Me emocionaba mucho leer el nuevo libro que había comprado en línea, así que cuando llegó el paquete no pude contener mi emoción y me puse cómoda sobre mi escritorio para leer. La ventana de mi cuarto estaba abierta junto a mí y me ofrecía una vista muy linda del paisaje que había afuera. Era una tarde soleada en Puerto Cabezas y podía oír a los pájaros cantando a lo lejos. Me parecía el momento perfecto para sumergirme en mi lectura.
No me consideraba una mujer romántica así que las novelas que giraban en torno a una historia de amor me parecían de lo más aburrido. El libro que estaba leyendo era de suspenso y me tenía muy intrigada. Estuve tan inmersa en la historia que me sobresalté al oír mi alarma. Agarré mi teléfono y leí el recordatorio. Era hora de estudiar. Doblé la página que estaba leyendo y dejé el libro sobre mi escritorio.
Había un inusual movimiento en la casa de al lado porque una nueva familia se estaba instalando. Antes de irme a la universidad aquella mañana, alcancé a ver un camión de mudanzas lleno de muebles. No tenía ni idea de quiénes eran mis nuevos vecinos, pero al parecer ya estaban terminando de trasladar sus cosas.
Cerré la puerta principal de mi casa y fui a una cafetería que se encontraba a la vuelta de la esquina. La chica que atendía a los clientes se llamaba Ana y vivía cerca de allí. Ya se había familiarizado mucho conmigo y por eso conocía mi orden preferida. Al verme entrar me sonrió y yo la saludé antes de sentarme en mi mesa favorita junto a la ventana. Abrí mi computadora y empecé a estudiar. El lugar era perfecto para mí porque contaba con aire acondicionado y solía ser bastante silencioso. Además de eso disponía de mucho espacio para acomodarme y lo más importante de todo era que hacían un buen café.
‒Aquí tienes Kim, buen provecho ‒dijo Ana con una sonrisa mientras ponía un café negro y una rebanada de pastel sobre mi mesa.
‒Muchas gracias Ana ‒le sonreí y ella me guiñó un ojo antes de alejarse. Siempre tan coqueta.
Agarré mi cabello negro y me hice una coleta para apartarlo de mi cara. No solía tener muchos problemas con mi melena porque era liso y lo tenía muy corto. Estaba a la altura de mi hombro y lo recortaba regularmente para que se mantuviera así.
Empecé a tomar mi exquisito café al tiempo que leía mis apuntes, sin embargo, no podía evitar sentirme un poco preocupada en mi interior. No quería pensar en Fernando porque él no lo merecía, pero no podía evitarlo. ¿Cuándo pensaba regresar a la universidad? Era muy irresponsable de su parte desaparecer por tres días sin decirme nada. Y no era la primera vez. Era su novia desde hacía tres meses y merecía un poco más de respeto. Revisé mi teléfono, pero seguía sin recibir noticias suyas así que lo aparté de nuevo, deseaba matarlo por jugar conmigo de esa forma.
Mientras veía mi computadora, un hombre llegó y se sentó en la mesa que estaba frente a mí, Ana escribió su orden y fue a buscar su pedido. No le di mayor importancia, pero aquel hijo del diablo sacó su computadora y puso música a todo volumen. No pude seguir concentrándome y empecé a verlo fijamente. Solo podía ver su espalda, pero si las miradas pudieran matar, él ya habría pasado a mejor vida.
Esperé que apagara su música, pero él se puso a leer como si nada. ¿Era broma? ¿Cómo podría alguien concentrarse con esa música escandalosa? No fue hasta entonces que me fijé en los rasgos físicos del tipo, era un hombre alto, blanco y musculoso de cabello negro, pero no alcanzaba a verle la cara.
Respiré profundamente y conté del uno al diez, pero no funcionó. ¿Estaría mal que le dijera algo? Una vocecita en mi interior me dijo: “Cállate Kim, no seas estúpida”. Lo mejor era hacerle caso a la voz de la razón…
‒Disculpe ‒dije para llamar su atención.
Él volteó y me vio, su rostro era ovalado, tenía ojos azules, cejas con buen espesor y nariz delgada y puntiaguda. Parecía salido de una revista extranjera.
