Nochebuena

El escándalo

Al domingo siguiente, doña Anita se levantó temprano y se arregló como siempre para asistir a misa de 9. Don Nabor le dijo a su nieta que ese día se quedara en casa para supervisar una entrega en piso, ella barría la calle cuando se acercó la misma mujer que le solicitó ayuda a doña Ana cuando Calista regresó al pueblo.

―Hola, Cali. ¿Está tu abuelita?

―Sí, está en la sala, pase.

La mujer ingresó en la casa, Calista terminó de barrer y entró para buscar un café cuando las escuchó.

―Perdóname, hija, ahora sí ando muy apretada, pero llévate al menos estos huevitos para que le des de desayunar a tus hijos.

―No sé qué haríamos sin usted, doña Anita ―exclamó la mujer―. La veo un rato en misa. ―La mujer salió de la casa y uno de los empleados se acercó a Ana.

―No quiero ser grosero, pero ese huevo lo compró don Nabor para dar de comer a los trabajadores…

―No le di más que 10 huevos ―refunfuñó doña Ana, enojada―. ¡Siempre es lo mismo con esta vieja inútil! Están que se mueren de hambre, pero no paran de tener hijos. Para otra que me venga a pedir, le voy a dar huevos inyectados con veneno, a ver si se le muere un par de chiquillos. ―Calista y el empleado intercambiaron miradas―. ¡Ni pongan esos ojos! Les haría un favor, con menos hijos tendrían más dinero para alimentar a los que queden.

Calista negó con la cabeza y salió de la casa para llevar una entrega y de paso evitar que su abuela la obligara a ir a misa con ella. Una hora después regresaba por la plaza cuando vio a una veintena de patrullas y un montón de gente arremolinada saliendo de la iglesia. Cerca de ella estaba don Gerardo con Mili, observando todo con una sonrisa de satisfacción.

―¿Qué pasó, don Gerardo?

―El video que grabaron al fin llegó a las manos correctas ―dijo el curandero―, ya vino la policía por ese cabrón.

―¿Al fin? ―exclamó Calista, esbozando una sonrisa espontánea.

―El papá de esta niña tiene muchas influencias ―dijo Gerardo señalando a Mili―. El video llegó a manos de los partidos de oposición y lo hicieron viral, no les quedó de otra más que venir a detenerlos a ambos.

Esta vez sólo unos pocos defendían al sacerdote, aparentemente la mayoría vio el video en redes y estaban completamente indignados. Calista vio a su abuela entre los que vociferaban en contra de la policía y se acercó a ella al ver que llegaban camionetas con granaderos.

―Abuela…

―¡Estos malditos! ―gruñó la señora―, ¡están inculpando al padre!

―Abuela, llegaron los granaderos, mejor vámonos, esto se va a poner feo.

Ana accedió a alejarse, pero se fue refunfuñando. Llegó un momento en que Calista al fin se hartó, confrontó a su abuela reclamando pro defender tanto a ese pederasta a pesar de haber atestiguado lo que le hizo a ella.

―¡No es posible! ―gritó Calista―, mejor don Gerardo nos creyó y tú que…

―¿Don Gerardo? ―Ana miró en ese momento al curandero que estaba observando todo desde una banca―. Ya veo. Todo esto lo tramó ese viejo metiche, seguro tu abuelo lo ayudó. ―Calista titubeó. Ana no le dijo nada más, simplemente se echó a caminar hacia donde estaba la policía local. Calista la siguió, pero se detuvo en seco al ver a su abuela hablar con uno de los policías.

―Quiero hacer una denuncia. No estoy segura, pero creo que en el granero de mi casa hay gente escondiéndose, y entre ellos está el hijo del carnicero, ese que acusan de violación…

Calista reaccionó de inmediato y fue con don Gerardo a darle aviso.

―¡Don Gerardo! ¡Mi abuela delató a los refugiados! ―el curandero se quedó pasmado unos segundos.

―¡Hija de perra! ¡Mili, rápido! ―le entregó su teléfono―, llama a Arturo, dile que limpien todo y que se vayan al rancho del señor Tenorio. ―Ahora se dirigió a Calista―. Hija, llama a tu abuelo, dile que regrese de inmediato.

Calista puso a su abuelo al tanto y se fue directo a la casa para ver si podía ayudar en algo. Para cuando llegó, los refugiados habían terminado de amontonar las camas al fondo del ático y levantaron una pared de madera, cubriendo todo, mientras otros subían algunas cajas y mercancías para que pareciera que el lugar sólo servía de almacén. Terminando, todos salieron por entre el sembradío, pero Salomón no estaba entre ellos así que Calista se fue de regreso a la casa para buscar su teléfono y llamarlo, pero en la sala vio a su abuela con su teléfono en mano.

―¡Fuiste tú! ―gruñó la mujer mostrando el teléfono con el video que grabaron―. Y te ayudó ese güerejo idiota de la carnicería, ya lo vi en el video.

―¡Ya basta abuela! ―Calista al fin estalló―. Ya viste en el video lo que está haciendo el padre Miguel y ¿aún lo defiendes?

―No se va a quedar así. Se metieron con el vocero de Dios y no van a salir impunes. Te aseguro que se arrepentirán de lo que hicieron.

Calista le arrebató el teléfono a su abuela y se fue a encerrar a su recámara, pero apenas cerró la puerta cuando Salomón apareció frente a ella, él le tuvo que tapar la boca para que no gritara por el susto.

―Salí temprano a ver a mis papás y no llegué a tiempo ―susurró―, escuché a tu abuela desde la ventana y entré a esconderme aquí.



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En el texto hay: brujeria, polémica, guias espirituales

Editado: 22.12.2023

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