Nunca te lo habría contado.

Capítulo uno

Advertencia:

Este capítulo comienza relatando un abuso infantil, aunque no es explicito hay muchos diálogos donde se puede inferir. La crudeza es inminente. Como lo recibas ya corre por tu cuenta.

Es la última advertencia que hago.

Luego subiré los capítulos sin otro mensaje en particular.

Ten cuidado en quien confías.

***

“Cuando el crimen es brutal y despiadado, lo mejor es que se muestre así, al desnudo, sin matices exóticos, sino con la inhumanidad que merezca. Todo ello debe ser aborrecido y condenado de quien tenga la potestad de hacerlo”

—No quiero mamá. Quiero que me deje en paz.

—Hazlo por mamá ¿Lo harías por mi? —La voz empezaba a esfumarse. Ya no sonaba tan dulce como en su momento lo hacía.

¿Es posible…? ¿Es posible olvidar los sentimientos que sentiste por un estímulo negativo?

Tal vez porque se trataba de un pequeño ser que quería salir de aquel infierno. Sus alas habían sido pulverizadas. Se presentaba desnuda ante lo nauseabundo del mundo.

¿Rebe?

—Tal vez lo intente. —La seguridad en aquella respuesta quedaba en tela de juicio.

No había manera de recordar aquellos sentimientos con claridad, no después de tantos años. Lo único tranquilizador, era que existía dolor de por medio en cada una de sus palabras. Lastimosamente, si algo dolía o quemaba el pecho es porque era real. Ella estaba viva, posiblemente contra su voluntad, aún no sabía porque seguía respirando.

¿Rebeca?

—Mamá te ama mucho. —Una hermosa mentira disfrazada de la etiqueta más especial que existe. La misma que te permite estar por encima de tus hijos. No hay poder más “puro” que el de una madre. No hay poder más dañino para quien el destino, la vida, la suerte o la desgracia obliga a serlo.

¡Rebeca!

—No estoy segura…—carraspeó dudosa, como si las miles de ideas en su cabeza no le hubieran gritado que huyera.

—Pues te amo mucho, hija mía.

¿Alguien la amo siquiera?

El amor no te quita el color.

El amor no te corta la respiración.

El amor no es parecido a la muerte.

El amor no te destruye.

El amor no te quita humanidad.

El amor no te arranca de raíz.

Simplemente, el amor no te roba lo que consideras libertad o la vida misma.

El amor no es tan cruel como parece.

O tal vez siempre lo fue y la niña pequeña lo aprendió de la peor manera que puede existir.

—Está bien mamá, solo espero que no me haga mucho daño.

Recibió un beso en su cabeza y sonrió forzadamente como respuesta, aún cuando ni siquiera quiso hacerlo. Era eso o seguir sufriendo por esa tortura, llamada manipulación.

—¡Beca!

La chica de pupilas marrones, tan semejantes a la miel y con ojeras tan acentudas, dió un brinco en su asiento. Observó a su alrededor. Se sentía desorientada, perdida y fuera de lugar. Muchos ojos saltones la miraban curiosos y atentos.

—Las miradas juzgan y excavan. —Rodeo la silla de madera, mirando de manera intensa a la más pequeña —. No dejes que sepan tanto de ti —susurraba su madre.

Rebeca jamás disfrutaba ser el foco de atención, por eso miró molesta a Alma, que a diferencia de todos, usaba un identificador como accesorio. Trato a la mala soltarse, pero la otra chica no cedía.

—No me digas así —susurró muy molesta. Quiso patearla, pero no sabe en qué momento se enredó en la manta. Alma la siguió sosteniendo de sus brazos. Le estaba haciendo daño. Tampoco es que Rebeca sea sinónimo de alguien fornida, parecía que un simple viento se la podía llevar en cualquier momento —. Estoy bien.

Tampoco le gustaba que la agarren con fuerza mientras la miraban fijamente. Se removió de nuevo incómoda, apartando la mirada, tratando de mantener una distancia considerable y que comprenda que necesitaba mantenerse alejada. Por la expresión de Alma, entendió que no le creía, pero no hubo tiempo de reprochar, porque delante de ellos, uno de los presentes gritó exasperado. Ambas lo miraron asustadas. El chico -había cumplido quince años el mes pasado- no podía controlar su poca paciencia, aunque se le daba bien sonreír forzadamente con el objetivo de no ser regañado.

Todos sabían que no era permitido contar historias de terror en el lugar. Sin embargo, por alguna extraña razón, desde que llegó Rebeca, dejaban que les cuente uno cada día, a excepción de aquel atardecer, donde el chico había escuchado por curioso que dejarían a la muchacha contar todo su material, por algo de que la muchacha ya no estaba respondiendo como se deseaba a algo, no supo con claridad a qué se referían.

El único problema era que Alma debía ser la única autoridad presente. La chica, durante su estadía, encontró, supuestamente, problemático que expongan, tanto a Rebeca como a los demás, a enfrentarse a sus problemas con relatos sacados de quién sabe dónde, porque uno tras otro era más desgarrador. Por contra, lo único que hacía era incentivar los demonios de Rebeca a flotar, a dañarla por dentro, con un objetivo desconocido.




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