Luego de terminar sus rondas, fue hasta el comedor, se sentó lejos de todos, porque incluso los mismos betas que laboraban en otras áreas del hospital le evitaban.
Colocó su bandeja sobre la mesa y empezó a degustar su primera comida del día. Su turno inició a las cuatro de la mañana, le tocaba el horario largo, por lo que, después de ir a observar una cirugía dormiría un rato, tal vez podría asistir a su residente...
Pero sus pacientes tenían otros planes, su beeper comenzó a sonar, anunciando una emergencia, se levantó de inmediato y corrió hacía donde se le solicitaba.
Los largos pasillos se despejaban según avanzaban sus pies, de alguna manera le incomodaba un poco que fuesen tan largos, porque en algunas situaciones, como esa, sentía que sus piernas no alcanzaban la velocidad deseada y podría pasar algo fatal.
Las enfermeras estaban dentro, haciendo lo posible por estabilizar al omega, apenas entró se le notificó del estado del joven e inició compresiones.
—Carguen a doscientos— dijo, con la autoridad que requería. Frotó las paletas y luego las colocó sobre el cuerpo del omega rubio— despejen.
La carga golpeó al inerte joven que seguía sin responder, no podía dejarlo así, por lo que pidió que cargaran de nuevo pero a trescientos y repitió el proceso, esperando alguna señal, hasta que el monitor cardíaco volvió indicar que había pulso.
Soltó un suspiro, un suspiro cargado de alivio, ni siquiera entendía porque, pues de antemano existían situaciones que no podían controlar y que aunque se hiciera todo lo posible, a veces no lograban salvar a sus pacientes, es por ello que se pregunta la razón, del porque su propio corazón se agito de miedo de perderlo...
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Editado: 09.10.2021