Sola en el comedor, concentrada en la comida servida, con el utensilio, jugueteaba en su plato. No tenía apetito y apenas había probado bocado. Su mente viajaba, recapitulando los eventos acontecidos. Finalizó el Colegio, el Acto De Colación y la Fiesta De Graduación, que consiguió adaptarse, recorriendo felizmente dichos programas establecidos, esos momentos no regresarían, disfrutándolos con satisfacción y júbilo. Por supuesto, compartiéndolos con Leonel y Fernanda, que sin dedicarles importancia, llamó a la “ley de hielo” encapsulándoles dentro una coraza congelada. Transcurrió una semana de tales sucesos, y más allá, de esa indiferencia, estimó que los había superado, entonces, ¿por qué en su interior hostigaba la aflicción? En un rincón de su espíritu, no asumía el rompimiento, anhelaba la ilusión de ostentar un encuentro con Leonel, el tiempo no existía en una relación. Su madre consintió el permiso de pasar el verano en casa de su primo, prescindiendo en otra ciudad, no captarían ninguna posibilidad de reconciliación y percatarse de que no lo vería por unos meses, la ansiedad la atosigaba. Con una mueca apagada, se sumergía en sus encimadas introversiones y concluía que no podía dejar de recordarle, formando parte de un castigo ingrato que no le daba tregua. Un karma que se repetía constantemente y no saber de él le asolaba la moral, sumado a la inquietud de no saber cómo vivir sin él. Después de la intensa conversación, los reproches moraban y su conciencia le repetía que no revertiría lo acaecido. Para repelar esos demonios, estableció en voz alta “Nada dura para siempre, tenés que superar esta etapa" La frase sonaba disímil desde que residía fuera de su vida, igualmente, lo decretaba para que su mente terca, se resigne a que no había vuelta atrás. Un dolor punzante se manifestó en su cabeza, si no sé desprendía de los ásperos razonamientos, ultimaría por explotarle. Desde que abordó el contexto terrorífico por el que peregrinaba, los dolores se agudizaban con impulso y rigor. Apretó sus sienes para calmar el malestar, sin lograr resultado, apoyo su frente al costado del plato. Sonó su celular. Con fastidio e indiferencia leyó: "Esta noche recordá la fiesta de disfraces en casa de Clarissa. No aceptó un no por respuesta" Aldana no contestó el mensaje proveniente de Yamila. El círculo íntimo de amigas lo formaban Yamila, Bárbara, Cintia y Fernanda. Las cinco se conocían desde pequeñas, constituyendo una fortaleza que las unía a medida que crecían y la amistad se fraguó indestructible. Por inocente fío su confianza, y estimuló que jamás se terminaba de conocer a una persona, lógicamente, lo pensaba por Fernanda, que continuaba vetada. En su interior indagó, ¿Por qué no le exhibió la verdad? ¿Por qué la engañó tan cruelmente? Vibró el celular, y leyó: "A las doce de la noche te pasó a buscar y si tengo que obligarte a salir, lo haré, estás advertida. Te quiero, besos"
Aldana de mal grado escribió: "Ya lo hablamos. Dejé en claro que asistiría" Yamila de ningún modo accedía a un no cómo contestación. Cuando Aldana descubrió las fotografías fue a la primera que encaró. Sin pelos en la lengua, le informó que esa noche estaba presente y no podía conceptuar “el dichoso beso” Con respecto a las fotografías esclarecidas, persistió en que el anonimato del fotógrafo-a podía ser cualquiera, el bar estaba repleto de incontables personas. Explayó una fuerte discusión con Fernanda, acabando fuera con insultos y cachetadas (cuando le describía detalles específicos de la riña, disimulaba la risa, por cómo le relataba la escena o mejor dicho el papelón cometido) Luego de la pelea, mientras que Fernanda alternaba millones de excusas, le describió que sintió una extraña impresión, enfocándose en la verdadera imagen, cómo si una tela que la cubrió durante tantos años, se hubiese caído, demostrando que la máscara de niña buena, evolucionaba a una persona desagradecida, manipuladora y traidora. En ese mismo