Ocaso Rojo. El arrepentimiento de una princesa

Capítulo VIII

Capítulo VIII

 

 

Un nuevo amanecer empieza a bañar el bosque. El cantar de las aves se escucha retumbar por todo el lugar.

La mujer que se preocupó por el estado de salud de María de la Luz se levanta del catre donde duerme y con rapidez come el desayuno insípido, el conservador que tiene recubriendo la comida, hace que tenga una textura extraña, pero sin importar lo desagradable que es al paladar, se alimenta para ir a ver a la prisionera.

El reloj marca las 7:30 de la mañana y sin esperar más, emprende el camino para llegar a la celda. Al llegar, encuentra al sexagenario dormido en la silla, con un ligero toque en el hombro hace que despierte.

–Señor, ya es de mañana, vaya a dormir, permítame cuidar a la chica –dijo con suavidad la mujer.

El sexagenario algo somnoliento, ve a todas partes y se estira cuán largo es para despertarse por completo y contesta:

–Por favor, llámame, Matías.

Matías con un gran bostezo se levanta y se acerca a María de la Luz para saber si hay una mejora. La piel pálida ligeramente empieza a teñirse del color natural. Los latidos del corazón de la joven son débiles, los labios siguen igual de agrietados y tiene aún temperatura. Parece que todo sigue igual como la noche anterior.

Los vendajes blancos, que le ha puesto por la noche Matías, al amanecer ya están manchados de sangre de nuevo. En voz baja se repite mientras revisa el cuerpo de María de la Luz: «No puede ser.» Sin levantar la mirada del cuerpo de la paciente le pregunta a la mujer:

–¿Sabes cambiar vendas?

La mujer tarda unos segundos en reaccionar. Matías levanta la mirada para saber la respuesta de la mujer que está algo desconcentrada. Al sentir la mirada fría de Matías de inmediato responde, asintiendo en repetidas ocasiones.

–Necesito que cambies el suero, está a punto de terminarse y necesito que le pongas el contenido de esta jeringa en el gotero –indicó el sexagenario.

Al terminar de dar las órdenes, Matías sale con paso mezquino para dirigirse a la cabaña.

El mercenario, se lava las manos y se pone guantes estériles, para no infectar aún más las heridas que tiene María de la Luz. Con un gran suspiro se pone a hacer la tarea que le encomendó Matías.

La concentración del sexagenario no es la mejor, algo le molesta, se rasca la cabeza y la mueve negando, habla de nuevo en voz baja para recriminarse: «¿Valió la pena ver tanto sufrimiento?»

Al llegar a la cabaña sus nietos no han despertado y se va directo a ducharse. Sin fuerzas entra al baño y se mira al espejo y habla consigo mismo: «¿Esta es la venganza que tanto necesitas para de nuevo vivir? Mírate, sólo un viejo eres»

Con semblante triste se dirige a la regadera, abre la llave para que salga el agua caliente, los vidrios del cancel se empañan con el vapor y escribe: ¡se feliz! El pensar de ese hombre lo atormenta dentro de la regadera y no lo deja concentrarse en la tarea sencilla de bañarse. El agua resbala por un cuerpo con muchas cicatrices. Golpea la pared con los puños y murmura: «¡Lo hice por ustedes!»

Al terminar de bañarse se seca el cuerpo, con la palma de la mano limpia el espejo y se queda mirando su reflejo por unos minutos. Algo le pasa al hombre que trató de patear con furia a María de la Luz en el avión. Se sienta en la cama y toma un portarretratos del buró, en la foto que mira hay una mujer y dos niños, que sonríen felices.

De los labios de Matías salen las palabras: «Te amo Isabel, como a ustedes hijos.» Por un extenso rato se queda viendo la foto derrotado. Lágrimas escurren por las mejillas de Matías, las cuales caen en el vidrio del retrato, y empieza a decir con voz quebrada: «¿Por qué se fueron de mi lado?»

Matías cae rendido en la cama, abrazando con fuerza la foto. Se queda dormido con la bata del baño puesta. Las horas pasan y casi no se mueve.

Sus nietos van a ver a su abuelo, pero al abrir la puerta y notar que duerme, de nuevo cierran con cuidado la puerta, procurando hacer el menor ruido posible.

El ocaso rojo se presenta en el horizonte, Matías a dormido cerca de 9 horas, con lentitud empieza a abrir los ojos. Al ver la hora con prisa se cambia para darles de comer a los hermanos de María de la Luz, pero antes de salir de la recámara, le da un beso al retrato de su familia y con delicadeza lo deja sobre el buró.

Al llegar a la planta baja encuentra a los niños, están felices jugando con la consola que hay en la sala.

–¿Quieren qué les haga de comer algo rápido? –preguntó Matías.

–Nos hicimos panqueques –contestó el hermano mayor–, con nuez y unas rebanadas de jamón, aún estamos satisfechos.

Matías voltea a ver la cocina, pero está ordenada y limpia, él no cree en las palabras de los niños, e incrédulo los cuestiona.

–En verdad ustedes se hicieron de comer, ¿cómo es posible, están muy chicos?

–Nuestra hermana siempre nos hacía de desayunar y la ayudábamos, así aprendimos hacer panqueques –dijo el hermano mayor–. ¿Y cuándo va a venir nuestra hermana por nosotros? La extrañamos.



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En el texto hay: traicion, amor, odio

Editado: 03.05.2022

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