Agité los restos de camisetas que logré encontrar entre todos los bultos de telas y revueltos de barro que había. Muchos de mis compañeros estaban haciendo lo mismo, Tom a mi lado ayudándome a cargar las cosas que rescataba. Me sentía una ladrona, llevándome cosas que no me pertenecían por más que entendiera que así estábamos sobreviviendo. El grupo que alguna vez había estado ahí no volvería por sus cosas, o directamente no volvería. No sabía ni qué había pasado con ellos.
Ni con el anómalo que los atacó.
Pensarlo me confundía, ingenuamente creyendo que siendo uno, protegería a los demás como nosotros hacíamos. ¿Por qué le daría la espalda a su gente cuando se suponía que vivía con ellos? ¿Acaso podría haber sido un traidor? ¿Una mala persona? Me pesaba el alma pensar que hasta había atacado niños, el peluche que había encontrado antes estaba en los brazos del gemelo a mi lado.
Noah y Enzo estaban analizando el lugar, los demás haciendo, o tratando de, investigar también al mismo tiempo que rescatábamos recursos. Tom llegó a tirar de lo que parecía ser una manija de una mochila, arrastrándola fuera de la tierra que la cubría y sacudiéndola para limpiarla lo más posible.
De uno de los bolsillos, que su cierre estaba roto, cayó un trozo de tela perfectamente cortado. Era un pañuelo blanco, que estaba muy cuidado y que tuve que agarrarlo con cuidado en el aire para que no tocara el piso ni tampoco mis dedos mugrosos. Cayó delicadamente en mis manos, permitiéndome admirar el bordado de flores y hojas en las esquinas.
Lo miré a Tom con una pequeña sonrisa.
—Creo que tengo en mente quién será la dueña de esto, ¿eh? —los ojos miel del gemelo no salieron del pañuelo al asentir. Tuvimos muchísimo cuidado al doblarlo y meterlo entre las prendas más limpias que encontráramos—. Debe haber sido un recuerdo de alguien, está muy cuidado y limpio para haber sido de un anómalo.
Tom había abierto el cierre grande de la mochila y me mostró su interior con una mueca extraña.
—O una artista —señaló el interior y al ver lo que cargaba, no pude evitar fruncir las cejas. Cuadernos gastados, al abrir uno de ellos encontrándome que estaban a medio usar, un estuche con instrumentales de dibujo y algún que otro óleo en el fondo. Había ilustraciones preciosas plasmadas en las hojas, tanto bocetos como paisajes—. Podría servirle a tu hermana para las clases, tener hojas limpias para escribir o dibujar es un lujo para nosotros.
Reírme fue hasta depresivo. Los útiles escolares eran escasos en la Costa Norte, los lápices que conseguíamos eran artesanales, las lapiceras recicladas y estirando su uso hasta que la tinta no salía más. Morgan iba a estar contenta de poder tener todo lo que estaba en esa mochila, y yo me salvaba de gastar por unos meses en aquellos útiles.
Con cuidado de no doblar nada, metimos parte de las prendas dentro de la mochila y Tom la cargó en su espalda. Yo continué buscando un poco más, encontrando unas pilas, un llavero multiuso —el cual quise dárselo a Tom, pero se negó—, una jarra metálica y, algo que nunca había pensado en necesitar, una caja de fósforos.
El gemelo me codeó en broma al levantarme.
—Mi hermano se va a poner celoso.
—No seas imbécil.
Lo dejé cargando con todas las cosas cuando siguió riéndose, haciéndome paso entre la gente para llegar al otro gemelo que estaba frente a unas paredes de piedra que rodeaban lo que había sido el campamento. Estaba mirando fijo el material frente a él cuando llegué a su lado, a lo cual quise preguntarle que tanto estaba viendo, que entendí en un vistazo cuál era su curiosidad.
No se veían a simple vista, sólo si te detenías a verlo podías hallar las formas que estaban plasmadas tenuemente en la piedra. Pasé mis ojos por las cuatro figuras, no era una forma específica ni familiar, sólo que ciertos ángulos y dada la extraña situación, me permitieron tener una mínima idea de lo que podría ser.
Noah a mi lado se inclinó hacia mí para llegar a susurrar en mi oído:
—¿Soy yo... —tragó pesado—... o se parecen a...?
—Siluetas humanas —terminé por él, mirándolo de reojo—. Es lo que pensé.
Nos acercamos más con cuidado, mis dedos tendidos en dirección de una de las siluetas, encontrando el parecido de la forma de mi mano a la que estaba trazada frente a mí. Era como ver la sombra de alguien que no estaba.
—Es como si hubieran sido... vaporizadas —al escucharlo hablar, recordé las clases de Historia cuando estaba en la escuela, del fin de la Segunda Guerra Mundial y el irónico nombre que mi anomalía cargaba siendo más amargo todavía—. Justo como una-
—Bomba atómica —dijimos ambos al mismo tiempo, Noah frunciendo la boca en una fina línea—. No puede ser eso, ¿verdad? De ser así, ya estaríamos quemados vivos por la radioactividad.
—Estaríamos muertos y ni tu protección nos hubiera servido, Tay.
Miré las figuras, que, al estar tan atenta a ellas, empecé a encontrar la forma de sus brazos y piernas. Estaba demasiado segura de que, lo que estaba frente a nosotros, eran las impresiones de las personas tras un estallido. ¿Pero de qué? ¿De quién?
—Por ahí Marla puede leer la mente de la mujer para saber qué pasó y pueda ayudarnos —propuso Noah, señalando con su cabeza a la chica que seguía revolviendo los restos del campamento.
—Creo que lo último que necesita en este momento es alguien metiéndose en su cabeza —la pobre mujer estaba colgando de un hilo con su estabilidad mental, no tenía por qué tener a alguien indagando en sus memorias—. Denle unos días al menos.
Él se cruzó de brazos, tensando la mandíbula al pensar.
—Es como un último flash... —imitó un estallido con una de sus manos e hizo un ademán hacia las siluetas—. Y su recuerdo final pueden ser solo estas siluetas.
Sus ojos habían caído detrás de mí, las cejas frunciéndose en lo que parecía ser angustia, y al girarme, las mías tomaron el mismo camino. La altura de dicha silueta me llegaba al pecho, mis dedos la acariciaron con suavidad y peor se sintió mi pecho al seguir la distancia donde dicho... niño había estado parado. Me encontré mirando el mismo lugar dónde había encontrado el peluche.