Chris.
Tomé a Alaia en mis brazos mientras Emma colocó en su hombro la pañalera. Carajo. Íbamos al parqué de dos cuadras, ¿para qué la necesitaba siquiera?
Sus ojos grises me observaron divertidos mientras tomaba la delantera y caminaba hasta llegar al ascensor. Me miró a la espera de que me uniera a ella y dándole un beso a Alaia en su mejilla caminé con ella en mis brazos y me adentré en la cabina junto a la castaña.
— Y bien, ¿cómo están las cosas con el gruñón Stevens? —una sonrisa de adolescente surcó en sus labios ante la mención del hombre. El idiota ponía la misma cuando la mencionaban a ella. Vaya parejita.
— Es bueno. —fue lo único que dijo. La miré para encontrarla con su vista puesta al frente y la sonrisa mucho más amplia.
¿Qué? ¿Eso era todo? ¿Qué a las chicas no les gustaba hablar a gritos sobre sus relaciones?
— Vaya. —solté una carcajada. Sus ojos grises se posaron en mí, podía tener los mismos que sus hermanos, pero sus facciones eran muy distintas. Jamás describiría a Elijah o a Edward como tiernos o algo similar, pero Emma apenas llegando al metro sesenta, era la mujer más tierna que había conocido alguna vez. Ya imaginaba el deseo constante de sus hermanos por protegerla. Sabía de primera mano cómo se sentía.
— Oh vamos. ¿En serio quieres que te hable de mis sesiones de besos y mimos con Nick? —se burló.
Acomodé mi gorra roja en mi cabeza poniéndola hacia atrás para que Alaia no pudiera llegar a ella. Su boca hizo un ligero mohín y furiosa se pegó a mi pecho en un intento por sacarme el lado de tío alcahueta. No cariño. Esta era mi favorita.
— ¿Sabes que no se calmará hasta que se la des? —la pequeña mujer a mi lado dio un paso fuera del ascensor cuando llegamos a la primera planta.
— ¿Nunca le dicen que no? —inquirí plantando un beso en el cabello castaño de mi sobrina y saliendo con ella en mis brazos del ascensor.
— Su padre es Nicholas, hazte una idea.
Sonrió y caminó al frente deteniéndose en recepción. El chico que normalmente veía al llegar no estaba por ningún lado, al contrario, un hombre mayor que jamás había visto le dedicó una amable sonrisa a Emma. Al verme sosteniendo a Alaia, ese gesto desapareció y me dio un breve asentimiento.
— Vincent. —Emma sacó una bolsa de la pañalera de Alaia y se la tendió. El hombre sonrió ampliamente y la tomó.
— Eres un ángel, Emma. Ya veo por qué el señor Stevens no quiere apartarse de ti.
Las mejillas de la mujer se tornaron rojas y solo se dedicó a sonreír.
— ¿Nos vamos, Chris?
Asentí y tras un breve asentimiento al hombre pasé las puertas giratorias junto a Emma.
La caminata hasta el parque no era larga, pero Alaia no dejaba de moverse en mis brazos tratando de llegar al accesorio cubriendo mi cabello.
— Te compraré una igual, princesa, pero esta no. —sus manitos ahuecaron mi rostro y saltó en mis brazos molesta cuando sostuve sus bracitos. —Emma...
La chica rio y miró a Alaia.
— No, hermosa. Pronto tendrás la tuya. Lo prometo. —dijo como si la pequeña gruñona igual a su padre le fuese a entender. —Chris, lleguemos a la cafetería antes del parque. Necesito cafeína para soportar el ánimo de este pequeño terremoto. —sonrió.
Seguí su camino cruzando la calle y entrando a Nichols Bakery. No iba a negar que probablemente competían con los panecillos de Jasmine. Aunque no lo admitiría en voz alta. La mujer a pesar de ser un sol, tenía el humor de un jodido diablo. Era mucho mejor estar en su lado bueno.
— ¡Emma! —la pelirroja atendiendo la mesa junto a la ventana chilló emocionada al ver a mi compañera del día. —¿Una mesa?
Ella asintió y caminó tras la chica hasta la mesa de la esquina. Había estado aquí un par de veces, pero no había venido desde hace un par de meses. Miré a la caja en busca de la mata de cabello rubio que nos había atendido la última vez. Por alguna razón, la decepción se instaló en mi pecho cuando me di cuenta que era una pequeña pelinegra atendiendo esta vez.
En la última ocasión que había estado aquí, por primera vez desde la muerte de Maia la esperanza brilló al poner mis ojos en ella. Fue como un imán atrayéndome a ella y no pude quitar mis ojos de los suyos. Eran marrones, pero tan oscuros que podrían ser negros. Me perdí en ellos como no lo había hecho en mucho tiempo y no lo diría a nadie, pero se me habían cruzado por la cabeza un par de veces.
¿Qué había tenido esa chica que me había puesto así?
No tenía idea, pero sí que me había cautivado con una mirada.
Incluso pensé en pedirle una cita, pero no era el momento. Su nerviosismo tampoco ayudó. No le fui indiferente. Era modesto, pero no podía negar lo obvio, el hecho de ver las monedas cayendo en el marco de la caja registradora me había hecho sonreír en su momento. Era una ternura y vacilación que no había visto en una mujer en toda mi vida adulta. Y eso me atrajo.
El hecho de que estuviera pensando en ella en este momento, me trajo a la cabeza que no había estado en una relación en un buen tiempo. ¿Dos años tal vez? Demasiadas idas y venidas para lo que estaba pasando.
— ¿Estás bien? —observé a Emma y me obligué a enmascarar mis pensamientos con una sonrisa. Dándome por vencido, me saqué la gorra de la cabeza y se la entregué a mi sobrina. Sus ojitos iluminándose con alegría y fascinación fue todo lo que necesité para dejar de lado el hecho de que perdería mi gorra favorita hoy.
— Claro.
— Oh, allí viene Lana. —su rostro sonrió y se puso de pie. —¿Puedes pedir por ambos? Tengo que ir al baño.
Asentí y la vi irse por unos segundos, mis ojos se apartaron de ella al ver a la mujer acercándose. La vi dudar antes de terminar de llegar a la mesa en donde una niña de año y medio estaba demasiado concentrada con el objeto rojo en sus manos como para determinarla. Pero vaya que tenía toda mi atención.
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Editado: 04.06.2024