Canción: Stop and Stare - OneRepublic
Londres solía convertirse en un fuerte caos glacial durante enero, el mes invernal más frío, sus temperaturas descendían hasta dos grados y presentaba chubascos a todas horas del día; la ciudad adoptaba un tono gris mojado, adornado por miles de abrigos felpudos que los transeúntes vestían, así también, los paraguas se volvían un accesorio adicional.
Desde la edad de quince años yo acostumbraba a comprar toda mi ropa en un pequeño local de Paddintong y siendo aquel el cuarto martes del año, las tiendas ya no se encontraban tan abarrotadas de turistas desesperados.
Crucé incómoda para entrar a Mary's Shop, un sujeto robusto hablando por celular parecía estarme siguiendo desde la estación del subterráneo o era lo que mis impulsos ansiosos me provocaban creer, por medio del vidrio, en la seguridad del local, visualicé como el gigante siguió despreocupado su camino cuesta abajo, viré los ojos frustrada por esos falsos delirios de persecución.
En Mary's Shop podían encontrarse las gabardinas más hermosas, me atrevería a jurar, de todo Reino Unido, era la misma María Lovelace, una anciana galesa de noventa años, la encargada de confeccionarlas, aunque en tal ocasión lo que buscaba era un gorro lanudo antes de volver a la clínica St. Magdalena, no, el motivo no se debía a algo alarmante, tan solo pretendía llevar un obsequio atrasado de navidad a Bevetla Pierce, días atrás había sabido por medio de otra ex compañera, a quien encontré en nuestras consultas, que el trastorno alimenticio de Beve empeoró cuando dejó la clínica, apenas un mes estuvo fuera. Tenía anorexia nerviosa a tal grado de necesitar ser intubada y utilizar silla de ruedas para desplazarse, eso respondía al por qué un día dejó de comunicarse conmigo.
Elegí el gorrito color rosa pastel y la dependienta lo introdujo en una brillante cajita para regalos.
—¿Cómo pasaste navidad, Debbie? —preguntó ella, dándole forma de chonga al listón verde. Yo era una clienta frecuente del local, razón que me había vuelto amiga de Grace Lou, la chica bajita regordeta con cabello rizado que se parecía a la adorable Mariquita Pérez.
—Estuvo bien, todo diciembre asistí a cursos de arte en la academia John Constable —contesté suspirando. Observé interesada los muchos guantes aterciopelados a través del mostrador recibidor. No mentía, la trabajadora social me ayudó a conseguir cupo, fueron clases gratuitas, aprendí más sobre técnica sanguina y piedra negra. —Además pasé noche vieja con mi familia, por primera vez. —sonriente, alcé la vista —¿Y tú? ¿La temporada no ha sido molesta para el brazo de tu esposo?
—No tanto, pese al frío Dave ha mejorado, este mes dice adiós al molesto yeso y prometió no volver a subirse a una motocicleta, está agradecido de no haberse desnucado, ¿te imaginas? Ahora yo sería la viuda Monroe ¡Dios! Solo tengo treinta años —rio aterrorizada
—Un título de señora —bromeé
—Que espero nunca recibir, lo amo demasiado
—Dave es afortunado, ustedes son afortunados
A decir verdad, no conocía al tal Dave, nada más sabía de su existencia porque Grace lo mencionaba cada vez que podía, se encontraban casados desde los dieciocho, muy jóvenes a mi parecer y aunque por obvias razones no lo expresaba, sabía que algún día se separarían o uno sería infiel, nadie celebra sus bodas de oro sin haber besado otros labios.
—En efecto, mi queridísima amiga del gabán rojo —añadió feliz. La referencia fue a mi atuendo, en especial a la chaqueta que nunca me quitaba, las personas ya me describían así, ¿qué podía decir? ¡La adoraba! —Oye —añadió seria —También quiero confesar que me siento orgullosa
—¿De qué?
—¡De ti, Deborah! Luces mucho mejor, tu cabello está más largo, tu piel se ve colorida, has ganado peso y ya no tienes ojeras.
Grace conocía una buena parte de mi vida, como el problema alimenticio y la depresión, lo que no sospechaba era que pretendí suicidarme, por claros motivos no resultaba un tema casual para abordar.
—Gracias —susurré encogiéndome de hombros —Estoy intentando... ya sabes
Ella palmó mi hombro en un gesto alentador, de inmediato sentí mucho pesar; mantenerse sobre la línea no era el motivo total de la sanación, caer se tornaba fácil, el verdadero reto consistía en volver a levantarse para continuar.
Yo intentaba abrirme caminos entre mi propia hiedra.
—Grace, ¿puedo preguntarte algo? —Dije al tener un ligero recuerdo.
—Claro, dilo —prosiguió. Prestó atención a un cliente que entró
—¿Qué pasó con el anuncio que había sobre la puerta hace unas semanas? El de "Se solicita empleado"
—Oh, Mary lo quitó, ninguno de los que vino la convenció, ¿por qué?
—No, no es nada, solo que tal vez yo... a lo mejor podría...
—Aguarda ¿Quieres trabajar aquí?
—¿Qué? Puf, no, no, bueno... nunca he tenido un empleo
—Mmm —gimió pensativa —Las tareas no son complicadas, antes de que William renunciara, él se encargaba de la limpieza y de recibir a los clientes, ahora a veces lo hace Mary o yo la ayudó con la escoba, pero vamos Debb, a su edad ya no está para esto, ni siquiera debería continuar cociendo, es una necia. Si tú quieres trabajo, yo puedo hablar con ella, tienes la ventaja de conocerla. Permíteme, un momento —pidió. El comprador no podía decidir cual campera llevar, Grace fue a asistirle
La seguí con la vista y aprecié el discreto espacio de la tiendita, contaba con tres delgados pasillos colmados de maniquís abrigados, botas gruesas encima de repisas cerca de la entrada y gorros en percheros; quería tomar una decisión fija antes de comenzar la petición, no obstante, en el lapso me vi interrumpida por una llamada telefónica, "Tía Wanda" Decía el identificador y fue así como todo siguió otro rumbo.
—Hola, tía
—Deborah, ¿dónde te encuentras? —exclamó apresurada
—De compras en Paddington
—¿Hasta allá? Da igual, no importa, escucha: quiero que vengas de inmediato a mi oficina, estoy en Greenwich, te necesito aquí antes del medio día