El salón principal se ha vuelto como una especie de jaula para mí, una de esas donde encierran a una indefensa presa con un sanguinario depredador. Yo soy la presa, Dart es el depredador.
Por más que intente escapar, siempre me topo con su esclerótica negra que no le importa disimular. En un intento por buscar protección, me coloco a un lado de la reina Clarisse, quien se encuentra hablando con el soberano monarca de Sthaliver: tez morena, ojos y cabellera plateada, con un montón de perforaciones en el rostro, eso son los rasgos que definen a los nobles de esa tierra. Su corona de forma abstracta lleva incrustadas las gemas que representan a su reino, cuarzos turmalina.
—Adara, querida, quiero presentarte al rey de Sthaliver, Haaziq Kaddour.
Me vuelvo hacia el rey y le hago una reverencia, al erguirme, sus plateados ojos me escudriñan, Sthaliver es otro de los reinos que demanda mi cabeza. El rey Haaziq hace todo lo posible por suavizar sus facciones, pero termina bajando la cabeza mientras se frota la frente.
—Padre —La voz de una fémina lo llama a su espalda, el rey Haaziq se vuelve, dejando al descubierto a una chica de aproximadamente mi edad, su cabello plateado es largo y ondulado, lo lleva recogido a un lado, mostrado su oreja llena de perforaciones, su rostro es redondo y de mejillas infladas, posee un aro de plata en la nariz y una especie de pico sobresale en su ceja izquierda. Una diadema cubierta de cuarzos turmalina decora su cabeza.
—Lady Adara, le quiero presentar a mi hija, la princesa...
—¡Hola! Soy Delu —La chica se abalanza sobre mí y me estrecha entre sus brazos.
«¡Madre mía! Pero que fuerza tiene».
—Lo siento, no fue mi intención lastimaros —Se disculpa al ver mi mueca de dolor—. Es que deseaba tanto conoced a la hibrixter de la que tanto hablan y...
—¡Delu, suficiente! —La riñe el rey Haaziq—. Reina Clarisse, usted está al tanto de la admiración y el respeto que le tengo tanto a usted, como a vuestro esposo, nos habéis ayudado mucho cuando nuestro reino entró en crisis, sin embargo, somos fieles a nuestros antecesores, una hibrixter nunca será bien viste en nuestra sociedad, le ruego que os perdonéis, pero no tenéis nuestro apoyo.
—No se preocupe, ya ha sido una decisión que hemos tomado y todo el reino de Aqueser nos ha demostrado todo su apoyo, mientras nuestro pueblo la acepte, no tenemos que contar con el apoyo de terceros. Espero no haber sido grosera y, en caso de habedlo sido, le ruego que me perdone —cerciora la reina educadamente. Observo al rey Haaziq para ver alguna reacción negativa, pero sólo me encuentro con la admiración que le tiene a la reina Clarisse.
—Además... —Delu se gana nuestras miradas al pronunciarse en la conversación, mientras que ella ve a su padre de reojo con un gesto malicioso—. Yo no te guardo ningún tipo de rencor, Adara, para mí luces como una noble de Aqueser, a pesar de esa maravillosa mezcla de colores que posee tu cabello. Sé que algún día seré la reina de Sthaliver y te aseguro que contaréis con nuestro apoyo cuando eso suceda.
Delu se marcha deprisa sin esperar la opinión de su padre con respecto a sus palabras. La reina Clarisse enreda su brazo con el mío y me incita a caminar con ella a través del salón principal, mientras se despide del rey de Sthaliver con gesto amigable con su mano, quien responde con una reverencia a la monarca de Aqueser.
—¿Qué te ha parecido la fiesta hasta ahora? —pregunta.
—Hermosa, nunca pensé que tendría una fiesta así de grande. Muchas gracias.
—No hay de que, querida. Había pasado tanto tiempo desde que no se organizaba una fiesta en este salón. Ni siquiera en nuestros cumpleaños, o en el nacimiento de Karsten.
—¿Por qué?
«¡No lo pensé! ¡Lo dije! ¡Qué vergüenza!».
—Lo siento mucho, reina Clarisse. Le ruego que perdone mi atrevimiento, que vergüenza.
—Tranquila querida, sabía que algún día tendrías la curiosidad por sabedlo —suelta a través de una encantadora risa. Voltea a todos lados y luego se me acerca al oído—. Creo que nadie notará nuestras ausencias. Seguidme.
La reina me guía hasta las puertas que dan con el jardín real, los guardias que la custodian nos hacen una reverencia y proceden a abrirlas. A la luz de la luna, el jardín luce como mentira ilusiva, todo brilla con sutileza, las fuentes, las flores, las banquetas de yeso donde suelo regodearme por las tardes con Miranda. La reina Clarisse agita su mano y en el agua de las fuentes aparece el escarchado dorado, maximizando la belleza en el lugar.
Me guía a través de un camino de piedras planas que se alejan del jardín y del castillo. Conozco la ruta, es la que dirige al bosque perlado. De vez en cuando suelo escapar a ese lugar cuando me libro de los quehaceres, se ha vuelto mi lugar favorito para despejar mi mente del mundo de los nobles. Llegamos al campo cubierto de Cuartigüentitas, las cuales brillan en su máximo esplendor gracias al cuanto menguante lunar. Dispuesta a avanzar, doy un paso, pero la reina me toma con fuerza para que detenga mi andar, ella levanta la mano y una especie de polvo escarchado sale de su mano.
«Eso no ha sido un movimiento del aquocontrol».
El campo de Cuartigüentitas que tengo frente a mí se desvanece con movimientos ondeantes, hasta dar con otro igual, una luz rosada recorre el lugar, hay dos sofás individuales, una mecedora y frente a ésta, una alfombra con muchos juguetes de niña: muñecas, un juego de fiesta de té de porcelana fina, osos de felpa. Me vuelvo hacia la reina con el ceño fruncido, pero ella sólo me sonríe, camina hasta la mecedora y se sienta, me señala uno de los muebles, invitándome a imitar su acto.