Lana.
Saqué la llave de mi bolso y abrí la puerta del departamento de Chris una vez la tuve fuera. Suspiré sin creerme aun tras dos semanas que había empacado mi vida y me había dispuesto a cambiar de aires en menos de un mes.
¿En qué momento mi vida había cambiado tanto?
Había instalado a mamá en casa de la tía May la semana pasada y tres días después tras pasar todo el fin de semana junto a ella, había tomado mis dos maletas y subí a un avión para comenzar de cero junto al hombre del otro lado de la puerta.
Estuve reacia a vivir con él al principio, de hecho, aun no estaba del todo convencida conmigo aquí, pero a él parecía no importarle el hecho de que hubiese invadido su hogar.
— Vivirás aquí, muñeca. No voy a permitir que te vayas a un departamento del tamaño de mi cocina solo porque no quieres aceptar mi ayuda.
Había reído con el luego de ello y permití que me trajera desde el aeropuerto. Desde entonces hemos compartido no solo el espacio, sino cama cada noche.
No le vi inconveniente a hacerlo, después de todo, estábamos saliendo y cada que me visitaba se quedaba más conmigo que en su hotel, por lo que sería absurdo pretender que estaba bien con la idea de su no tan linda oferta de aceptar la habitación contigua a la suya.
— No puedo prometer que no me colaré por las noches, por lo que piensa bien las opciones.
Me había dicho nada más plantear la oferta.
— Llegaste. —soltó cuando me vio entrar a la cocina.
Dejé mi bolso en la encimera y caminé hacia él, rodeándolo con mis brazos e inclinándome un poco para colocar un casto beso en sus labios.
— ¿Cómo fue todo? —me encogí de hombros haciéndolo soltar una carcajada. —Lana...
— Amara me odia. —reí con algo de tristeza.
La mujer era un dolor en el culo. Era la mejor en lo que hacía, pero su forma de gritarme se había vuelto demasiado que procesar. Lo único que me mantenía un tanto no tan paranoica era el hecho de que los gritos dirigidos a Simón, el asesor senior, eran igual que los que lanzaba en mi dirección.
— Esa mujer odia a todo el mundo. —se burló dándome un beso en la cima de mi cabeza. —¿Val te llamó?
Asentí. La mujer había reventado mi teléfono con llamadas hace dos horas cuando no atendí a la primera.
— Dijo que a las ocho estaba aquí. —me alejé de su cuerpo y caminé a la nevera sacando la botella de yogurt antes de cerrarla de nuevo. —¿Quieres? —sacudió la cabeza con asco.
Odiaba esto, y yo lo amaba por traerlo solo para mí.
— ¿Cómo te tomas eso? —me acerqué a él y tomé un sorbo desde la misma botella. —Lana.
— Pruébalo. —sonreí con inocencia.
Negó y miró cada uno de mis movimientos con atención. Tomé otro poco y dejé la botella a un lado para luego rodear su cuerpo con mis brazos de nuevo.
Me puse en puntas e intenté atraerlo hacia mí, sabiendo que había quedado un poco de yogurt en mis labios. Apartó el rostro, pero no dejó de sostenerme contra su cuerpo. —¿Me acabas de despreciar un beso, Christopher Hotch?
Asintió sin ningún tipo de remordimiento y solté una carcajada.
— ¿Me estás diciendo que prefieres el aliento de las mañanas a un poco de esto? —señalé la botella. De nuevo simplemente asintió. —Un beso. Solo eso.
— No tienes tanta suerte. —bromeó y pasó su lengua por su labio inferior. —Límpiate y luego vienes aquí. Te daré todos los besos que quieras.
— No quiero así. —me intenté alejar con una sonrisa. Su agarre sobre mí se apretó y con un ágil movimiento me tomó en sus brazos y me sentó sobre el mesón junto al fregadero. —¿Asustado, Hotch?
Soltó una carcajada. —Demonios, Lana. Ven aquí. —su boca se apretó contra la mía y sin darme tiempo de reaccionar, aprovechó mi jadeo para devorarme como nunca lo había hecho.
Mis manos fueron a su cuello siguiéndole el beso con la misma fuerza que me profesaba. La caballerosidad de Christopher se había ido a la basura y no podía determinar cuál de sus dos estados me gustaba más.
Rodeé su cintura con mis piernas y me alejé poniendo mis manos sobre su pecho, el cual subía y bajaba al compás del mío.
— Tenemos que bañarnos. —sonrió ante mis palabras.
— ¿Juntos? —besé sus labios con delicadeza sin permitirle profundizar el beso. No saldríamos de esta cocina si le permitía seguirme tocando.
— No tienes tanta suerte. —le devolví el comentario sin alejarme en lo absoluto.
— Ahorrar agua es una medida de cuidado al medio ambiente, pensé que te importaba la causa. —se acercó a mí y comenzó a repartir besos por mi cuello.
No lo alejé y me permití la oportunidad de disfrutar de la boca de este hombre. Un par de besos no significaba que nos teníamos que quitar la ropa. Bailey se había vuelto una profesional en ello y disfrutó mucho antes de Grand.
— ¿Sabes? —succionó mi cuello sacándome un ligero gemido. —Me muero por tenerte, muñeca.
— Ya me tienes. —reí un poco, la idea de nosotros dos en una cama llenando mi cabeza, y no precisamente estábamos durmiendo en ella.
— Sabes a lo que me refiero, listilla. —siguió su recorrido hasta llegar a mi boca de nuevo, tomándose el tiempo de repasar mis labios con su dedo índice antes de besarme. —Vete, Lana. —soltó alejándose y dándome la espalda.
— ¿Estás bien? —me burlé. Mi deseo por él solo aumentando con cada segundo. Ya imaginaba la tienda de campaña que tenía entre las piernas. Había tomado un vistazo hace tres noches cuando sin querer entré al baño cuando él estaba en la ducha. Salí, pero no sin antes encontrarse mis ojos con su miembro. Y vaya que estaba bien dotado.
Eres una cochina, Lana.
Lo sabía, pero no me importaba. Desde entonces había tenido pensamientos en mi cabeza y no sabía qué hacer con ellos. Agradecía que no se hubiese dado cuenta de ello y que la puerta al cerrarse no lo hubiese alertado de la intrusa que entró por pasta dental y terminó observando más de la cuenta.
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Editado: 04.06.2024