Yo puedo.
Toco el timbre de la propiedad y escucho gritos y sermones.
Yo no puedo.
Planeo escapar, acabo de llegar, aun hay tiempo de huir.
Fue hace una semana que mi madre me dio la terrible noticia, ahora soy niñera. Quizás si hubieran sido los Jones todo estaría bien, podría cuidar a su gato, Misifu, mientras veo la televisión. Incluso los Harrison, sé que tienen un hijo hormonal que probablemente comience a hacer preguntas pervertidas apenas me vea, pero eso es mucho mejor que los Williams.
Ya me había volteado dispuesta a irme cuando abren la puerta.
—¡Katya! —Aparece una mujer. Debe estar en sus cuarenta, de melena rojiza y con una cálida sonrisa. Se ve simpática, que asco—No te veo hace años.
—Señora Williams...—No sé qué decir—. Un gusto.
Me invita a pasar y observo descaradamente cada detalle de la casa. Claramente tenían dinero, era prácticamente una mansión, lo que no le sorprendía considerando la cantidad de personas que habitaban la vivienda. Tenía dos pisos, una gran sala de estar con múltiples sofás, una gran televisión y una cocina americana. Había un pasillo que daba a un salón, debía ser donde se sentaban a comer en familia pues había una larga mesa y alrededor de veinte sillas. Madre mía.
La señora William se acerca a un citofono en la pared y llama a todos a dejar sus tareas y venir a presentarse. Empieza a bajar la gente y con cada paso que escucho me asusto más. No se veía muy tranquilo el panorama.
Finalmente cuando están todos reunidos, deciden formar una fila.
—Ya me conoces a mi, me llamo Harriet —dice la señora Williams—Tengo siete hijos pero la mayor, Becca, ya vive con su esposo.
¿Dijo siete? Porque juraría que dijo siete. ¿Acaso se creen conejos? Vaya Harriet, tan santa que te veías.
Y al más puro estilo de la novicia rebelde se presentan las criaturas.
—En orden de menor a mayor, tenemos a la bebé Buffy.
Espera. Nadie mencionó un bebé, menos con nombre de cazavampiros.
—Luego está Cody, que tiene 10.
Ok. Eso es controlable.
—Ginger que tiene 15.
Alerta. Adolescente en pleno apogeo.
—Los gemelos, Quentin y Matthew con 17 años.
2x1 señores.
—Y por último Harvey, que creo ya has conocido, tiene tu edad si no me equivoco.
Error. Él tiene 21, es un año mayor. ¿Cómo lo sé? Eso es porque Harvey era leyenda en la escuela. Así es, ibamos juntos a la escuela. Solía ser mi chico de ensueño pero nunca me dirigió una sola mirada y lo odio por eso. Nadie desprecia a una Smirnov.
Seis bendiciones, estaba a cargo de seis seres humanos, bueno en realidad cinco ya que uno era lo suficientemente grande para cuidarse solo. No estaba tan mal como creía.
—Y las abuelas, Daisy y Blair.
¿Ancianas? Me retracto. Esto se me estaba yendo de las manos.
—Y no olvides a las mascotas, tenemos tres perros y un gatito.
Me habría desmayado de no ser por la paga, si había algo de bueno era eso. Me imaginé el fajo de billetes o los números en la cuenta bancaria para calmarme a mí misma.
Esto era horrible. Ni en mis peores pesadillas estaba frente a este escenario. Yo no lloro pero sentía que lágrimas iban a caer de tanta frustración.
Como si se hubiera dado cuenta y temiendo que me fuese a arrepentir, la señora Williams me entrega a la bebé y se despide.
—Ahora debo irme al trabajo, mucha suerte.—Y así sin más desaparece.
Me quedo mirando a la niña que sostengo en mis brazos, pensé que iba a nacer en mí aquel instinto maternal que debía tener bien escondido. No fue así. Nada apareció porque mientras sostenía aquel monstruo llorón solo pensaba en las ganas que tenía de lanzarla por la ventana.
—¿Katya, cierto? —dice uno de los gemelos con mirada coqueta.
—Sí y muy grande para ti.
Sólo son tres años pero yo ya estaba en la universidad y ellos recién pensaban en la fiesta de graduación. No, gracias.
—No hay edad para el amor, corazón.
—¿Sabes dónde está el coche de esta cosa? Perdón digo, Buffy.
Descubro que el es Matthew. Me lleva al segundo piso y me hace entrar a una habitación, está llena de posters de futbolistas.
—Esta es mi habitación.
—¿Dónde está el coche?
—No lo sé la verdad, solo quería mostrarte mi cuarto considerando que pasarás mucho tiempo por acá.
—Creo que voy a vomitar. Tu y yo es igual a imposible, eres un niño. Aceptalo.
—Eso dijo la última.
—¿Y qué pasó?
—Pues renunció.
—Probablemente por ti.
—Quiero ver cuanto duras en esta casa, corazón. Hemos tenido más de 20 niñeras y todas huyen.
—¿Me estás retando?
—Puede ser.
—No soy tonta, no aceptaré un desafío que puedo perder.
—Es muy simple, si duras más de dos semanas te cuento cómo desligarse de nosotros, sé que te están obligando. Por otro lado si te vas antes de esas dos semanas, debes tener una cita conmigo.
—Jamás. De todas formas descubriré como liberarme del castigo.
Me giró aún con la bebé en los brazos y me dispongo a encontrar el coche o la cuna, lo que sea mientras me deshaga de ella.
Comienzo a entrar habitación por habitación, exploro el largo pasillo y todavia no encuentro el cuarto del bebé. Llegó a la última habitación segura de que esa debe ser. La puerta está entreabierta.
Al entrar me encuentro con una gran televisión y una consola de juegos, enfrente hay una silla Sacco, maldición, a juzgar por tanto videojuego esta debe ser la pieza de Cody.
Equivocada. Siento que alguien viene saliendo del baño de la habitación. Intento huir pero no fui tan rápida, Harvey viene saliendo en toalla.
Santas chimichangas. Benditos los ojos que lo ven. Las gotas de agua recorren su cuerpo y pasan por sus definidos pectorales. Los músculos de los brazos no son tremendos pero demuestran que se ejercita.
Editado: 04.06.2020