‒¿No tiene auriculares? ‒pregunté con una perfecta sonrisa amable.
Su expresión fue de asombro.
‒Los olvidé en mi casa, perdón por la molestia ‒diciendo eso se apresuró a apagar su música.
‒Yo te puedo prestar el mío ‒indicando eso le extendí mis auriculares. Él los agarró y me sonrió. Su sonrisa era muy linda.
‒Gracias, eres muy amable.
Intenté concentrarme de nuevo, pero él me volvió a hablar.
‒¿Eres mi nueva vecina verdad?
¿Me lo decía a mí? Él debió notar mi confusión porque empezó a explicarse.
‒Te vi pasar cuando trasladaba mis muebles ‒agregó.
Estuvo parado en la acera todo el tiempo y fui incapaz de grabarme su rostro. ¿Cómo podía ser tan ciega?
‒Oh… sí es cierto. No te pude reconocer ‒admití.
‒Déjame presentarme, me llamo Ezra ‒diciendo eso se levantó y estrechó mi mano. Me pareció un nombre muy bonito.
‒Yo me llamo Kim.
Ezra volvió a sentarse en su lugar, pero sin darme la espalda.
‒¿Qué estás leyendo Kim? ¿Una novela romántica?
Fruncí el ceño. Ni dentro de mil años.
‒Para nada, solo estoy estudiando. ¿Y tú?
‒Estoy leyendo un poco sobre la anatomía humana. Nunca me canso de releer mis libros favoritos.
Ana regresó con el pedido de Ezra y empezó a hacerle plática de una manera muy sutil. Ella tenía una personalidad muy extrovertida y hacía amigos con mucha facilidad, todo lo contrario a mí. Me enfoqué en mi computadora y fingí que no estaba escuchando nada.
‒¿Por dónde vives? ‒preguntó Ana mientras jugaba con su cabello negro.
‒Acabo de mudarme cerca de aquí.
Ella no pudo ocultar su emoción y yo sentí pena ajena. Ojalá pudiera ser consciente de cómo se veía desde afuera. Era demasiado obvia.
‒¿En serio? ¡Será un gusto tenerte en el vecindario! ‒exclamó con una sonrisa.
‒Muchas gracias Ana, eres muy amable ‒ respondió Ezra.
Me tomó un momento darme cuenta de que no parecía muy interesado. Si estuviera interesado en ella le pediría su número.
Ana agarró una servilleta y un lapicero. ¿Acaso sería capaz de...?
‒¿Me regalas tu número? ‒preguntó ella.
Yo no podía creer lo que estaba viendo. Me sentí demasiado incómoda y deseé tener mis auriculares, pero desgraciadamente lo tenía él. Ezra se portó como un caballero, aunque pude notar una ligera expresión de sorpresa en su rostro.
‒Por supuesto ‒respondió con una sonrisa.
Ezra agarró la servilleta y le escribió su número. Justo en ese momento empezaron a llegar otros clientes así que ella se alejó y empezó a atenderlos. Traté de concentrarme, aunque no podía porque sentía que alguien me estaba viendo. Voltee a ver y descubrí que varias chicas veían a Ezra de reojo desde sus mesas. Un grupito de amigas empezó a susurrar cosas entre sí y después se rieron de forma escandalosa, si fue para llamar la atención no lo lograron porque Ezra parecía no darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor. ¿Acaso este chico nuevo tenía poderes súper especiales?
Ezra vio por la ventana y miró el atardecer.
‒Es una hermosa puesta de sol ‒comentó.
¿A quién le estaba hablando? Él volteó a verme y comprendí que me lo decía a mí.
‒Sí, así es ‒admití.
“Espera un minuto, ¿Puesta de sol?”
Miré la hora y me sorprendí al ver que ya era muy tarde. Mis papás no tardarían en llegar del trabajo.
‒Ya casi es de noche, creo que vine muy tarde ‒comentó Ezra.
‒Sí, ya es muy tarde. Debo irme ‒dije mientras agarraba mis cosas.
‒Déjame acompañarte.
Diciendo eso Ezra comenzó a hacer lo mismo y no se dio cuenta de que fruncí mi entre ceja. Era solo mi lado antisocial saliendo a flote.
