Lana.
Até la delgada liga a mi cabello rubio en un moño alto preparada para salir. Iban a dar las seis y tenía dos horas antes de llegar al Dirty Drinks. Joey me estimaba, pero no lo pensaría dos veces antes de buscar alguien que si llegara puntual a su lugar de trabajo.
— ¿Necesitas un aventón? —sacudí la cabeza y miré a mi compañera. Bailey y yo habíamos sido amigas desde el jardín de niños y gracias a ella me había podido mantener en pie cuando mi padre murió hace unos años, justo antes de terminar mi carrera. No había visto a su niñita recibir su título ni tampoco convertirse en una simple cajera a falta de una oportunidad laboral. Gracias a Dios por ello. No creía a que hubiese soportado eso.
— ¿Owen viene por ti? —me dio un asentimiento y recogió su cabello rojo atándolo y colocando su habitual gorro. Su hermano apareció en la puerta de la entrada y caminó hacia nosotras. Solo faltaba que la anciana de la esquina decidiera que la malteada que se estaba tomando ya se había acabado para oficialmente dar nuestro día en la cafetería por terminado.
— ¿Cómo están las mujeres más hermosas de la ciudad? —su abrazo no tardó en llegar mientras nos colocaba a cada una en la cuenca de sus brazos.
Bailey bufó y golpeó su pecho.
— Apuesto a que le dices eso a Sasha también. —se burló. Owen se encogió de hombros cuando me alejé y dejé mi delantal en el perchero de la esquina.
Los hermanos Nichols habían heredado no solo esta sino todas las sucursales de Nichols Bakery en toda la ciudad, y desde que su curso de repostería había llegado a su fin, Bailey se había hecho cargo del negocio junto a su hermano. Eso hacía que tuviera horarios accesibles para poder llegar a mi otro trabajo. Bailey me aseguraba un empleo estable durante el día y Joey uno durante las noches, eso era lo necesario para pagar las facturas y sobrevivir.
— A Sasha le digo eso, entre otras cosas. —sonrió con suficiencia mientras ponía ideas en la cabeza de ambas. Mi amiga hizo una mueca de disgusto y se alejó de su hermano lo más que pudo.
— ¡Eso es asqueroso, Owen!
El pelirrojo rodó los ojos y simplemente rió.
— Oye que yo no tengo la culpa de que a tus veinticinco sigas siendo virgen. —le soltó. Contuve las ganas de reírme cuando vi a mi amiga girarse con un cuchillo en su mano derecha. ¿Por qué le gustaba tanto organizarlos? No le gustaba que le preguntaran.
Sus ojos marrones brillaron con furia mientras se acercaba a su hermano.
— El hecho de que seas un prostituto no quiere decir que yo también deba serlo, Owen. —dijo con un suspiro alejándose. Lo cierto es que yo también me preguntaba por qué seguía teniendo su tarjeta v a estas alturas, no había hecho un pacto de celibato ni era lesbiana, de hecho, le gustaba mucho meter su lengua en la garganta de los hombres y mucho más ponerse de rodillas frente a ellos. Incluso también sabía por su propia boca que varios habían ido con su boca a su lugar feliz, pero nunca se había animado a dar el siguiente paso.
Los chicos en la universidad habían estado molestos en muchas ocasiones. Bailey era hermosa y un soplo de aire fresco viviendo su vida, se iba con ellos y luego de que los encendía y hacía los preliminares, se apartaba y con una sonrisa salía corriendo.
Las cosas no acabaron del todo bien en algunas ocasiones y en una que otra, Owen terminó con su puño estampado en el rostro de varios.
— ¿Está en sus días? —si había alguien en este mundo que no sabía cuándo callarse, ese era Owen Nicols.
Bailey le dedicó otra mirada furiosa mientras ponía llave a la caja registradora. El reloj en su muñeca cayó al suelo cuando en un intento de cerrarla, se enredó con el borde del metal y rompió la manilla que lo sostenía. Owen no dudó antes de comenzar a reír a carcajadas.
— ¿No puedes dejar de ser un dolor de cabeza, Owen?
— ¿Sabes algo, Bailey? —su hermano ensanchó su sonrisa y jugueteó con el juego de llaves colgando en su dedo índice. —Toma un taxi. Voy a ver a mi novia y a ser un dolor en el culo de ella.
— Dije dolor de cabeza. —lo corrigió su hermana dando un paso en su dirección.
— ¿Si? —intentó lucir sorprendido. —Mi error. Pero igual voy a ver a mi chica. —sonrió.
— No te atrevas a irte sin mi Owen Michael Nichols. —la sonrisa de alguna forma se hizo más grande en el rostro de su hermano, sus ojos marrones brillando con picardía.
— O acompaña a Lana al club, tal vez te animes a por fin salir de tu telaraña abajo. —se burló y se dio la vuelta.
La anciana de la esquina se puso de pie y se quedó estoica al momento que Bailey se quitó su tenis derecho y se lo lanzó al hombre alejándose. La miré con comprensión. Este era mi pan de cada día. Estos dos se amaban, pero no maduraban.
— Owen. —el hombre no se giró y lo próximo que escuchamos fue el sonido de la puerta de su Jeep cerrándose y el motor encendiendo. Bailey chilló frustrada y se perdió en el baño al borde del desespero. Ella no tenía ni un poquito de paciencia y a su hermano le encantaba jugar con ello.
— Lo siento. —murmuré conteniendo la risa. La mujer sacudió la cabeza despotricando en medio de susurros y salió por la puerta.
Bueno. Otro día más en compañía de los hermanos Nichols.
Tomé mi bolso y busqué mi teléfono entre mis cosas. Comprobé la bandeja de mensajes y no había nada que responder. Suspiré concentrándome en todo menos en el hecho de que mi novio no había dado señales de vida en dos días.
¿Dónde demonios se había metido esta vez?
La campanita de la entrada me alertó de la presencia de alguien y girándome sonreí al ver a la pequeña castaña intentando soltarse de la mano de la chica sosteniéndola.
— ¿Cómo estás, Lana? —Emma caminó con Alaia hasta llegar a mí y deteniéndose a un par de pasos me saludó. Miró alrededor del lugar y una cara horrorizada remplazó la sonrisa. —¿Ya ibas a cerrar?
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Editado: 04.06.2024