Nuestra vida como Archiduques

Capitulo 10: La Ceremonia

En Estralar, capital de Adamas.
Había llegado el día.

La Ceremonia de Nombramiento sería hoy.

Después de tres semanas de clases tediosas sobre leyes y códigos de guerra Adamasís, prácticas de consejos y entrenamientos con la guardia real, se le había dado de alta para formalizar su posición como Archiduque.

El estruendo de las trompetas retumbó en la gran sala del trono, reverberando en las altas columnas de mármol negro y oro. El aire estaba impregnado de incienso y de un sutil aroma a algo más… algo dulce e irreconocible.

Theo esperaba afuera de la sala. Él y otros cuantos sirvientes que no había visto nunca antes, ya que incluso a Cedret y Eggie les habían permitido entrar. Intentó pensar en algo pero la verdad era que no había nada en su cabeza.

Si acaso solo lo que Amaly le había contado de la ceremonia; los lugares que correspondían a cada persona. Nobles del lado izquierdo, reyes y príncipes del lado derecho.

—Si tienes nervios, mira a tu derecha y nos verás a nosotras— le había dicho su prima—. Seremos fácilmente identificables por el color morado.

Resulta que solo la familia real podía usar tonos púrpuras y derivados en sus ropas, del mismo modo que solo recién nacidos y novias podían usar el blanco y las perlas. Ahora entendía por qué no había visto ni una sola antes…

Entonces, la puerta se abrió de par en par y la voz del heraldo se alzó sobre el murmullo de los presentes, dando inicio a la ceremonia. Theo supo que tenía que avanzar.

Atravesó el umbral de la puerta con paso firme y solemne, sintiéndose más como un prisionero caminando sobre la plancha que un noble atravesando el camino al trono. Aunque, conforme acortaba la distancia entre el Rey y él, el peso de la capa dorada sobre sus hombros se iba aligerando.

Miraba a la multitud conforme avanzaba, una vista limitada pero suficiente. Reconoció nobles de reyes y reyes entre ellos. Las princesas ya le habían explicado más cosas y sabía que cada reino tenía una piedra específica en sus coronas.

Por momentos, su mirada coincidió con la de los reyes de los bosques, que tenían una treella, piedra color marrón que se forma en las raíces de un árbol por los minerales que poseen. También con los Reyes de ambas Costas, unos tenían un zafiro azul y los otros un diamante del cielo. Ninguno de ellos lo veía con burla, ni desconfianza, ni rechazo. Solo… expectación. Bueno, la reina del Valle (identificable gracias al ópalo verde en su tiara que combinaba con sus ojos), lo miraba con los ojos entrecerrados y demasiado fijos. Era incómodo, pero no se sentía juzgado… casi.

Además de eso, nadie lo medía con vara ajena. Lo miraban como si ya fuera parte de algo. Como si, de algún modo, lo hubieran estado esperando.

Llegó a los pies del trono, el Rey ya lo esperaba ahí. Danell estaba de pie, alto, elegante y muy rubio. La corona en su cabeza era casi tan magnífica como la del mismo Rey.

Cuando el Altísimo Rey Leman lo miró, extendió una mano y un guardia le ofreció a Seralyn, la espada real. Una hoja larga y austera hecha de… diamante y mango de plata. ¿Se podía hacer una espada con diamante? Al parecer sí… Theo tragó saliva y cayó sobre su rodilla izquierda. Bajando la cabeza ante su rey.

Tuvo un pequeño recuerdo de cuando era un niño marino y se arrodilló ante el Capitán Teagan porque lo acusaron de ladrón. Creyó que ese día perdería la cabeza. Sonrió al pensar en esos días.

—Por la sangre que fluye en tus venas. Por el nombre que portas. Por los pactos sellados antes de tu nacimiento… Y por el peso de tu casa, que esta tierra reconoce, aunque no la hayas conocido hasta ahora…

La hoja tocó su hombro izquierdo.

—Te confiero el título de Archiduque del Altísimo Reino de Adamas.

La espada cambió de lado.

—Te nombro Maestro de Guerra, como dicta el antiguo derecho de tu estirpe.

Theo sintió la respiración atraparse en su pecho.

—Y, a su vez, te concedo el mando como Gran Almirante de las Flotas Adamasís, según la voluntad de esta corona.

El Rey bajó la espada lentamente, pero su voz subió de tono. Y habló con un grito solemne:

—¡Salve, Theodore Van Eck, Archiduque del Altísimo Reino de Adamas, Maestro de Guerra y Gran Almirante de las Flotas Adamasís! ¡Salve al Archiduque!

Las aclamaciones retumbaron como un trueno contenido. Pero Theodore no levantó la vista. Seguía arrodillado sobre el mármol pulido, con las manos apoyadas en su muslo. La capa se deslizaba sobre el suelo como una sombra alargada pero el peso… ese se desvaneció por completo.

El rey tomó asiento en el trono, y le informó al Archiduque que podía levantarse.

—En nombre del Altísimo Rey— continuó el heraldo, que se postraba del lado izquierdo del lugar—, se le conceden dos asientos en el Consejo, el Ducado de los Susurros y, con él, la formidable Fortaleza de Nellis, así como la Costa del Misterio y el Mar Blanco de Adamas…

Los susurros en la sala se hicieron más audibles. Theo aprendió durante la semana que la Fortaleza de Nellis era legendaria, inexpugnable, un bastión en lo alto de los acantilados; y la Costa del Misterio, con sus puertos y riquezas, representaba un premio digno de un hombre de guerra. Algo que él no era. Aún.




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