Joseph
¿En qué demonios pensaba cuando se me ocurrió salir de compras con una niña? No puedo, no tengo paciencia, esto es un desastre, no sé decirle que no. Basta que ponga su carita de cachorrito herido para que me tenga a su disposición.
Soy un adulto, tengo más de treinta años, no es posible que haya hecho un mercado de este tipo, basado en helados, galletas, cereales, golosinas, pizzas congeladas y cualquier cantidad de chatarra fácil y lista para usar. Doy vergüenza.
—Tío, quita esa cara, el chocolate es bueno para el cerebro, ayuda con la depresión y da energía, además te ayuda a rendir físicamente. —la miré sorprendido de que supiera tal cosa.
—¿Cómo rayos sabes eso? —cuestioné agarrando las bolsas que contenían nuestro nutritivo mercado.
Estábamos en el estacionamiento bajando las compras del auto para subir a casa después de una larga hora en el súper donde no tenía idea de cómo diferenciar las hierbas o en dado caso qué hacer con ellas.
—Mi papi siempre lo decía, era un gran deportista. —su carita se entristeció, pero negó y sonrió haciéndome sonreír a mí también por su valentía.
Me hizo recordar a su padre quien siempre hacía eso, solía decir que no se viene a este mundo a llorar sino a reír y a vivir con intensidad. Ahora entiendo que quizás por eso vivía su vida al extremo ya que a pesar de que sufrió mucho de niño, jamás dejó de soñar y ser positivo, cosa que hoy veo reflejado en Lily.
—Estoy muy seguro de que no se refería al helado de chocolate, ni al cereal, ni a las barras. Él hablaba del chocolate oscuro señorita, el cual sí es saludable. —la expresión exagerada de su rostro me hizo gracia. Había blanqueado los ojos mientras hacía un gracioso gesto con la boca.
—Tío, el racismo es malo. No importa el color, sigue siendo un chocolate. —fue tal su seriedad y enfado que tuve que mirar al techo para no reír.
Cada cosa que veía en ella me hacía recordar algo de sus padres como el ver a mi hermana reflejada en su sonrisa y en sus gestos. Eso estaba causando un instinto protector con ella que hasta ahora desconocía. No dejaré que esa bruja de la trabajadora social me la quite.
Las puertas del elevador se abrieron en nuestro piso y lo veo, mi loco amigo estaba en la puerta esperándome. Al notar nuestra presencia sonrió viendo a Lily quien se tensó a mi lado.
—Está bien pequeña, es mi mejor amigo. —solo cuando la veo asentir decido acercarme a Gael.
—Hermano, estamos sincronizados, acabo de llegar también. Supongo que esta belleza es Lily, te conocí cuando eras del tamaño de una muñeca. —habló siendo amigable con ella en tanto yo abría la puerta.
—No te recuerdo.
—No podrías, estabas muy chiquita. —no podía verlos porque caminaba con las compras rumbo a la cocina, sin embargo, sabía que venían detrás de mí y para mi sorpresa habían iniciado una amena charla.
Misma que se extendió mientras sacaba los productos de la bolsa para ordenarlos en su lugar. No soporto el desorden, ni la suciedad; mi cocina era prácticamente un área decorativa del apartamento.
—Vaya, me sorprende lo altamente nutritivo y saludable de tus compras. —lo aniquilé con la mirada escuchando a su vez la suave y traviesa risita de mi sobrina, quien dejó de hacerlo cuando la miré con seriedad.
—Es su culpa, no tenía ni idea de qué comprar. Al menos estará feliz con esto y yo estaré seguro de que comerá, debo alimentarla Gael. —sentía que debía defenderme y no entendía el porqué.
—Con la cantidad de azúcar que piensas darle no solo la alimentarás, sino que estará activa veinticuatro siete. —lo miré sin entender, quitándole el pote de helado de las manos, viendo a mi pequeña pulga intentar sentarse en una de las sillas altas del comedor.
Le hice señas para que la ayudara y no lo dudó. Ambos me observaban sentados en la barra comiéndose uno de los tantos dulces que compré.
—¿A qué te refieres con eso de veinticuatro siete? —cuestioné pensando en comerme también uno de esos dulces, pero no lo haría, a partir de hoy mis horas en el gimnasio se verían reducidas y debía cuidarme más.
—¿De verdad no sabes nada de niños? —negué siendo muy odioso al mirarlo mal.
—¿Tú qué crees? —de nuevo la risita de Lily se escuchó.
—Amigo, a los niños no se les da mucho dulce porque los activa. Es más, si no le das es mejor. —miré a la culpable de mis compras con reproche.
#410 en Novela contemporánea
#1489 en Novela romántica
matrimonio por contrato, amor del pasado, drama romance y humor
Editado: 12.08.2023