Un rompecabezas de menudencias biomecánicas es reformado y acoplado en la unidad autónoma de cirugía: medio brazo derecho, pierna izquierda hasta la pantorrilla, la cadera destruida, un desfragmentado torso despojado de fundamentales órganos internos. Solo un corazón descubierto y un pedazo de pulmón se aferran a la exigua estructura ósea transfigurada, ensamblados a la columna vertebral que se une con el destrozado cráneo. Allí se encuentra un disco duro cuántico estropeado que conserva la esencia de Amuruma, quien ahora se comunica con dos médicos maestros que prolongan su deleznable sustancia.
—Llegan recuerdos que considero insignificantes, pero… ¿de eso se trata no? De empezar por lo fútil y rematar con lo trascendente… ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Ahora puedo rememorar con exactitud las fechas de los eventos debido a las aplicaciones instaladas en mi cerebro, si bien nunca presté atención a la cronología. ¿Debo agradecer al Ardid por almacenar toda mi información en su Nube? ¡Maldito Código Onda! Al parecer, después de todo, es útil ser un esclavo del Sistema. Espero que ustedes dos no pertenezcan al grupo de desquiciados que se hacen llamar los intactos.
Nerai respalda lo revisado en los controles vitales. —¡Continúa hablando! Se ha iniciado la descarga de datos a partir de ese momento.
«Era el día tercero de la segunda semana, del cuarto mes del año 35 Z.E. Mi hermana Ikeleki caminaba a mi lado derecho. Ono, inconstantemente, a mi izquierda. Se adelantaba, se quedaba atrás… Luego nos alcanzaba y de un salto subía al techo de alguna casa. Se acercaba a objetos que consideraba interesantes: memges, animales, quimeras... Exploraba los espacios como si fuese la primera vez que los recorriera, encontrando interesantes detalles a los que yo nunca había prestado atención. Imaginar su percepción del mundo me cautivaba. ¡Il se divertía en las calles que yo estaba hastiado de recorrer!».
«La estrella Lamat brindaba las primeras horas de energía al meridiano cero de la ciudad de Ya-Lakstá. El clima tibio de esa mañana veraniega calmaba sutilmente la camuflada ansiedad en mi interior. Último día en los suburbios Lletanos, mi primer día como Taa-lu rango-100. Estaba aprendiendo a utilizar mis primeras modificaciones. Ahora, además de reñir con mis pensamientos, tenía esta nueva interfaz en la cabeza. Información inmediata de todos los memges. Entendí el porqué de la ausencia en la mirada de los Taa-lu: sus ojos te pueden observar, pero en sus mentes se están proyectando imágenes de una realidad virtual».
«Llegábamos a la plaza central de acontecimientos, del Templo del único Dios. Caminaba distraído por las graderías cuando una meliflua voz femenina apresó mi atención. Durante la semana anterior, había sido reacio con respecto a asistir al discurso de Ori-Sao con Ikeleki. Aborrezco las ceremonias religiosas y sus temas repetitivos, pero la insólita manera en la que la mayoría de los Dal idolatran a esa memge me intrigaba. Su voz de pronto entraba en mi inconsciente y me generaba tanto placer como la peor o la mejor de las drogas. ¡Ignorarla era imposible! La multitud estaba hipnotizada por su elocuencia y mantenía un silencio casi absoluto… un admirable y sospechoso respeto que lindaba con los terrenos de la sumisión».
«Me adentré en la más organizada de las turbas, en completo mutismo, para poder contemplarla por primera vez; para compartir el mismo aire y sentir la magnificencia de una Espléndida. Cando pude apartar los cuerpos de dos adiposos memges, avisté la más desconcertante belleza. Su discreta divinidad, como un hechizo, me produjo admiración inmediata. La elegante sencillez de su extensa vestimenta blanca y el báculo dorado que sostenía con firmeza la exhibían imponente ante los feligreses; irradiaba luz propia. Una magnífica aura de paz vedaba cualquier tipo de atracción sexual o pensamiento negativo, y se sentía un regocijo indescriptible ante su presencia. Cualquier idea que ella expresaba se convertía en una verdad absoluta».
«No obstante, había un único ser inmune a su esplendor. ¡Me consternó su indiferencia! ¿De qué extraña manera percibe il el mundo para no sentir la suntuosidad de Ori-Sao? ¿Acaso il no escucha sonidos ni ve por sus ojos? Observé su mirada desigual, de cuencas oculares como dos ventanas hacia su interior, que no solamente ven, pues Ono discierne la realidad a través de sentidos que yo no puedo comprender. ¿Qué verá il? ¿Qué entenderá il? Me enfoqué en su sentir. Al hacer esto, la voz de Ori-Sao perdió protagonismo, su hermosura se hizo inapreciable y la importancia de una Espléndida bajó al mismo nivel del suelo que pisaban millones de memges. Ahora su jerarquía pasó a ser equivalente a la de cualquier otra existencia. Mi conciencia ya no está sesgada por los juicios de valor de la sociedad, condiciones genéticas, hormonas ni comportamientos inculcados. Comprendo que los sentidos se mezclan: ¿Qué es olfato, qué es oído? ¿Qué es ver, qué es sentir? ¿Alguna vez han escuchado un color, saboreado un sonido, palpado la luz? El espectro electromagnético visible aumenta. Desde su ego surge una inmensa gama de longitudes de onda inapreciable por nuestro sentido de la visión, intensos colores que dibujan energías que conviven invisibles ante nuestra limitada percepción. Puedo ver el Código Onda interconectando millones de seres, siendo captado por antenas y enviado a los satélites, transmitiendo información como un poderoso rayo que viaja en dirección al planeta Lu-Um. Gases de la atmósfera que se diferencian notablemente unos de otros, pues los memges respiran colores. Los niños no son solamente niños: enormes auras de curiosidad los rodean y cuerpos sublimes envuelven toda su existencia terrenal, que no corresponde proporcionalmente al organismo banal que mis antiguos sentidos interpretaban. Mi discernimiento de los seres vivientes dista mucho de la de il.
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Editado: 26.09.2019