"Incluso si la luz llega a tocar el frío no creo que este se descongele"
Las cosas en la mansión Sakamaki habían cambiado desde que la nueva residente había llegado, aunque por más que la observara en sus mínimos movimientos, era tan tranquila y callada, que casi no podría notarse su presencia en el lugar donde estuviese, claro, no estaba demás decir que tenía una cierta personalidad poco pero impresionantemente parecida a la del segundo de los hermanos.
Aun la luna estaba presente y a punto de abandonar su puesto en aquel cielo estrellado, mientras estaba sentada mirándola fijamente con aquel destello de esperanza en mis ojos, un tipo de esperanza que jamás llegaría.
—¡Ouch! —me quejé al sentir como aplicaba el ungüento entre las heridas de mi piel— ¡no tan fuerte!
—¡Vamos, tiny-chan! Si no lo froto fuerte no hará efecto. —dijo la azabache con una sonrisa compasiva.
—Pero...
Reaccioné como una niña enfadada hacia su madre cuando ésta le reprochaba, aunque siempre estaba ahí cuando la necesitaba; era como una hermana mayor para mí, estuvo presente incluso cuando llegué a la mansión, en ese momento en el que no recordaba nada de mi pasado, ella me acogió para enseñarme cada una de las reglas y definiciones de "obedecer y servir" claro, no tengo la culpa de ser una desobediente espontánea.
Pero a veces podía preguntarme muchas cosas sobre ella, siempre que tenía una expresiva actitud y estaba llena de espíritu me preguntaba, ¿Qué pasado se esconde detrás de su sonrisa?
—Debes dejar de hacer eso, esconderte de Kanato lo enfurecerá más, no juegas con él, sobrevives de él...
—Laito y Ayato son la combinación de sadismo y placer, involucrarse cerca de cualquier situación les incitará más... ignorarles, estaría mal, pasar desapercibida es correcto. —dije continuando la oración.
Mientras ella me trenzaba el cabello y arreglaba todos mis "defectos", repasábamos una vez más lo que no se debía hacer, ya pronto iba a amanecer, no quería iniciar el día con el pie derecho.
—A Subaru no se le debe hablar o tratar a menos que te de una orden. Reiji... —suspiró provocando un tono audible al mencionar aquel nombre, me gire a mirarla, pero enseguida retomo su típica sonrisa—bueno, él, ¿quién entendería su concepto de perfección? Trata de sólo obedecer y mirarle a los ojos... —de repente la oji azul sólo volvió a aquel incomodo silencio, en el que me había mantenido distraída— ¿Qué hay de Shu?
—¿Qué dices? ¡Ah!, no debo molestarlo —dije acatando nuevamente las reglas un poco nerviosas— sólo debo callar y obedecer al rey. —agregué murmurando y a la vez, cambiando mi actitud a una muy extraña que ni siquiera yo podía identificar.
El tiempo pasó mientras estuvimos realizando nuestras labores en la mansión antes y luego de que llegara el amanecer, aquel que siempre comenzaba con un brillo de luz intenso tocando todo lo que le rodeaba, incluso siempre me lograba a decir a misma entre mis primeros días en la mansión, "todo lo que toca hasta los corazones de las personas..." y aunque sentía que algo más le faltaba, pero, pronto llegué a pensar que la luz no podía tocar el corazón, si este ya estaba dañado.
Mientras las horas marcadas por el día y los grandes relojes de la residencia Sakamaki, terminaba de pasar por cada una de las habitaciones de los seis hermanos para tomar en cuenta que necesitaban o lo que a la habitación le faltaba, paso tras paso, puerta tras puerta, pero al caminar no me di cuenta, de que me seguía una veela.
—Buen día Madam, —le hablé haciendo una reverencia. —espero que su estadía haya sido cómoda hasta el momento.
—Hasta el momento, tal vez. Siento que algo me estorba, pero no logro comprender qué es, aún.
—¿Necesita algo Madam? —pregunté obviando su respuesta.
Como si las manecillas se devolvieran, hablé con toda la educación y ética posible, fría y directa como una dama, no, una sirvienta, eso es lo que soy. Era como si el deseo de los Sakamaki se estuviese cumpliendo, lástima que no están.
—No, puedes seguir con tu trabajo. —respondió la de cabello negro haciendo un ademan con su mano para que me fuera. —¡Ah! Una última cosa, deja las formalidades para momentos importantes, es molesto que me llames así en momentos inadecuados.
—Aunque quisiera, no me permitirían llamarle por su nombre Madam. —contradije mirándola tranquilamente.