Alicia:
Pasó un mes desde aquella noche llena de contrastes y decisiones que me dejaron reflexionando. La rutina seguía su curso, pero en aquel momento me encontré en una encrucijada inesperada. Fue seleccionada para un nuevo reto, y esta vez era completamente diferente a cualquier cosa que había enfrentado antes.
Me enviaron a otra empresa para asumir el rol, o mejor dicho, el puesto de Project Manager en un proyecto misterioso. La organización se especializaba en la creación de programas y dispositivos innovadores, y aunque todavía no recibí detalles sobre la naturaleza exacta del nuevo proyecto, el atractivo premio monetario que me habían prometido parecía eclipsar cualquier otra consideración. No me importaba el lugar en el que tendría que trabajar; mi enfoque estaba en lo que podía lograr.
Mi primera semana en la nueva empresa fue un torbellino de presentaciones, reuniones introductorias y la familiarización con un equipo altamente competente y motivado. A medida que avanzaba, empecé a comprender que el ambiente fue un crisol de ideas creativas, un caldero donde la innovación hervía constantemente.
Decidí que necesitaba un momento de respiro y decidí bajar al comedor para tomar una taza de café. Mi favorito siempre ha sido con doble ración de canela, sin azúcar y con leche sin lactosa. Entré en el ascensor y, para mi sorpresa, me encontré con un hombre atractivo de ojos brillantes y una figura fuerte, elegantemente vestido con un traje de chaqueta. Su rostro me resultaba extrañamente familiar, pero no lograba recordar dónde lo había visto antes.
Al cruzar miradas, me saludó con una sonrisa amable.
Desconocido: "Hola, ¿cómo estás? ¿Tienes agujetas?" - preguntó, sus palabras me sorprendieron y mi mente hizo un intento rápido por situarlo. Sus palabras y la manera en que me miraba me hicieron pensar que tal vez nos habíamos cruzado en el gimnasio, pero eso no cuadraba del todo, ya que había dejado de ir al gimnasio hace tiempo. Mike, mi pareja, había expresado celos por mi presencia allí.
Traté de ocultar mi desconcierto y respondí con una sonrisa leve.
Yo: "Oh, no, no tengo agujetas. ¿Gimnasio, tal vez?" dije, intentando sonar casual mientras analizaba su rostro, buscando cualquier indicio que me ayudara a recordar.
El ascensor se detuvo en la planta baja y las puertas se abrieron. El hombre se mantuvo a mi lado mientras salíamos del ascensor.
Desconocido: "Sí, eso pensé. Te vi bailando como una profesional aquella noche", dijo, y entonces fue cuando lo vi: su sonrisa, la forma en que se movía, todo encajó. Era él, el desconocido con el que había bailado en el bar hace semanas.
La realización me golpeó como una ola de vergüenza. Mis mejillas se encendieron mientras me apresuraba a formular una respuesta.
Yo: "¡Oh, sí! ¡Eres tú!" dije, tratando de parecer menos sorprendida de lo que realmente estaba. "Vaya, el mundo es pequeño, ¿verdad?"
El hombre rió, sus ojos brillantes reflejando diversión.
Desconocido: "Sí, definitivamente lo es. Me alegra verte de nuevo."
Me reí nerviosamente.
Yo: "Sí, lo mismo digo. La última vez fue, um, interesante", dije, tratando de encontrar las palabras adecuadas mientras mi mente corría para procesar todo.
El comedor estaba a la vuelta de la esquina, y mientras nos acercábamos, él habló de nuevo.
Desconocido: "¿Te importaría si me uno a ti para tomar algo? Sería un placer."
La sorpresa inicial se desvaneció, y asentí con una sonrisa.
Yo: "Por supuesto, sería genial, puede ser más tarde"
Con mi taza de café en mano, elegí la mejor mesa del comedor, una que ofrecía vistas panorámicas de la planta alta del edificio. Las luces de la ciudad centelleaban en la distancia, creando un ambiente relajante que contrastaba con el ajetreo que caracterizaba la rutina diaria. Después de un mes intenso, este momento de tranquilidad se sentía como un pequeño refugio en medio del caos.
Sumida en mi propio mundo, estaba absorta en las noticias en mi móvil cuando sentí, de repente, que no estaba sola. Una especie de intuición me alertó de la presencia de alguien detrás de mí. Me giré instintivamente y me encontré con la mirada del mismo hombre atractivo que había compartido un baile fugaz conmigo en el bar semanas atrás. Aunque su apariencia era la misma, esta vez llevaba dos cruasanes en una mano y una taza de café en la otra. La sorpresa en su rostro era tan evidente como la mía.
Desconocido: "Puedo sentarme aquí, ¿verdad?" preguntó con una sonrisa amistosa, señalando la silla frente a mí.
Yo: "¡Por supuesto! Adelante", respondí, sintiéndome un poco nerviosa.
Se acomodó y depositó su desayuno en la mesa, y empezamos a charlar. Aunque la situación era completamente diferente a aquella noche de baile, había una energía familiar en el aire. La conversación fluía con facilidad, como si estuviéramos conectados de alguna manera inexplicable.
A pesar de que estábamos rodeados de otros empleados en el comedor de un business center, el ambiente se sentía extrañamente íntimo. Mientras hablábamos, me di cuenta de que nuestras palabras evocaban la sensación de una primera cita. El contexto lo hacía difícil de describir como romántico, pero había un aire de exploración y descubrimiento que compartíamos.
Pronto, la charla giró hacia el trabajo. Hablamos sobre los proyectos en los que estábamos involucrados y cómo nos relacionábamos con los directivos. Sus preguntas eran directas pero amigables, y me encontré hablando de manera franca y relajada. A medida que compartí mis impresiones sobre los directivos, la línea entre la sinceridad y el decoro se volvía borrosa.
Finalmente, llegó la pregunta que me tomó desprevenida:
Desconocido:"¿Te llevas bien con los directivos de tu proyecto?"
Yo: "Me parece una falta de respeto por parte de mis directivos, unos pijos irresponsables que no encontraron tiempo de verme a mí, una manager de proyecto. Seguramente están más interesados en ligar con secretarias o pensar en la compra de nuevo Porche", comenté con una risa suave y un poco de nerviosismo.
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Editado: 21.12.2023