Delia abrió la puerta de la casa del maestro a la mañana siguiente, y lo primero que se encontró justo después de cerrar la puerta, fue un cuchillo totalmente clavado en la pared. Se quedó perpleja durante unos segundos, para luego ir acercándose poco a poco. Bajo el cuchillo, atravesada, se encontraba una cucaracha, la cual aún movía las patas. La piel de la chica se erizó y el enfado le subió desde el estómago.
-¡AZRAEL! -el grito atravesó la casa, pero no obtuvo respuesta.
Lo buscó por todas las habitaciones, el dormitorio, el estudio, la cocina, incluso en el baño, pero no estaba en ninguno de esos sitios. Por último, se dirigió pisando con fuerza hacia el jardín. Y allí estaba él.
Azrael tenía un gran palo de madera en sus manos y los hacía girar con fuerza, moviéndose con rapidez y agilidad. La chica no podía pensar de donde lo había sacado.
-¡Azrael! -El chico se paró ante su nombre. Apoyó el palo contra el suelo y se reclinó sobre él. Delia lo observó más detenidamente. Estaba sudado, su pelo bajo los rayos del sol parecía blanco y encima de todo no llevaba la camisa.- ¿Acaso no te enseñaron a vestirte como una persona normal?
-¿Para eso me interrumpes? -preguntó el ángel molesto.- Y tengo que puntualizar, que yo, no soy una persona normal.
Delia chasqueó la lengua, algo muy poco apropiado para un joven como ella, pero Azrael no paraba de sacar todos sus malos hábitos. Ella se había criado en el campo, por lo que sus costumbres eran diferentes a las de las chicas de la ciudad. Era menos estirada y cuando se cabreaba podía sacar palabras de su boca propias de un agricultor enfadado. Pero durante estos últimos años su padre le impuso que debía comportarse más como una dama que como una salvaje, ya que, según él, era hora de que encontrara un marido con estatus y dinero. Era hora de dejar el nido, algo que ponía enferma a Delia.
-Obviemos ese punto -dijo cruzándose de brazos.- ¿Qué demonios te pasa por la cabeza? Has clavado un cuchillo en la pared.
-¿Y?
La paciencia de Delia cruzó la línea del agotamiento.
-Sabes, me encantaría hacer con ese palo que tienes lo que te mereces -amenazó. Azrael sonrió con malicia.
-¿No me digas? ¿Y qué es?
-Empalarte. Como has hecho con ese pobre bicho.
-No es mi culpa que esa cosa sea tan horripilante. No merecía vivir.
Delia suspiró. Aquello se había vuelto una costumbre. Desde que entraba por las puertas todas las mañanas ella y Azrael estaban siempre molestándose el uno al otro, a veces incluso el maestro participaba en las discusiones. Delia sabía perfectamente que el ángel había encontrado en sacarla de quicio un nuevo pasatiempo.
La chica miró al interior de la casa. Le había parecido raro, pero como había ido con la mente puesta en otro sitio, no se había dado cuenta de que el maestro no estaba en casa.
-¿Y el maestro? -preguntó.
-Se fue esta mañana bien temprano -comentó Azrael mientras dejaba el palo en el suelo y se acercaba a la tela blanca que había dejado unos metros más alejada. Su camisa.- Dijo que se iría al taller y no quería que nadie lo molestase.
Delia se quedó pensativa mientras observaba al ángel vestirse, viendo como los músculos de su espalda se movía al levantar los brazos y pasarse la camisa por la cabeza. Gracias a que a veces se quedaba sentada junto al maestro mientras lo veía trabajar, éste le explica todos los puntos en los que debía fijarse para captar el movimiento, o la textura de un cuerpo al dibujar. Y allí estaba ella mirando el cuerpo del ángel con fascinación.
-¿Es algo malo? -preguntó Azrael ante el silencio de la chica. Al darle la vuelta la pilló con la mirada puesta en él y una sonrisa comenzó a formarse en su cara. Delia se puso algo colorada y se maldijo por dentro.
-No -explicó rápidamente antes de él pudiera hacer un comentario mordaz al respecto.- Si se ha ido al taller significa que tiene claro lo que va hacer con su trabajo. Aunque, por otro lado, significa que hasta que no termine lo que ha ido hacer no volverá a ver la luz del sol.
-¿Tan importante es? -Azrael caminó hacia ella y se quedó una distancia prudente de la chica.
-Mucho. El maestro pone toda su alma en sus trabajos -volvió a mirar al ángel y suspiró frustrada. Si debía fijarse en los detalles como él le había dicho la noche anterior, la belleza tan insólita debía ser uno de ellos. Eso la enfadaba.- Tengo que ir al mercado. ¿Quieres venir? Ya que no sales al menos podría ver algo de la ciudad, te vas a acabar convirtiendo en un mueble nuevo de la casa.
Azrael frunció el ceño.
-Tu respeto deja mucho que desear.
-Igual que el tuyo.
La pelea se estaba abriendo camino de nuevo y Delia decidió enterrar el hacha de guerra. Por ahora.
-¿Quieres venir o no? No quiero que se me haga muy tarde.
-¿Qué gano yo con eso? -preguntó Azrael.
-La comida de hoy.
Y no hubo más discusiones. Cuando había comida de por medio la situación se volvía hasta sagrada.