica, mientras una amiga agredida por él estaba en tratamiento y su esposo estaba a punto de llegar; estaba junto a su esposa sin haberle dicho lo que sabía que ocurrió, y aun así, algo se interponía entre la cordura y el presente, algo seguía sin tener total sentido, y era que él estuviera pensando en esas cosas con la distancia suficiente como para pensar en alternativas.
“Nadie lo sabrá”.
—No quiero herir a nadie.
“No lo harás”.
—¿Con tu ayuda?
“Con mi ayuda”.
—¿Qué tengo que hacer?
“Aceptar que soy la voz de tu conciencia”.
—Acepto que eres la voz de mi conciencia.
“No quieres herir a nadie”.
—No quiero herir a nadie.
“No quieres hacer daño”.
—No quiero hacer daño.
“Quieres que te ayude a controlar esa parte violenta que hay en ti”.
—Quiero que me ayudes a controlar esta parte violenta. No quiero herir a las personas que amo.
“Nadie lo sabrá”.
—Nadie lo sabrá.
“Te ayudaré”.
—Me ayudarás.
“Soy tu conciencia”.
—Eres mi conciencia.
“Soy quien te escucha, quien te ve y quien sabe lo que es lo mejor para ti. Puedo ayudarte, si me dejas”.
—Ayúdame. Ayúdame a no ser quien no soy.
“Así será”.
2
Iris bajó a paso lento y silencioso la escalera; jamás se había sentido tan nerviosa ante un hecho tan sencillo como que alguien tocara a la puerta de su casa.
Llegó abajo, cruzó la sala y se quedó un momento inmóvil, mirando la madera de la puerta, sin reaccionar.
—Vamos, vamos.
Respiró profundo y abrió. La sorpresa fue grande al encontrar a Nadia del otro lado del umbral. Estaba en una tenida casual poco habitual en ella, muy rígida, de brazos cruzados, mirándola con una expresión que no atinó a identificar.
—Nadia, qué sorpresa.
—Supongo que Vicente no ha aparecido.
Las palabras la descolocaron, pero lo que más lo hizo fue el tono; no estaba hablando como profesional ni como amiga, sino como una mujer enfadada, o quizás determinada.
—No, no ha llegado aún. Disculpa, pasa por favor.
—No es necesario —replicó la otra mujer con severidad—, no voy a entrar a tu casa.
De alguna forma sonó violento, incluso agresivo, aunque no había hablado con más dureza que un segundo antes; Iris frunció el ceño.
—Disculpa, no entiendo ¿ocurre algo?
—Ocurre algo.
—Nadia, disculpa, pero no comprendo; sabes que estoy preocupada por Vicente y agradezco que hayas venido, pero…
La otra mujer hizo un gesto imperceptible, pero que fue suficiente para que Iris guardara silencio, a pesar de no saber muy bien por qué.
—Escucha, esto no es fácil para mí, espero que lo entiendas.
—¿A qué te refieres?
—Pero sé que es mucho más difícil para ti, y es por nuestra amistad que estoy aquí.
Iris asintió de forma vaga, aunque no era necesario que diera el pie para que Nadia siguiera hablando; sin embargo, se sintió extrañamente asustada por su forma de expresarse, como si de alguna forma sus modos y la extraña presentación quisieran decir algo que ella no alcanzaba a comprender.
—No entiendo.
—Ayer en la noche, muy tarde —explicó la otra—, recordé qué fue lo que pasó cuando me golpearon.
Hasta el momento, en las conversaciones que tuvieron tras el ataque, Nadia se había referido a ese hecho como “accidente”
—Lo recordaste.
—Lo siento Iris, eres mi amiga y eres la última persona a quien quisiera hacer pasar este momento, pero no puedo guardar el secreto. La persona que me atacó, fue Vicente.
Iris sintió un temblor en la mandíbula, más reacción involuntaria que acción pensada. Porque no estaba pensando en lo que pasaba.
—¿Qué?
—Vicente fue a mi casa esa noche —explicó la otra mujer, con una intensidad que reflejaba que no era tampoco para ella un trago fácil de pasar—, quería ayuda de mi parte, como profesional, porque estaba preocupado, por lo que le estaba pasando. Dijo que estaba ocurriendo algo en su mente, que creía escuchar voces; también dijo que te había golpeado.
Editado: 03.11.2020