Lana.
Entré y cerré la puerta tras de mí, mis ojos viajaron por todo el lugar y la pesadez me invadió cuando noté los zapatos de la entrada junto a mis maletas. Había sido una semana difícil tomando la decisión de dejar las cosas con Mark, pero lo había hecho después de todo, solo estaba esperando a que volviera para cortar las cosas como era debido, sin huir como una jodida cobarde.
Caminé con paso firme hasta llegar a nuestra habitación. Reí en silencio. ¿Nuestra? Había dejado de serlo desde hace mucho tiempo. Era suya, nada de lo que había en este lugar se sentía como mío. Fue duro darme cuenta de la realidad, pero lo cierto era que, jamás me había sentido como en casa en las cuatro paredes que compartía con Mark.
Todo giró siempre alrededor de él, nunca hubo un nosotros. Triste pero cierto.
Sus ojos marrones se clavaron en los míos al verme entrar. Tomando el mando del televisor a su lado, apagó el aparato sin dejar de mirarme, su mirada cargada de furia haciéndome saber que había visto mi equipaje en la entrada.
Era hermoso, pero ahora, solo podía ver todos y cada uno de sus defectos saliendo a la luz. Todo en él se sentía incorrecto en cierta medida. Nada como el chico al que un día creí amar.
— ¿Algo que decir? —su voz calmada me alarmó, porque su tono exaltaba algo que en sus ojos no se veía reflejado. Y, además, lo conocía, él no era el epitome de calma, distaba mucho de serlo, a decir verdad. Sus manos se metieron en los bolsillos de sus vaqueros demostrándome más calma.
— No creo que no te hayas dado cuenta de lo obvio. —solté en un intento por recuperar el control de la situación que me había arrebatado nada más entrar. ¿Dónde había ido la mujer fuerte y decidida de anoche?
— No juegues conmigo, Lana.
— No lo hago. Los que jugábamos éramos ambos al hacerle creer al mundo que éramos una pareja durante los últimos cinco años. —dije con nostalgia. Miles de recuerdo viniendo a mi cabeza y todos llevándome al mismo punto. Hace años atrás, no había nada reciente. Todo era con respecto al inicio de nuestra relación, cuando fue el caballero perfecto para mí.
— No digas tonterías. Estamos juntos, me amas, te amo, lo superaremos.
— No hay nada que superar. No hemos sido una pareja en años, vivir juntos ha demorado demasiado, no pienso seguir hundiéndome contigo.
— Estás equivocada. —pronunció con firmeza y autoridad como siempre hacía, creyendo que esta vez, su tono iba a cambiar algo.
— No pienso pelear contigo, me voy, y se acabó.
Entrecerró sus ojos en mi dirección, lleno de furia contenida.
— ¿Con quién te estás acostando? ¿Es el patético hijo de Joey? ¿Es por él por quién me vas a dejar? —reclamó acercándose a mí.
— ¿De qué mierda me estás hablando? —retrocedí golpeando la puerta a mis espaldas. —Ese es el problema contigo además de muchos, no hay nadie en mi vida, me voy porque quiero vivir sin estar atada a una persona a la cual dejé de querer hace mucho tiempo.
— Eres una zorra, una maldita golfa que le abre las piernas al primero que le habla bonito. —le crucé la cara con una bofetada antes siquiera de que alguno de los dos pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando.
— No me ofendas. He aguantado lo que muchas habrían dejado de lado desde el primer día.
Tomó mi mano y me apretó con fuerza acercándome a él. El dolor era tan fuerte bajo su agarre que sabía que dejaría una marca difícil de esconder.
— No vuelvas a ponerme una puta mano encima.
— No vuelvas a ofenderme. —refuté a escasos centímetros de su boca, su aliento golpeando con fuerza contra el mío compitiendo por cuál de los dos irradiaba más furia.
— La verdad duele.
Me reí en su cara.
— ¿Tienes idea de cuánto me importa lo que pienses? —sonreí contra sus labios. —Lo mismo que lo que vales como ser humano. —me apretó con fuerza el brazo, pero seguí con mi sonrisa a pesar del dolor. —Nada.
Antes de poder pensar en nada mas, me aventó contra la pared y golpeó mi mejilla con fuerza. Sentí el sabor metálico en mis labios cuando el aturdimiento me invadió. Su pecho subía y bajaba con fuerza cuando posé mis ojos en él.
— Eres un cerdo. —contuve las ganas de llorar, la sorpresa aun presente en mi cuerpo.
— No hemos acabado aquí. Lárgate si quieres, pero escúchame bien, Lana. No te vas a deshacer de mi tan fácil. ¿Quieres follar por ahí? Hazlo. —se acercó a mi haciéndome encoger por miedo. Sonrió plantando un beso en mis labios que me tocó soportar. —Pero no se te olvide que eres mía. Entra en razón, te daré eso. Pero volveré a ti siempre. Eres mía, aunque muchos te metan la polla, eres mía, aunque algún imbécil te coma el coño, y eres mía, porque yo lo digo, maldita zorra. —tragué en seco, esta vez no pudiendo contener las ganas de llorar.
Las lágrimas escaparon de mis ojos, demostrándole la debilidad que no quería expresar.
No había nada en él que amara, ni rastro del hombre que creía que era perfecto hace años.
— Te odio.
— No me importa. —exclamó sin apartarse de mí. —Ten un buen descanso de tu hombre, cielo. Lo vas a necesitar para cuando te quiera poner las manos encima otra vez.
Se alejó y sin darme una última mirada, salió dejándome en la soledad de la habitación que compartimos tantas veces.
Me aferré a mis piernas incluso después de escuchar la puerta de la entrada al cerrarse, el miedo sin dejar de estar presente. Mi cuerpo se sentía pesado por la conmoción. Ese bastardo se había atrevido a tocarme. Me había ofendido y lo había abofeteado, pero lo mío fue insignificante en comparación con lo suyo. Mi mejilla dolía y la sangre corría por mi labio por la fuerza del impacto.
Tenía que salir de aquí.
***
Los ojos de Bailey se abrieron asombrados cuando se posaron en mí, su boca abriéndose y cerrándose para luego temblar del enojo.
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Editado: 04.06.2024