Emma
Miro el reloj de pulsera y compruebo que ya son las seis y cuarenta de la mañana, cosa que me hace soltar un improperio mental al comprobar que mis sospechas eran ciertas y mi estimada casera se encuentra en toda la entrada, o en mi caso, en la salida del condominio.
Tenía que haberme despertado más temprano, pero por estar viendo series de amor que nunca tendré, me dormí tarde. Estoy salada, todo me sale al revés, las deudas me ahogan y las relaciones de pareja no se me dan nada bien, tengo la desdicha de conseguirme con puros… incapaces, es muy temprano para insultarlos como se debe.
Necesito salir de aquí sin que esa señora me vea porque me cobrará la renta y ya no sé qué excusa darle, mi cerebro aún no se despierta del todo para pensar correctamente. Al paso que voy tendré que vivir en la pastelería o en la banqueta de una plaza. Todo está terriblemente gris en mi vida y yo no soy persona de colores fríos, amo y agradezco cada día la bendición de estar viva, valoro la alegría y la risa; he aprendido a refugiarme en ella para nunca decaer, justo por eso detesto sentirme así.
—Buen día, Emma. —saluda en mi oído el señor Richard, uno de mis vecinos del piso uno quien había bajado por las escaleras, parándose sin hacer ruido detrás de mí. Casi logra que el corazón se me saliera por la boca del susto porque no lo escuché venir.
—Hola, buen día. —musito en tono bajo, casi susurrante, echando una miradita, escondida detrás de la pared del pasillo de planta baja para ver si Carrie, la amable casera, nótese el sarcasmo, seguía allí.
—¿Quieres que la distraiga? —habló de nuevo mi querido vecino, repitiendo en mí, el susto anterior, me había olvidado de él porque ando nerviosa.
Esto no es sano, no puedo vivir así, mis niveles de cortisol deben estar saludando a Jesucristo en las alturas por el estrés que cargo. Me escondo de todo el que le debo, lo hago de la casera, del prestamista, del banco, ¡de todos!
La verdad es que con muy pocos me relaciono y entre esos está Richard, este amable señor de unos setenta años a quien suelo traerle pasteles de zanahoria cuando horneo porque él los ama, además se lo ha ganado, siempre ha sido muy dulce conmigo, así como lo fue con mi madre.
—Siento tanto tener que decirte que sí. —susurré avergonzada.
—¿Cuánto le debes? —preguntó y yo negué.
—No es mucho, tranquilo. Esta semana tendré su dinero, solo debo pagar el giro del banco y lo que quede será de ella. —traté de explicar sin que los oídos supersónicos de la apreciada sargento me escucharan.
—Cuentas conmigo querida, Emma. Eres un ángel y mereces ayuda. —le sonreí con nostalgia porque así me llamaba mi mamá.
—Lo sé, Richard y te lo agradezco. —miré de nuevo el reloj y sentí la mano de mi amable vecino y amigo en mi hombro quien me hacia señas de guardar silencio mientras emprendía camino a la salida.
Desde mi posición lo pude ver hablando con Carrie quien al escucharlo se movió a cerrar la llave de la manguera. Fue ahí cuando me hizo señas para salir a la vez que se alejaba con ella. Lo bendije desde lejos como si fuese una abuela y colocándome la capucha del suéter huí, emprendí mi escape rumbo a mi pequeña pastelería la cual quedaba a unas siete cuadras de aquí.
Mientras caminaba pensaba en todo lo que he vivido estos últimos años. Nada es seguro, la vida te cambia de un momento a otro sin darte cuenta; basta tan solo un segundo para que todo te dé vueltas.
No fui una niña acomodada como los chicos del colegio donde estudié gracias a una beca, esos años fueron terribles, tenía demasiado sobrepeso y cuando tienes quince años cuesta amarse si eres diferente. Sufrí mucho, se burlaban de mí, sobre todo las banales porristas y su séquito de descerebrados jugadores de fútbol.
De esa época rescato mi educación y mi amistad con Gael, el pobre no tiene la culpa de ser amigo de aquel tonto, cabeza hueca. En fin, ese tiempo no muy bonito me permitió graduarme y obtener otra beca para estudiar pastelería en París; esos sí fueron unos años hermosos, logré reunir dinero y entre los pocos ahorros de mi madre, más mi arduo trabajo pude abrir Sugardream’s.
Todo iba muy bien, hasta novio formal tenía, gorda ya no soy e insegura tampoco, de aquellos años solo me quedaron unas curvas de infarto, y justo esa última y horrenda palabra fue lo que maldijo mi vida cuando una tarde de junio a mi madre le dio uno y nuestro calvario comenzó.
Citas médicas iban y venían, exámenes tras exámenes se hacían y el diagnóstico final fue desgarrador. Mi mami tenía un cáncer agresivo que debido a su zona afectó también su corazón, nuestro seguro no cubría esos gastos, tuvimos que vender la pequeña casa que teníamos y arrendar el apartamento donde vivo, pero ni eso alcanzó, por esa razón hipotequé la pastelería y ahora hago de todo para no perderla, sin embargo, no es fácil.
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Editado: 12.08.2023