Nueve meses

Capítulo 1: Astrid

Lagos, 10:50 p.m.

Bebía su segunda botella de vino, ya la llevaba por la mitad, sonrió ante su imagen distorsionada en la botella, quería embriagarse y olvidar la realidad que tendría que enfrentar al cruzar la puerta de la casa de sus padres, su padre había muerto y no podía estar más feliz, eso también la hacía sentir miserable, se prometió que no lloraría, no podía hacerlo entre luces y música.

Alzando la mano rechazaba todas las bebidas y atenciones que hombres enviaban a su mesa al verla sola, era una discoteca ubicada en la zona más exclusiva de la ciudad, pagó por una mesa en el área VIP y esperaba emborracharse allí sin tener que lidiar con hombres que quisieran llevársela a la cama solo por verla sola.

No creyó conveniente emborracharse en el hotel, pensó que si requiriese ayuda, nadie la vería allí hasta que fuera demasiado tarde, sonrió ante sus pensamientos siempre extremistas.

No sentía sus sentidos entumecidos por completo, sus pensamientos aún eran claros, comenzaba a invadirla, una sensación de felicidad inexplicable y esa idea de ser invencible y todopoderosa que le proporcionaba el alcohol.

«Creí que me afectaría menos», pensó.

Vio la sombra de un hombre vestido de traje frente a su mesa, alzo la mirada poco a poco, pasó saliva al ver el rostro y el cuerpo imponente del hombre, le sonrió con ironía.

—La mesa está ocupada —dijo con tono sarcástico, mordió su labio inferior para evitar sonreír.

—Es evidente, está ocupado por una hermosa mujer, sola, por lo que veo —dijo con voz grave sin dejar de mirarla a los ojos.

Ella sonrió.

—Mis dos acompañantes están en el baño, ya regresan —respondió divertida, el hombre era atractivo, alto y con cuerpo definido, rostro de facciones varoniles y simétricas, por un momento sintió que lo conocía, por otro segundo creyó haberlo visto en alguna película. Una cosa era segura: no podía dejar de verlo, lo repasó sin disimulo de arriba abajo y sintió una electricidad atrevida recorrer su cuerpo.

«Lo deseo», pensó y se rio de ella misma y de su impulso, en su cabeza desfilaron imágenes del hombre en situaciones sensuales que la involucraban.

«Estoy muy ebria ya», pensó mientras pasaba saliva y sacudía su cabellera pelirroja.

—Si yo fuera tú, iría al baño a ver que les pasó, llevan más de dos horas allí.

Ella rio, debió hacer un esfuerzo para no escupir el vino, también se preocupó, el hombre había estado mirándola por mucho tiempo.

—Lamento haber mentido, soy tonta, es obvio que eres un acosador y me estás acechando, estoy sola, pero así deseo estar ¿Lo entiendes? Y tengo dinero para pagar mis propias bebidas, no deseo compañía, puedes irte.

—Una palabra más precisa sería: observando, sí, te he estado observando, creí que te conocía, te pareces a alguien que conozco, que conocí. No quiero pagar tus bebidas o acompañarte, solo quería asegurarme de que no eras esa persona.

—No te conozco, no soy esa persona, puedes seguir tu camino.

El extraño sonrió de medio lado, manteniendo la mirada interesada y fija sobre sus ojos, se dio la vuelta y caminó hacia la mesa contigua donde había otras personas.

Se quedó mirando al hombre: llevaba un traje azul marino y camisa blanca sin corbata, zapatos clásicos de cuero, su cabello oscuro y liso lo llevaba en un corte César bastante bajo. Lo primero que notó fueron sus ojos oscuros e intensos que la miraron con evidente deseo; ella no apartaba la vista de su mesa, él, sin embargo, no volvió el rostro para verla: sonreía con gracia en el grupo donde había un par de hombres más y una mujer, observaba con atención a sus compañeros y de vez en cuando bajaba la mirada.

Admiró sus brazos fuertes y sus muslos definidos que podían apreciarse por encima de la ropa, era un hombre de tez morena, y rostro rectangular, se movía con confianza, ella dedujo que era alguien con poder de negociación, parecía la persona de más poder en la mesa.

Se terminó la botella de vino y mientras bebía cada copa, en lugar de viajar a sus malos recuerdos, se concentró en observar al extraño que ya había volteado a verla un par de veces en las que la pilló mirándolo, ella no apartó la vista, él tampoco, sonreía y volvía a su conversación con toda su atención.

Al cabo de un rato, sus acompañantes se levantaron de la mesa, él los despidió con abrazos efusivos, por lo que Astrid asumió que eran amigos suyos. Sonrió cuando él se dio la vuelta y caminó de regreso hacia su mesa, quedaron mirándose a los ojos, ella pasó saliva y acarició el borde de la copa con los dedos.

—Ya me voy —dijo el hombre.

—Ah, gracias por avisar, espero que llegues bien.

Él miró a los lados y suspiró hondo, volvió a mirarla.

—¿Te quedarás sola aquí?

Asintió con la cabeza.

—¿Bailas? —preguntó, él sonrió, le dedicó una sonrisa llena de picardía.

—¿Me invitas a bailar?

—Creo que así me ahorraré encender la aplicación.

El hombre alzó una ceja y se puso serio. Estiró su mano y ella se levantó tomada de su mano, sonrió al sentir el contacto de su piel suave y mano fuerte, caminaron hacia la pista donde sonaba una canción lenta, la rodeó por las caderas y sin dejar de verla a los ojos acompasó el ritmo de baile con una media sonrisa en los labios.




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