Ocaso Rojo. El arrepentimiento de una princesa

Capítulo V

 

 

 

Las horas transcurren sin novedad en el hospital, el sonido de las máquinas son el único ruido que se puede percibir. Las enfermeras pasan a los cuartos para ver a los pacientes.

En el cuarto de María de la Luz sólo se encuentran sus padres, Elia se ha retirado para atender a sus nietos.

A las 3:33 de la mañana, el cuerpo de María de la Luz se empieza a mover. Con una larga bocanada de aire ella despierta. Algo mareada voltea a ver a su lado izquierdo para encontrar a su madre

–¿Cómo te sientes amor? –dijo Abigaíl al notar que su hija había despertado.

Confundida María de la Luz cierra y abre los ojos. Patrick al verla despierta, se acerca y con ternura le planta un beso en la frente. La reacción de María de la Luz es sonreírle y decir con voz cansada: ¡papá! De inmediato ella de nuevo se queda profundamente dormida. 

Han pasado más de 48 horas desde la última vez que abrió los ojos María de la Luz. El sol es deslumbrante, y pocas nubes se pueden ver en el cielo. Por la tarde María de la Luz se despierta algo asustada.

–No te preocupes, hija, estás a salvo –dijo Elia calmando a su nieta.

Al ver María de la Luz quien le habla, le quiere contestar, pero no puede abrir la boca, un alambre le impide vocalizar correctamente las palabras. Trata de mover el brazo derecho, pero no puede. Se empieza a ver de arriba abajo, tratando de comprender que ha pasado.

–Me duele todo mi cuerpo –dijo María de la Luz con poca fuerza.

–Pronto te recuperarás, no temas.

–¿Dónde están mis hermanos, señora?

–Ellos están con tus padres, sanos y salvos.

Con esas palabras, ella suelta un respiro de alivio, para empezar a ver toda la habitación. Al terminar de analizar cada aspecto del cuarto y saber en dónde está, pregunta:

–¿En qué parte de México estoy?

–Te encuentras en un hospital en Sevilla, España.

Confundida María de la Luz se queda, pero tranquila al ver todo el personal médico quien pasa de un lado a otro.

La princesa Elia no sabe cómo iniciar la conversación y se hace un largo silencio. María de la Luz algo sedienta trata de alcanzar un vaso con agua, Elia sin pensarlo le acerca el vaso para que le sea más fácil tomar el contenido.

Intrigada María de la Luz por ver por primera vez a Elia, la mira detenidamente, para notar una gran similitud con ella.

–¿Quién es usted, señora? –preguntó la joven convaleciente.

–Soy tu abuela, madre de Patrick –dijo Elia con timidez.

–Mi madre me habló de usted, al igual, quien me secuestró –dijo María de la Luz.

–Lo sé, de seguro en todos los relatos soy la mala. Pero no mentiré; es la verdad –respondió la abuela sin querer ocultar nada.

–Ahora comprendo las palabras que me dijo mi madre, sobre el parecido que tengo con usted –dijo sonriente María de la Luz–. Al estar encerrada y enterarme que todo el dolor que sentía era por su culpa, trate de odiarla. Pero al ver por la pequeña ventana de la celda las estrellas por la noche, comprendí que sólo chispazos somos en este inmenso universo. Al entender lo insignificante que es la humanidad, no permití, que el odio marcara el resto de mi corta existencia. Así que sin importar lo que pasara conmigo, sabía que le había perdonado.

Con un nudo en la garganta Elia se acerca a María de la Luz.

–Gracias por permitirme conocer el amor y el perdón al mismo tiempo.

Los días transcurren con monotonía en el hospital. La doctora Aurora visita periódicamente junto con la psicóloga a María de la Luz para ver su estado emocional, pero en ella no hay odio y mucho menos coraje.

Aquel miedo y desconfianza que los primeros días tuvo empiezan a irse de su ser.

–¿Por qué tienes esa reacción después de vivir algo tan traumático? –preguntó la psicóloga intrigada.  

Suspira con fuerza María de la Luz. De su ojo izquierdo resbala una lágrima, la cual va desapareciendo en la mejilla.

–Al sentirme afortunada de rehacer una vida rota.

La psicóloga sin entender por completo las palabras de la joven quinceañera, le pide que le explique y así lo hace María de la Luz. 

–En el mundo donde florecí, es un lugar terrible, donde vi como muchos de mis conocidos desaparecieron sin dejar rastro alguno, dejando un enorme agujero en sus familias –por un momento María de la Luz detuvo la diatriba, para tomar fuerza y tratar que la voz no se quebrara. Después de un suspiro largo reinició–. Es por todos ellos que han sido encontrados en fosas clandestinas a lo largo del territorio mexicano, que debo de superar lo que me pasó, para que aquellos que ya no pudieron regresar con sus familias, puedan vivir a través de mis caídas y éxitos. Porque al final, Dios jamás existió, pero en cambio yo soy real.

La psicóloga la mira con ternura, le regala una sonrisa y sin decirle alguna palabra se levanta y se retira junto con Aurora.



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En el texto hay: traicion, amor, odio

Editado: 03.05.2022

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