Chris.
No entendía los motivos por los cuales estaba nervioso, solo era entrar, salir y luego irme de vuelta a casa.
Me senté en la silla de espera fuera de la oficina de la mujer que me llevaba esperando diez minutos dentro. Hannah me mataría si no entraba, el entrenador me cortaría en pequeños pedazos y dejaría mi cabeza intacta para que viera como me sacaba del equipo y los chicos...ellos se terminarían de alejar de mi de manera definitiva.
Ya no me producía nada más que auto decepción ver la mirada dolida en los ojos de mis compañeros cada que posaban sus ojos en mí, incluso Rick había dejado de llamar desde hace un par de días.
No les había dicho que iniciaría con la terapia, y Hannah me había prometido guardarme el secreto hasta que encontrara mi camino en medio de toda la mierda.
Luego de la plática con Lana, algo en mi simplemente se había disparado, era como estar viéndome a mí mismo en un espejo, reflejando el dolor de mi alma en ella. Me había disgustado verla así, y justo en ese momento, comprendí lo mucho que mis amigos luchaban por mantenerse conmigo a pesar de la advertencia de correr en otra dirección.
No había sabido nada de ella desde esa noche, hace una semana. Pensé en llamar, pero no era como si hubiese dado el paso de pedirle su número. La noche y la madrugada, se nos había pasado entre risas y una buena platica, fue la primera vez en años que disfruté de la compañía de una mujer sin querer ponerle las manos encima. Sí que quería hacerlo, pero el deseo de conocerla, era mucho más fuerte que mis ganas de descubrir cada una de sus facetas en la cama.
Mi teléfono sonó en mi bolsillo e ignorándolo, fijé mis ojos al frente. Personas iban y venían con sonrisas y caras largas, había para escoger el estado de ánimo.
— ¿Con ganas de salir corriendo? —salté un tanto sorprendido por la intromisión de la voz graciosa que llegó a mis oídos haciéndome saber lo cerca que se encontraba de mí.
Miré a la mujer a mi lado, su cabello castaño caía hasta sus hombros y me observaba con sus ojos marrones con empatía y calidez.
— ¿Perdón? —inquirí demasiado ausente como para recordar su pregunta.
— Qué si estás listo para huir. —me encogí de hombros sin saber que responder. Mi Audi estaba fuera esperando por mí, pero sabía que, si me subía, firmaba mi carta de baja mañana a primera hora. Se me habían acabado las oportunidades y aunque me había costado admitirlo, sí que era momento de que buscara ayuda de alguien más.
— Algo así.
Su ligera risa se escapó de su boca al tiempo en que volvía mis ojos a la recepción. La chica detrás del mostrador entrecerró sus ojos en mi dirección y sacudió la cabeza tomando el teléfono que comenzó a sonar.
— No es tan malo una vez te acostumbras. —miré a la mujer a mi lado poniendo toda mi atención en ella. No quería ser grosero, pero no tenía ganas de seguir con la conversación, mi mente estaba demasiado ocupada buscando una salida de este lugar en donde todos ganáramos.
— ¿Qué cosa? —me hice el tonto. Rodó sus ojos y se recostó en la silla.
— La terapia.
— ¿Has asistido? —asintió, sus ojos brillando con una pizca de nostalgia para luego irradiar con paz.
— Lo hice. Fue difícil y tardé muchos meses antes de por fin atreverme a tocar la puerta en donde me esperaban. Las personas me dejaron y solo hasta que quedé sola y me di cuenta de ello, fue que di el siguiente paso.
— ¿Solo se alejaron? —sonrió de lado, con tristeza. Su mano viajó a su cabello, acomodando las ligeras ondas detrás de su oreja. Pude divisar un tatuaje apenas visible cubriendo la parte interior de su muñeca. Resiliencia.
— No fue tan así. —mi interés se hizo presente haciéndola reír. —Yo los alejé, con mis acciones, con mis palabras, con mi manera de sobrellevar el dolor.
— A veces los demás no entienden la magnitud del dolor.
Sacudió la cabeza y la seriedad inundó su rostro. Los cachetes que se habían hecho notar con la sonrisa, desaparecieron.
— No es así. Es que estamos tan sumidos en nuestro universo de dolor y compasión hacia nosotros mismos, que creemos que, si nosotros sufrimos, los demás también deben hacerlo. Nos resignamos al punto que no notamos los esfuerzos de los demás por demostrarnos su ayuda. Eso es jodido, porque incluso el más paciente se termina cansando de estar de pie en la fila esperando por una mínima señal que nunca va a llegar.
Sus palabras produjeron una punzada de miedo y culpa en mi pecho. Era justo lo que había estado haciendo todo este tiempo.
— ¿Qué te sucedió? —pregunté.
— Mi padre era adicto y mi madre se suicidó cuando tenía quince. Me sumí en las drogas y el alcohol, incluso viví en las calles durante unos años. —escaneé a la mujer frente a mí con nada más que sorpresa y fascinación. ¿Drogas y alcohol? No había rastro de adición en la chaqueta de punto que llevaba y el resto de su ropa.
— ¿Qué sucedió que llegaste a eso? —pregunté sin importarme si sonaba indiscreto o metiche. A ella no pareció molestarse porque cruzó su pierna derecha sobre la izquierda y suspiró.
— Mis amigas se cansaron de intentar salvarme. Mi novio también. Luego mi padre murió por problemas con una banda y me fui a vivir a la calle para que servicios infantiles no me llevara. —sí, yo sabía lo que era ese temor. —Un día me le aventé a un auto estando borracha, un hombre iba con su esposa en su auto, tenía diecisiete para entonces. Se detuvieron antes de chocarme y me llevaron con ellos a su casa. Fue la manera que tuvo la vida y Dios de darme una última oportunidad. —sus ojos se inundaron de lágrimas, pero estas no salieron, solo parpadeó un par de veces reponiéndose. —Me cuidaron y se volvieron los padres que jamás tuve, ellos tenían una hija que había tenido un accidente y quedó invalida. —se encogió de hombros. —Se volvieron mi familia. Encontré mi lugar en el mundo luego del dolor.
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Editado: 04.06.2024