Él me abrió la puerta y ambos salimos de la cafetería y empezamos a caminar hacia nuestras casas. Había algo en él que no me gustaba, era muy tranquilo, abierto y extrovertido. Quizás me caía mal porque era todo lo contrario a mí.
–¿Te gusta estudiar aquí? –indagó él.
–Es muy difícil concentrarse en casa. Siempre hay distracciones o cosas que hacer allí.
‒¿Tienes hermanos?
‒En realidad soy hija única ¿Y tú?
‒Yo tengo una hermana menor, un día de estos te la voy a presentar.
El viento empezó a mover las hojas secas que había en el camino, no me hubiera sorprendido de que empezara a llover de la nada porque el clima siempre era muy impredecible en Nicaragua y ni hablar de Puerto Cabezas.
‒Debió ser muy grato para ti ser hija única ‒afirmó él.
Nada más lejos de la realidad.
‒En realidad no. Siempre quise tener hermanos, pero la vida solo quiso darme una prima. Mis padres querían tener una familia grande y después de que yo nací ya no pudieron tener más hijos ‒se sentía raro contarle tantas cosas sobre mí a una persona que recién acababa de conocer, preferí no darle más detalles y cambié de tema‒ ¿En dónde vivías antes de mudarte aquí?
‒Vivíamos en el centro, pero estábamos rodeados de muchos bares y nunca podíamos estar en paz, no era justo para mis padres así que decidimos mudarnos a un barrio más tranquilo –Ezra inhaló profundamente y me sonrió. ‒Me encanta esta zona, es todo lo que siempre quise.
‒En ese caso no se arrepentirán de su decisión, creo que es uno de los barrios más tranquilos de la ciudad.
‒Eso espero ‒pudimos ver nuestras casas a lo lejos, estábamos acercándonos poco a poco ‒No me había dado cuenta de lo parecidas que son nuestras casas.
“Es otro ciego, igual que yo”
‒Sí, es cierto.
Ambas casas eran de dos pisos y tenían más o menos el mismo estilo, lo único diferente era que su casa tenía un techo que dividía el piso de arriba con el de abajo. Y por supuesto, la otra diferencia muy obvia era su hermoso jardín.
—Serían más idénticas si yo tuviera un jardín tan hermoso como el tuyo. Intenté sembrar flores frente a mi casa, pero todas se murieron ‒respondí.
En realidad las flores se marchitaron porque nunca las regaba, pero él no tenía forma de saberlo.
‒Me gusta mucho el jardín. Por la variedad de flores que veo supongo que tu vecina dedicaba mucho tiempo a cuidarlas. Espero que no pasen a mejor vida con nosotros.
“Conmigo no durarían ni un día”
‒Supongo que eso fue lo que convenció a mi hermana de comprar la casa —continuó él— Yo no estuve muy involucrado en las negociaciones ‒agregó él.
Mi vecina anterior tenía cuarenta años y era muy simpática. ¿Quién hubiera dicho que mi nuevo vecino sería joven y sexy?
–¿Puedo preguntar cuántos años tienes? ‒indagó él.
‒21. ¿Y tú?
‒27 ‒respondió con naturalidad.
No pude ocultar mi sorpresa. Él no aparentaba ser tan mayor.
‒Estoy un poco viejo, ya lo sé ‒dijo él riéndose de mi expresión.
Recuperé la compostura y cambié de tema.
‒¿Ya saliste de la universidad? ‒inquirí con curiosidad.
‒Así es. Estudié medicina y trabajo en el hospital.
¿Estaba frente a un doctor? Definitivamente, este hombre era una cajita de sorpresas.
De repente Ezra frunció el ceño.
‒¿No nos hemos visto antes verdad? ‒preguntó dudoso.
‒No lo creo, no me gustan los hospitales. Puedo contar con esta mano las veces que he ido al hospital ‒reconocí mientras levantaba mi mano derecha.
‒Entiendo. La mayoría de las personas odian ir al hospital. ¿Qué estás estudiando?
‒Administración de empresas.
Ambos nos detuvimos un momento frente a su casa. Ezra me vio fijamente con sus ojos azules y empecé a sentirme incómoda.
