Las dos camionetas donde los secuestradores se movilizan entran a gran velocidad al aeropuerto de Ciudad Juárez. Nadie los detiene, los policías que custodian el lugar abren las rejas para que el acceso sea más fácil.
Los vehículos se estacionan al lado de un avión. Siete hombres mal encarados, suben a la aeronave sin que se les pida algún documento. Dos secuestradores cargan con delicadeza a los hermanos inconscientes de María de la Luz. Acomodan a los niños en los asientos y abrochan sus cinturones de seguridad.
Sin darse por vencida María de la Luz sigue tratando de librarse de las ataduras que le han puesto, pero todo es inútil. Un hombre de 60 años de pelo rubio, piel blanca y ojos cafés, la lleva sobre el hombro a la zona de carga del avión, y como si fuera un bulto más, la deja en el piso de la bodega del avión.
El sexagenario se agacha, sube la bolsa de tela que cubre el rostro de María de la Luz, para que lo vea y le dice con acento inglés:
–Cálmate, no pasará nada, ahora estás en un avión y pronto te alejarás de estas tierras malditas donde el olor a sangre es constante. Te llevaré a un lugar mejor donde te mantendré como prisionera.
Sollozando pide María de la Luz que la liberen, pero las súplicas no surten efecto alguno. El sexagenario, saca de uno de los bolsillos del chaleco táctico que porta, una pequeña caja de metal donde tiene una liga con una jeringa con un líquido extraño.
Al presentir las intenciones del sexagenario, María de la Luz se mueve con ferocidad por el piso. El sexagenario llama a dos hombres vía radio, quienes, sin perder el tiempo suben al área de carga y la inmovilizan.
El hombre pone la liga en el brazo de María de la Luz, para que sobresalga una vena, al encontrarla, sin perder el tiempo inyecta el líquido de la jeringa. Los dos hombres fornidos, sueltan a la joven.
–¿Qué me ha inyectado? –preguntó María de la Luz.
Pero lentamente aquella sustancia que corre por su torrente sanguíneo la empieza a marear y pierde el conocimiento.
El sexagenario sabe lo que hace, lleva dos dedos de su mano a la arteria del cuello de María de la Luz para sentir el pulso, saca un estetoscopio de otro bolsillo para revisar corazón y pulmones. Al notar que respira y sigue con vida, cierra la puerta del área de carga. Por radio le indica al piloto: «Todo está listo.»
El avión empieza el acarreo a la pista principal para el despegue. María de la Luz inconsciente en el área de carga, lentamente se empieza a alejar de la vida que detesta. Nubes grises se ven en el horizonte. El avión levanta vuelo para dirigirse a ese cúmulo de nubes y perderse entre ellas, para tomar rumbo desconocido.
Han pasado cerca de ocho horas de vuelo y María de la Luz empieza a moverse. El secuestrador la observa sentado al otro lado de la bodega ligeramente alcoholizado. Desorientada María de la Luz trata de averiguar qué pasa, en voz baja habla: «Si hay alguien; por favor, ayúdenme.» Al pasar algunos segundos y no escuchar respuesta, sabe ella que está sola.
Temblando María de la Luz cierra los ojos para rezar y pedir ayuda, al ser que duerme en las iglesias más suntuosas. En voz baja repite el Padre Nuestro, el Ave María, El Credo y hasta alguno que otro pasaje bíblico que recuerda.
El sexagenario el único ser que escucha las plegarias de la joven, se acerca a María de la Luz y se queda parado al lado de ella por unos minutos, sin levantar sospechas de la prisionera.
La joven no se mueve, sigue sobre su costado derecho, rezando y al mismo tiempo trata de aflojar las ataduras, que han hecho que la piel donde están las cuerdas esté roja, por lo apretadas de éstas.
El secuestrador en un movimiento rápido, le quita por completo la capucha que cubre la visión de la chica. María de la Luz cierra los ojos, las luces incandescentes de la bodega la ciegan por un momento. Al acostumbrar la vista a la intensidad de la luz, ve parado junto a ella a quien la raptó, mira a todos lados para buscar a sus hermanos, pero sólo cajas y contenedores ve alrededor de ella, y con desesperación le pregunta a su captor:
–¿A dónde me lleva?
Pero, aquel hombre le derrama una botella de agua en la cara, y sin explicación la intenta golpear con el pie, pero el hombre con alcohol pasando por sus venas, no se atreve a tocar a María de la Luz y termina golpeando una caja, lo cual provoca que un agudo dolor sienta en la punta del pie. Con los puños empieza a golpear el contenedor para sacar la frustración y rabia que mantiene en su interior.
María de la Luz se queda quieta al ver lo que ha hecho el sexagenario que repite en voz baja: «No es ella.»
El sexagenario al terminar de desahogar la furia que hay en su interior, ve el rostro de miedo que tiene María de la Luz y las lágrimas que empiezan a brotar de los ojos de la joven. Al sentirse perdida, repite en voz baja: «¿Por qué a mí, Dios?»
El sexagenario vuelve a la esquina de la bodega, para desde ahí ver a su prisionera, quien ha dejado de moverse y se ha quedado quieta sin esperanza alguna.
–Pides que un ser invisible te ayude. Te creí un poco más inteligente –se pronunció el sexagenario–. Lo que haces te dará el mismo resultado de años yendo a la iglesia a pedir ayuda para que cambie tu vida.