Desde hace tiempo sabía que yo estaba muriendo.
No hizo falta que empezara a vomitar sangre o toserla, tampoco que Hiro me gritara o me diera un indicio de su mal estar. No, ya había una parte dentro de mí que tenía cierta noción. Un hematoma como el que tenía no era normal, incluso acostumbrada a no tener nada ordinario en mí, apenas lo vi aparecer días después del ataque en Costa Norte, yo supe que podría significar. Esperé equivocarme y que fuera un golpe. No lo fue.
Incluso lo acepté fácilmente, algo que parecía descomunal y trastornado, el hecho de que pensar que moriría, que mis días estaban contados en una oscuridad que crecía y crecía en mi pecho, y en lo único que podía pensar en mi tonta desesperación, era poder llegar a ver Noah antes de que terminara de consumirme. Antes de que dejara de respirar.
Pero sabía que mis amigos no lo podrían aceptar así de fácil, claramente entendible el por qué, y fue en parte su negación la que activó la mía. Pensé que, al ocultárselos a ello, al esconderlo de hasta mis pensamientos, podría ignorar el constante latido, picazón y ardor. Qué, contando los segundos, me daría cuenta el tiempo que me quedaba, que tenía que aprovechar. Me negué a la negación de mis amigos, y así, yo negué el tema, que terminó por morderme los talones al estar cada vez más cerca, cada vez más real.
La reacción de Tom fue lo que me confirmó lo que había hecho, por qué lo había oculto. ¿Cómo poder ver sus facciones romperse ante la idea? ¿Qué el dolor se reflejara en cada gesto de su rostro? Me dolía a mí, mucho más que un maldito hematoma. Mi muerte significaba lastimarlos a ellos, dejarlos a ellos. No podía haberlos cargado con tal responsabilidad y dolor por tanto tiempo. No así. Y por más poder que tuviera de borrarles la memoria, de pretender que nada de esto habría pasado, no tenía la fuerza ni el corazón tampoco.
El gemelo miró al Doc como si lo hubiera golpeado, pateado y escupido al mismo tiempo. Respiraba pesado, sus hombros ensanchándose al exhalar y encorvándose al inhalar. Después fue su cabeza agitándose, sus ojos pasando por mí como si fuera a decirle que era mentira. No tenía palabras las cuales pudieran calmarlo. Ya había escuchado los llantos de Olivia en lo que se iba, asustada por mí. ¿Iba a volver a mentirle y decirle que estaba bien? ¿Cuándo mis órganos habían empezado a fallar? ¿Cuándo me acababa de ver a pasos de la misma muerte y por fortuna había sido salvada?
Mi silencio agrandó sus ojos, su boca cayendo en lo que su mente tomaba la noticia, la verdad. Muchas emociones atravesaron sus facciones. Vi el dolor, el miedo, la ira, la decepción, la tristeza y, más que nada, una sensación de traición en él que no hizo más que acuchillarme el pecho.
Caminó hacia atrás de a poco, sin sacarme la vista de encima, su mandíbula apretándose y marcándose más de lo normal.
—Por eso estabas tan desesperada por encontrar a Noah…por eso sobreprotegías a tu hermana...hasta los guantes esos de vuelta. Querías que todo estuviera bajo tu control para…para dejar las cosas ordenadas —habló dolido, cada pieza en su cabella cayendo en su lugar. No hice nada más que quedarme quieta, el Doc y Troy mirándose entre sí. Su aprendiz también se veía sorprendido y dolido de no haber sabido sobre mi situación. Tom se apoyó en la mesada, todo su cuerpo tensándose—. Por eso actuabas como actuabas, te presionabas como te presionabas… porque no sabías cuando te íbamos a perder y necesitabas dejar todo en orden.
No había persona, aparte de mi hermana y Noah, que me conocían, pero que no tenían el poder que Tom sí; comprenderme incluso por debajo de mi silencio. Él entendía, él buscaba, él me sabía deducir en una acción que podía significar cinco cosas distintas y él las sabía. Que no haya visto venir mi derrumbe lo lastimaba, lo enojaba, porque significaba que yo se lo había permitido. Que, de una manera u otra, se lo había escondido de la manera más íntima que ni él pudo percibir. La persona que siempre había sabido que podría saberlo primero había sido él, y sin contar el Doc, ahí estaba él, leyendo mis pasos como una línea que sólo me llevaba en un camino.
Su vista bajó de vuelta al hematoma, aun expuesto por la camisa abierta que Troy me había cedido, y con dedos temblorosos, comencé a abotonarla, tapando la evidencia que no podría borrar de mí. Tom respiró tan pesado que pude oírlo desde el otro lado del laboratorio, la camilla en el lado contrario a la mesa en la cual se apoyaba, y sentí mi boca seca, mi garganta sin nada que tragar.
Los ojos de Tom parecían querer perforar lo que cubría mi hematoma, sin sacar su atención de dónde la había visto.
—Tus mareos, tus malestares, tu bajo peso…todo estaba relacionado con eso —volvió a tirar de su pelo, como si fuese un castigo que no se hubiese dado cuenta, y quise bajarme de la camilla para acercarme. Troy me mantuvo en mi lugar, agitando su cabeza seriamente. El gemelo dejó caer su cabeza por debajo de sus brazos que soportaban su peso en la mesa—. Te estabas muriendo adelante mío y no me dijiste nada. No lo pude ni ver venir.
Lo último que quería era que sintiera culpa.
—No, no hagas eso- no es tu culpa-
—¿Desde cuándo? —me interrumpió, sin levantar su cabeza. Al quedarme callada y pensar, fue que poco a poco volvió a levantar su vista para encararme—. ¿Desde cuándo lo sabes?
La respuesta real era meses, desde poco después del ataque en Costa Norte y que sentí los primeros síntomas fuera de lo normal. Tuve miedo de decirle la verdad, de darle a entender que había pasado meses desde que la primera noción había aparecido en mi cabeza.
—Desde hace rato —no mentí, fui ambigua, pero él pudo suponer que era más tiempo del que le hubiese gustado. No se trataba de haber escondido mi estado por unos días que lo hubiera hecho enojar y por ahí entender mis razones. No, se lo había escondido por semanas y semanas, meses, en el departamento, en las misiones, en el día a día que nos veíamos—. Apenas el hematoma empezó a-a tener forma.