‒¿Qué? ‒pregunté.
‒Me encantan tus ojos, se parecen a los de mi mamá.
Oír eso me hizo sentir rara. No fui capaz de sostenerle la mirada y me invadió un fuerte deseo de salir corriendo, gracias al cielo ya estaba a un paso de mi guarida.
‒Ya es muy tarde, tengo que irme a mi casa. Buenas noches Ezra. Fue un gusto conocerte.
‒Buenas noches Kim.
Caminé hacia mi casa sin voltear a ver atrás y abrí la puerta principal con mi llave. Mi nuevo vecino resultó ser muy interesante, era el tipo de hombre que no podía pasar desapercibido en ningún lado, pero los chicos de la universidad me habían enseñado que en la mayoría de los casos un hombre guapo no era de fiar. Isaac era el único hombre guapo por el que sería capaz de meter mi mano al fuego, él era mi mejor amigo y lo conocía desde hace años, por eso sabía que no era un vil mujeriego.
Mis padres no tardaron en llegar a casa y de inmediato comenzamos a platicar para ponernos al día con las novedades más importantes.
Siempre quise ser como mi mamá, ella era de estatura baja, piel blanca, facciones finas y rostro redondo. Su cabello era rizado y de color café. Mi papá era de piel clara y siempre fue muy alto, sus manos eran grandes y su cabello liso y negro.
Yo terminé siendo una mezcla rara de ambos, heredé la altura de mi papá así que siempre fui más alta que muchas de mis compañeras. Mi piel era de un tono claro, pero no tan claro como la piel de mi mamá. Mi cabello resultó ser negro y liso como el de mi padre. Mi rostro poseía una forma redonda, mis cejas eran poco pobladas, mi nariz era redonda en la punta y mis labios eran pequeños. Mi rasgo característico siempre fueron mis ojos cafés debido a su tamaño. Tal vez eso fue lo que vio Ezra.
En general mi aspecto era un poco raro, pero no me importaba. Compararme con otras chicas no traía nada positivo a mi vida, así que aprendí a aceptarme como soy.
Cuando terminé de cenar fui a mi cuarto y decidí tragarme mi orgullo y mi enojo para llamar a Fernando, pero él no se dignó a contestarme. Era típico de él mantenerse frío y distante, sin embargo, en esta ocasión se había pasado de la raya. Me sentí como una estúpida por seguir esperando que cambiara porque era obvio que nunca lo iba a hacer.
Respiré profundamente y decidí armarme de valor. No podía cambiar a Fernando, pero si podía tomar una decisión sobre nuestra relación. Lo mejor para los dos era tomar caminos separados, de todas formas no teníamos nada en común y ni siquiera nos queríamos de verdad. La vida seguía con o sin él.
Abrí mi ropero y tendí mi pijama favorito sobre la cama para ponérmelo, pero cuando me quité mi blusa sentí un aire frío sobre mi espalda. Miré hacia atrás y vi con sorpresa y horror que mis cortinas estaban abiertas. Mi ventana de vidrio dejaba ver toda mi habitación, pero eso no era lo peor.
Lo peor era que una de las ventanas de mis vecinos también estaba abierta y Ezra estaba sentado en esa habitación. Él estaba revisando su celular distraídamente, pero para mí desgracia levantó la vista y me vio. Corrí como venado y cerré mi cortina, sin embargo, ya era demasiado tarde ¡Me había visto en brasier! ¡Maldición!
Me golpeé la cabeza con la palma de mi mano. ¿Cómo pude ser tan distraída? Un descuido más y me hubiera visto todo ¡Rayos! Prometí en medio de mi vergüenza que nunca más abriría aquella ventana aunque me estuviera muriendo de calor.
Luego de darle vueltas al asunto y querer cortarme las venas, me puse por fin mi ropa de dormir y me acurruqué en mi cama. ¿Qué estaría pensando Ezra? No podría verlo a la cara por mucho tiempo así que sin dudas haría hasta lo imposible por evadirlo.
#454 en Thriller
#218 en Misterio
#4268 en Novela romántica
triangulo amoroso y celos, suspenso intriga, romance adolecente juvenil
Editado: 19.07.2021