—... Y eso fue lo que sucedió —dije mientras amasaba un pedazo de plastilina entre mis manos—. Yo... Yo quiero controlarlo, pero no puedo.
—Es el mismo pensamiento Grace —me dijo Louisa mientras hacía sus anotaciones—. Debes dejarlo atrás, ellos no son las personas que te lastimaron, ellos no son tus antiguos compañeros.
—Yo eso lo sé, Louisa, pero...
—Al ser una persona muy emocional y receptiva todo afecta el doble del que lo hace una persona normal —aparta su libreta para mirarme a través de sus lentes de pasta color coral—. Ejemplificamos eso; cuando te enfermas todo lo sientes en un grado mayor de lo que es lo normal para nosotros ¿Verdad? —asiento y ella me sonríe—, entonces con una persona normal solo necesita un poco de ello. Tu enferma le pones mucha azúcar al café para no sentirlo amargo y cuando estás sana solo le pones una cucharada.
Ese era mi problema, yo sentía todo por el doble. Cuando me sentía triste llegaba a pasar un estado depresivo que con mucha fuerza de voluntad y charlas con mamá lograba salir del hoyo para volver a ver la luz. E inconscientemente mi mente relacionaba a mis amigos con mi pasado.
Realmente trataba de superar esa etapa de oscuridad, pero siempre volvía a aparecer.
—¿Dijiste que te encantaba leer? —inquirió Louisa y yo asentí—. Porque no mejor tratas de drenar todo escribiendo, tienes una mente increíble y el que hayas leído mucho puede ayudarte.
—No estoy muy segura sobre eso —dije no muy confiada—. Paige me había dicho lo mismo, pero no estoy muy segura.
—Arriésgate Grace, ya van dos años —me dijo mientras nos poníamos de pie para ir hacia la salida—, no puedes pasar así el resto de tu vida. Debes poner un alto de a poco.
—Trataré, trataré de hacerlo, pero no te prometo nada —le dije mientras salía por la puerta de su consultorio.
Mamá me esperaba en la sala de espera y como cada miércoles que iba con Louisa, mi psicóloga desde que papá murió en el accidente.
Loraine no dijo nada y así era mejor, porque si hablábamos quizás iba a terminar enojándome cosa que no quería hacer, además que nuestra relación de madre e hija no era la mejor. Principalmente porque al parecer ella casi dos meses después que mi padre ya no estuviera ella ya tenía otra compañía suplantándolo, esa fue una de las cosas que más me dolió.
Pero creo que la que sí sobrepasó todo fue el día que la encontré llorando un mes después cuando su supuesto novio la dejó por otra mujer, yo ya le había dicho, le advertí y ella no vio más allá. No se valoró.
—Mamá —la llamé y vi como la esperanza en sus ojos se acentuaba—, ¿podemos pasar por un helado?
—Sí, claro —dijo mientras se abrochaba el cinturón y conducía hasta la heladería.
En todo el trayecto mi mente estaba puesta en las grandes edificaciones y los autos pasando en el carril contrario a nosotras. Siempre ver el cielo me tranquilizaba, me sentía en paz conmigo misma y me daba una melancolía por más soleado que estuviera.
Las lluvias eran otra historia, sacaban lo peor de mí ya que me recordaban a papá. De pequeña siempre nos sentábamos en el pórtico mientras tomábamos chocolate caliente y mirábamos como por la calle el agua corría y hacíamos unos barquitos de papel.
***
Me encontraba haciendo tarea de física hasta que la notificación de mi celular fue un buen distractor y excusa para dejar de hacerla en aquel momento.
Era de Joseph.
Mi corazón como cosa rara se había paralizado y sentí como todo mi cuerpo se puso helado, así reaccionaba a cuando algo de Joseph se trataba, mis hormonas se volvían un alboroto sin sentido.
Abrí el chat y al momento me decepcioné.
<Lucy realmente me gusta, Grace Grey>
—Me alegro que tengas suficiente amor para ella Jo —dije a la nada mientras sentía como los ojos me escocían por las lágrimas que estaban tratando de retener.
Volví mi vista al celular con mi pobre corazón hecho un puño y contradicciones de sentimientos.
<Me alegro, Jo>
Vi que estaba escribiendo pero preferí cerrar el chat y respirar pausadamente tratando de controlar mis sentimientos. Tal vez después de todo Louisa tenía razón, debía escribir algo.
Agarré mi computadora y abrí un documento en Google Docs, aquella página en blanco me incitaba a escribir mis sentimientos, de qué, no lo sabía. Pasé viendo la pantalla blanca junto con las herramientas para escribir. Mi celular volvió a tener una notificación.
<Jo>
—A la mierda, ya está —dije a la nada en voz baja y me concentré en una idea que vino a mi mente justo en aquel momento—. ¿Qué más da? Igual ni se entera.
Coloqué mis manos en el teclado de la computadora y comencé a escribir el título de mi primera y nueva historia de amor, si es que no mataba a ninguno de los personajes en el proceso como los demás escritores sin corazón.
¿Qué tanto daño les había hecho para matar a personajes inocentes?
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Editado: 14.07.2021