Mi cuerpo se balanceó con el movimiento del vehículo, la luz del amanecer iluminando el cielo poco a poco. En el gran espacio en el que me encontraba, Troy y Anna nos acompañaban, Enzo siendo quien manejaba. A sorpresa de muchos, yo había cambiado lugar con Jacob, o bueno, me habían cambiado. Claire se notó confusa cuando Jacob dijo que Tom le había dicho de ir con ellos, Luna y Olivia detrás de él. Yo no dije nada y asentí, subiéndome en silencio al vehículo continuo.
No eran los mismos que usábamos siempre, sino que eran las furgonetas que usábamos para los rescatados. Habían sido alguna vez de los militares, y después de que Troy y Jacob las habían revisado para sacarles todo tipo de rastreador, conexión y artefacto que las relacionara con la militancia; eran nuestro transporte más importante. Habíamos llenado decenas de veces aquellos vehículos, esperaba que volviéramos a hacerlo, pero con nuestra prioridad tomando un lugar dentro de ella.
Enzo y Tom concordaron en no detenerse en el trayecto, teníamos que llegar lo antes posible y la Ciudadela quedaba a unos cuantos kilómetros de Costa Norte. A diferencia de la vez anterior que nos habíamos acercado tanto, cuando después había ido al refugio de los Benignos, no sentí esa ansiedad. La había sentido en todos los otros trayectos a las misiones, cuando estaba en los autos, cuando pensaba que pasaría si Noah estaba ahí. No, ahora era diferente. Sabía dónde estaba, sabía cómo estaba. Y sabía lo que significaba ir a buscarlo, lo cual no me daba ansiedad. Me ponía rígida.
Troy no dijo nada sobre lo mío en lo que nos sentábamos en el espacio de atrás. Él había adoptado algunos asientos con sus cosas; la tableta con la ubicación, su computadora y sus herramientas. En sus manos, su máquina. Parecía ser un dron, por la forma que tenía y sabiendo que lo había hecho elevar un poco dentro del auto. Anna casi lo manotea lejos de no ser que lo atraje sutilmente hacia mí, queriendo salvar al cacharro.
Se lo devolví con cuidado cuando las aletas dejaron de girar y se apoyó en el regazo de Troy.
—¿Acaso tiene una metralleta escondida que nos pueda ayudar? —pregunté, un tono divertido en mi voz que lo hizo sonreír—. ¿O unos explosivos?
Rodó los ojos ante mi exageración.
—Una cosa así de pequeña debería tener un cámara de recarga para poder cargar con todas esas cosas, y a tu mala suerte, no la tiene. No es para atacarlos —agarró su destornillador y siguió ajustando unos cuantos detalles alrededor—. Es para encontrar a Noah más fácil.
Señaló el lente en la parte frontal del dron. Fruncí las cejas.
—¿Cómo un dron va a entrar desapercibido por el edificio? ¿Puede atravesar paredes o algo así?
—Algo así. No lo va a atravesar, no está hecho para eso, pero… —volvió a señalar la cámara, girando toda la máquina para que la viera mejor. Después me tendió su tableta, apretando un par de cosas, y señalando que mirara la pantalla—. Es una cámara termográfica.
Miré lo que era una silueta en muchos colores en un filtro azul, una silueta que empezaba de verde, a amarillo, y llegando a un rojo intenso. Alejé sutilmente la pantalla de Anna, sentada cerca de mí, al ver que lo rojo era mi anomalía y cómo esta me consumía. El hematoma.
—Noah tiene una temperatura mucho más elevada que todos nosotros. En lo que, generalmente, tenemos treinta y seis grados en nuestros cuerpos, él supera los cuarenta y creo quedarme corto —volvió a acomodar el lente, usando un poco de cinta alrededor de todo el cacharro, y sonrió—. La cámara puede atravesar las paredes y percibir las temperaturas a través de ellas. Logré intensificar su lente para que pueda lograrlo.
Anna, habiendo escuchado todo, levantó sus cejas.
—¿Cómo es que puedes lograr todo esto con cacharros de metal?
Troy sonrió, dándome un vistazo.
—Porque sé manejar el número de Dios —sus mejillas se pusieron coloradas—. Y el número divino lo puedo encontrar hasta en la hoja de un árbol. Es una pena que nadie más pueda hacerlo.
Me reí más por la cara de Anna, que rodó los ojos, y se acostó en los asientos, murmurando algo entre dientes. Sólo yo había visto como su mente funcionaba, cuando tuve que reparar el código con el cual cabeza procesa sus pensamientos, y ya tenía más que en claro que era una maravilla. Doc lo conocía, lo entendía, yo sólo lo había visto y admirado. No era algo que me hubiera elegido a mí, mis neuronas de suerte coincidían en un mismo pensamiento.
Yo me paré por un momento, la altura de la furgoneta permitiéndome estirar las piernas y la espalda, después de tantas horas de viaje y sin poder pagar, mis músculos quejándose de la rigidez. Troy me miró de costado, analizando mi postura y estado. Doc seguramente le había exigido que mantuviera su atención fija en mí, en cada pequeño movimiento que hacía, su aprendiz estaba ya quieto y esperando ver qué seguía.
Esa vez, se estiró hacia la mochila que había traído, y sacó de ella un recipiente plástico.
—Mamá hizo unas cuantas cosas para vender y logré robarles algunas —me sonrió, deslizando el contenido hacia mí—. El budín que tiene frutos secos te hará bien, tienen propiedades como el potasio, magnesio, calcio y fósforo. También selenio y zinc. Aparte de la proteína del huevo, los carbohidratos de la harina-
Enzo, desde el asiento de conductor, miró por el espejo retrovisor.
—¿Acaso tenemos un nutricionista y no me enteré?
—A algunos de acá les hace falta —le contestó Anna, inclinándose para robar lo primero que encontró del recipiente y darle una mordida. Me miró al masticar—. Estás a pocos kilos de romperte como una ramita.
Arqueé una de mis cejas, evitando mirar hacia abajo y darle la razón.
—Y tú a pocas palabras de quedarte sin nariz.
Anna se rio, sin decir nada más, y continuó comiendo la porción de budín que había logrado agarrar. Me acerqué a Troy y me senté a su lado, aceptando el recipiente y comiendo de a pequeños pedazos la delicia que Zafira había cocinado. Compartí con Troy —y hasta con Enzo, que casi me gruñó al sacarme la comida de la mano— volviendo al lado del aprendiz en lo que él seguía dándole vueltas al dron, asegurándose de todo.