El sol está en lo más alto del cielo y resplandece de manera feroz en algún punto del gran océano pacífico. Nubes no hay, sólo un manto azul de extremo a extremo se puede percibir. La arena de la isla se ha calentado y las olas que las bañan hacen que se refresquen. Jóvenes adultos caminan despreocupados y miran al horizonte, en el cual se une el cielo con el mar.
Las pequeñas islas que conforman un pequeño archipiélago están lejos de tierra firme. No hay barcos, sólo algunos muelles con embarcaciones pequeñas. Toda la isla es custodiada por cientos de hombres bien armados. Una pista de aterrizaje y una pequeña torre de control conforman el aeropuerto, donde no hay mucho movimiento.
En medio de la isla, entre árboles grandes y tupidos se esconden varios edificios que albergan una escuela moderna, que cubre las necesidades de una primaria hasta la universidad.
Algunas casas sobresalen a la orilla de la isla, las cuales están construidas sólidamente con materiales caros y finos.
Niños y jóvenes se ven con mochilas al hombro deambular por los caminos de adoquín que llevan a los edificios más grandes. En los rostros de todos hay malestar, algo los hace sentirse incómodos a pesar de que están en un lugar hermoso. Muchos platican sentados en un césped totalmente verde, otros portan ropas de uso militar y armas. Caminan a paso veloz para llegar hasta la entrada de la escuela donde ya los esperan más jóvenes con la misma vestimenta.
Pintado en la pared de la entrada hay un mural de un ángel con alas blancas, que porta una corona y una espada empuñando en la mano derecha. Sobre esa imagen hay unas letras que dice: «Escuela San Miguel, Arcángel. Prevalecer.»
Recostada en el césped está una jovencita con audífonos, levanta las manos al aire y trata de detener la poca luz que pasa por el follaje verde de los árboles. Viste como muchos un traje táctico y no muy lejos de la mano izquierda tiene un rifle. Adosado al muslo derecho hay un arma más corta. En ella hay tranquilidad y es imperceptible en su rostro el odio que en los demás hay.
Una mujer vestida con traje negro y botas de combate se acerca a la chica, que se ha perdido en su pensamiento y no percibe lo que los demás le dicen. La mujer de negro le comunica:
–Es hora de su entrenamiento, monaguillo.
Pero la chica desobediente no le hace caso y continúa mirando el cielo respirando el viento fresco que sopla por el lugar. Cierra los ojos para intentar que se vaya la mujer que está parada frente de ella. La mujer de negro al ver la negativa de la joven se arrodilla y mueve un poco los audífonos de los oídos de la chica para que la escuche mejor.
–Vamos señorita Brittany, por favor, es hora del entrenamiento.
La joven abre los ojos y sin decir una palabra se para, recoge el arma del suelo y con experticia verifica que esté en condiciones para ser usada, ve por la mirilla y apunta. Exhala con fuerza un suspiro y se dirige a la entrada donde se reúne con los demás monaguillos, que esperan con chalecos tácticos ya puestos.
Del suelo Brittany recoge un chaleco antibalas para ponérselo. Poco tiempo pasa cuando llegan diez camionetas que se forman en fila. Los monaguillos se forman en grupos de cinco y suben a las camionetas las cuales salen deprisa. Brittany y su grupo toman el último vehículo.
Con tranquilidad Brittany sube, se acomoda en la parte de atrás, donde no habla con nadie y se pone de nuevo los audífonos para escuchar música. El auto se pone en movimiento y con velocidad baja inicia la marcha.
Brittany se pierde en su pensamiento y no atiende lo que dice el líder de grupo, quien va sentado en la parte delantera, hablando con los demás. Brittany asiente con la cabeza y dice cortante: «Ya lo sé.» Y de nuevo se pierde en su pensar mirando el exterior.
La camioneta se para a las afueras de otro complejo enorme, en el cual hay edificios vacíos, casas, autos y todo tipo de obstáculos que en cualquier ciudad podría existir.
Dentro de la ciudad se escuchan múltiples disparos, los cuales silencian por momentos el cantar de las aves, las cuales salen despavoridas al escuchar tan fuerte ruido. Fuertes explosiones retumban por todo el bosque.
Pero ni en esas circunstancias Brittany se ve preocupada, se mantiene tranquila. Pasan los minutos y por la radio que porta el líder del grupo se escucha la palabra: luz verde. De inmediato el auto acelera. Una compañera que va junto de Brittany le da un ligero golpe para que ponga atención. Brittany se quita los audífonos y los deja en el suelo del vehículo, se pone un casco con tranquilidad, se acomoda en el asiento y espera la señal para bajar del coche.
El auto baja una pendiente de 30 grados hasta llegar a la pequeña ciudad, y como si fueran esos monaguillos soldados de élite, bajan del vehículo e inician su recorrido, disparando a blancos de metal.
Por altavoces se escuchan instrucciones: «¡Vamos, equipo azul! ¡Sin titubeos!» Brittany en la retaguardia se encuentra concentrada, y dispara de manera precisa. Sube por escaleras y corre por techos con precisión, se arrastra y dispara.
En lo alto de un edificio, hay 5 rifles de francotirador, Brittany sujeta uno y de manera rápida y sin esperar alguna orden se va al piso para preparar el arma. Con pericia maneja el rifle, se pone en posición, respira lentamente y con tranquilidad dispara a un blanco que está a una distancia considerable, sin esperar el resultado del disparo, se levanta y baja por una cuerda hasta el piso, se posiciona como si de un soldado se tratase y espera a sus demás compañeros, quienes, con esfuerzo tratan de no fallar el único disparo que tienen.