instante, la solución que consideró más certera fue quitarla de su vida, inclinándose por la sentencia de cortar la relación de amistad definitivamente. Hombres sobraban, amigas no. Sin arrepentimiento, ni angustiarse por los períodos compartidos. Así era su carácter, no existían los grises, era blanco o negro. De gran altura y esbelta, tenía una apariencia única, especial. Al caminar portaba una agraciada femineidad y los chicos quedaban enloquecidos por su hermosura. Al dialogar, removía su largo cabello sedoso, brilloso, de color negro como el azabache. Los rasgos delicados del rostro, la bautizaban en un ser celestial, sus pómulos redondos bien marcados, de achinados ojos, matiz color café, finos labios, y una piel de porcelana espléndida. Poseía un gran porte cada vez que conversaba, corría, o lo que fuera que haga. Le temía al amor, y lo evadía tapándole con bromas. Esquivaba ciertos temas cuando no eran de su agrado. Asentaba de un alma hermosa y corazón puro, incauto, en algunas ocasiones, no deduciendo algunos diálogos que se desarrollaban en el grupo (motivo de bromas, que con el paso del tiempo asumió y terminó riendo a la par de todas) Concernía a esas personas únicas, a esas amigas que son contadas con los dedos de una mano, presente si solicitabas un abrazo, desahogarte, o un hombro en el cual llorar, hasta un reto te predicaba para que abras tus ojos. En las buenas, te alentaba y en malas te sostenía. Aldana adoraba su trasparencia. También tenía su lado oscuro, de temperamento versátil, voraz, de un genio de mil demonios. Cuando lastimaban a alguien que quería, los defendía sin importarle nada. No toleraba la traición, la mentira, ni la gente falsa. No perdonaba y si lo hacía, nunca olvidaba. Fernanda encajaba perfecto en todo lo que no quería en un ser humano.
Bárbara, dentro de su rigidez de “no me importa nada” abogaba un corazón generoso y desinteresado. Constantemente desfilaban primero los sentimientos de los demás, antes que los de ella. Si poseía un problema, necesitabas mucho en sonsacar el punto en cuestión. Suprimía sus emociones, creando un océano impenetrable. No era fácil de llevar cuando se instalaba en una idea, mantenía su postura, sin entrar en razón con facilidad, pero la mayoría de las veces, sí desacertaba, ultimaba condescendiendo. Decía lo que pensaba, no deambulaba con vueltas, y si se enojaba, no media las consecuencias, sin conseguir domar sus arranques. Tenía un carácter un poco frío. Si la traicionabas, no brindaba segundas oportunidades. Razonaba mucho ante circunstancias y luego ejercía. Si se esclarecía algún altercado, intervenía, siempre segura, en su obrar. El ejercicio era su pasión, le fascinaban los deportes, especialmente, el fútbol, siendo muy buena. Todas las mañanas ejercitaba rigurosamente, trotaba, apenas asomaba el alba, no importaba si llovía, hacía calor o frío helado. Aldana suponía que esas corridas mañaneras, eran su cable a tierra para despejarse. Realizaba expresiones, que sin palabras descifrabas lo que reflexionaba o sentía. Su comportamiento maduro, daba paso a la confianza, porque cuando aconsejaba casi nunca erraba. Lo contradictorio, al ser de temple tan flemático, conservaba una frescura cariñosa y sensible, le gustaba abrazar. Aldaba creía que lo que no le era fácil proclamar con vocablos, podía ser, por vergüenza, a sentirse frágil (ella sonsacaba esa conclusión) demostraba afecto con profundos abrazos. Tenía un sentido del humor sin igual, acompañado de una risa muy particular, tan contagiosa por el tono elevado, que terminabas riendo a carcajadas. Alta, airosa, de cabellos ondulados castaños, le llegaba casi por debajo de la cintura y lo ataba en un rodete, dejando caer varios mechones a los lados. Impecable con su aspecto físico. Su rostro pertinente, audaz, marcaban una apariencia afanosa, de rasgos característicos, creando una mezcla rara y hermosa.
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Editado: 27.07.2022