Una luz cegadora, un chirrido y un estruendo…
¿Te has despertado alguna vez con la sensación de vacío? ¿Con el presentimiento de haber olvidado algo?
De nuevo me despertaba aquello que una vez más aparecía en mis sueños. La verdad no sabía el motivo. En una ocasión había creído que se trataba de un presagio y duré cerca de una semana sin querer salir a la calle sola, hasta que me di cuenta de que era una completa locura y que era ridículo que pudiera predecir el futuro por medio de sueños extraños, y al final me convencí de que sólo eran eso: sueños raros que solemos tener. Pero por lo general, después de aquellos sueños siempre me quedaba con un sentimiento de vacío, como si algo le faltara a mi vida, con una extraña sensación de haber olvidado algo muy importante para mí.
Me levanté lentamente de mi cama y fui hasta la ventana. El sol apenas estaba saliendo, asomaba su corona de tenues rayos solares por encima de la copa de los árboles y me daba una sensación de bienestar. Mi mirada se desvió hasta el jardín delantero, ahí abajo mi mamá había plantado rosas durante el verano, pero en aquel momento durante el mes de octubre éstas se empezaban a secar poco a poco, por mucho que ella quisiera evitarlo. Pero en verano, las rosas lucieron hermosas, como ningunas otras en el barrio.
Sonreí flojamente al ver cómo un chico de cabello castaño, alto y complexión atlética corría por el patio delantero, Billy había salía de pronto de no sé donde y empezaba a correr tras Milo, mi perro, el cuál llevaba su gorra prensada entre las mandíbulas y corría mientras el chico trataba de capturarlo y él parecía burlarse del muchacho. Después de ver aquella divertida escena, caminé hasta el cuarto de baño dispuesta a prepararme para ir a la escuela.
— Sam, se te hace tarde — dijo mi mamá cuando me vio llegar a la cocina.
— Lo sé, me he entretenido sin querer – respondí encogiéndome de hombros.
— Bueno, yo ya tengo que irme a la cafetería — exclamó ella yendo hasta la estancia y tomando su bolsa del sofá —. No olvides irte para allá en cuanto salgas de la escuela. Hoy habrá mucho trabajo.
— Está bien — acepté con cansancio.
Siempre me recordaba aquello antes de salir de casa, y por eso me molestaba que pensara que era necesario repetirlo todos los días. Sabía perfectamente qué debía hacer.
Yo trabajaba en ese entonces en la cafetería de Chad, el novio de mi mamá. ¿Mi papá? la verdad es que nadie sabía en donde se encontraba. Él nos había abandonado cuando yo apenas tenía tres años, y por lo tanto no recordaba ningún momento a su lado, o siquiera el cómo era. Y aunque nunca se lo mencioné a mi mamá directamente, siento que siempre me hizo falta su compañía; sí, al lado de mi mamá y Chad nunca hizo falta nada, pero el amor de un padre siempre es necesario pienso yo.
Bueno… ¿en qué iba? ¡Ah, sí! Yo iba todos los días después de clases, y aunque era algo cansado estar casi siempre en el local, no me importaba mucho, pues aparte de mis tareas, no tenía nada más que hacer durante el día.
A pesar de que casi se me hacía tarde, llegué a la escuela poco antes de que tocaran la campana, y sin detenerme en el camino me dirigí hacis mi primera clase. Al entrar, el salón estaba casi lleno, varios alumnos voltearon a verme cuando pasé junto a ellos, no entendía el por qué, pero me molestaba que lo hicieran.
— ¿Sucede algo?— exclamé viendo fijamente a una chica que no me quitaba la vista de encima.
Ésta negó con la cabeza vergonzosamente y desvió la mirada casi enseguida. En ese preciso momento el profesor entró en el salón para empezar con su clase. Eché un vistazo a mi alrededor, los bancos estaban ocupados casi por completo, sólo faltaba una persona más ahí, la única a quien yo extrañaría en aquel salón atestado de personas. La clase dio inicio y todos guardaron el debido silencio, no se escuchaba nada, salvo la voz del profesor que hablaba lo suficientemente alto como para que todos lo escucháramos.
— Hola — dijo de pronto alguien a mis espaldas.
Me sobresalté tanto que tiré la pluma que sostenía en la mano, y a pesar de su poco peso, hizo un ruidito que se escuchó en todo el salón.
— ¿Pasa algo? — preguntó el profesor mirándome severamente.
— No… no pasó nada. Me ha dado hipo — dije yo lanzando un hipido falso.
No supe si se había creído aquel cuento del hipo, pero no dijo nada y volvió al tema nuevamente.
— ¿En qué momento has entrado?— susurré a una chica pelirroja que se había sentado en un banco tras de mí.
—Acabo de entrar. Lo he hecho cuando nadie miraba la puerta — dijo ella igual de bajito que yo.
— No sé como lo logras, enserio.
— La práctica hace al maestro, amiga —respondió ella.
Sonreí ante su comentario y al imaginar su rostro. Brooke era mi única y mejor amiga, confiaba en ella y sabía que ella igualmente confiaba en mí. Pero tenía esa mala costumbre de llegar tarde siempre a las primeras horas de clase todos los días.
Al terminar las primeras clases de aquella mañana, unas clases igual de interesantes que la primera, Brooke y yo nos dirigimos al patio de la escuela para descansar un rato.
— Ya es un mes desde que entramos de nuevo a la escuela y aún no me impongo — dijo ella mientras andábamos por el camino de cemento—. Quisiera volver a despertar tarde como lo hacía en vacaciones.
— Tú, por que yo no dormí hasta tarde en todas las vacaciones.
— ¿Por qué no te tomas un día libre del trabajo?— preguntó esta con absoluta solución.
— No puedo — contesté de forma definitiva.
— ¿Te das cuenta de que no hemos tenido una tarde libre desde hace no sé cuanto? Sólo nos vemos aquí.
— Sabes que en verdad me gustaría salir un día sólo las dos, pero…
— No puedes — terminó ella antes que yo —. A veces estoy tentada a pedir trabajo en el restaurant de tu papá…
— Chad no es mi papá — atajé yo con los dientes apretados.