Ofrenda De Amor (lady Frivolidad) Trilogia Prohibido 1 Y 2

PRÓLOGO REVELACIÓN

Belalcazar, provincia de córdoba.

(Andalucía, España)

8 de marzo de 1807.

El sentimiento más lúgubre se extendía por el castillo del condado de Belalcazar.

Lo que debía ser un día de celebración, para la protagonista de ese momento era el final de todo aquello por lo cual una vez pretendió luchar.

Sus ilusiones marchitas como las rosas que adornaban sus aposentos.

Se estaba despidiendo de un sentimiento que dentro de su ser seguiría vivo por la eternidad.

Habia pensado en salir corriendo, pero como lo haría sin que las consecuencias alcanzarán a las personas que más apreciaba.

A él...

A ese ser en especial que lo único que había hecho mal era conocerla.

Porque lejos de ser alguien que este mereciera, estaba demasiado distante de siquiera pertenecer al grupo de personas deseables.

Ahogando un suspiro se irguió, dejando que su doncella la direccionara a aquel artilugio que le reflejaba.

Se observó sin admirarse en realidad.

Sus facciones se veían decentes, y hasta podía decirse que destacaban como nunca antes.

Sus mejillas coloradas por aquel mejunje, y sus labios rosados.

Llevaba un vestido corte imperio ajustado color azul.

Aquel que acentuaba su piel pálida y ojos únicos.

Marcando cada curva, haciéndola más atractiva.

Resaltando la parte del busto, formando una bonita figura.

Su iris marrones brillaban con la frialdad propia de estos.

Destacando en todo su atuendo.

Su cabello recogido en un fino tocado, con cintas a juego.

Sus guantes de seda blancos resguardando sus largos y estilizados dedos.

Un velo cubría su cabello hecho del más fino encaje, traído directamente desde la India.

Sin un cabello fuera de lugar.

Y todo sería perfecto si sus orbes por primera vez no se hubiesen tornado acuosos.

Respiro profundo cuando tocaron la puerta.

Su doncella que en ningún momento se detuvo siquiera a recordar su nombre, le dio paso a la persona que deseaba tener unas palabras con ella.

Pudiendo por fin dejar de lado un poco aquella máscara.

Solo con verlo reflejado en el espejo.

Volteo para encararle, topándose con un hombre mucho más alto que ella.

Musculatura promedio.

Cabello castaño.

Ojos casi negros y piel un poco tostada por el sol.

Trajeado perfectamente con un atuendo negro en su totalidad.

Se permitió sonreír después de mucho tiempo, y sin todavía ir a su encuentro le llamó.

— Javier— este le devolvió el gesto extendiendo sus manos para que después de mucho tiempo pudiesen darse ese abrazo que la distancia, y los años les había negado.

— Luisa — susurro con voz monótona cuando la tuvo por fin entre sus brazos.

Aquello no duró más que un par de segundos.

Más que suficientes para decirse sin palabras cuánto se querían.

>> No tienes por qué hacerlo — le escruto si decir nada.

Nunca fue de rodeos o dulcificar las cosas.

Ignoro el pinchazo en el lado izquierdo de su pecho

>> Él no te puede obligar a algo que no deseas.

—Lo hago por voluntad propia — zanjó un poco molesta, pero no lo demostró.

—No regrese para esto— pese a que su voz no cambió en ningún momento, se podía percibir en el ambiente que estaba a punto de explotar.

Después de todo era unos de los pocos seres que en verdad la apreciaba.

—Hermano si es tu deseo puedes retirarte, no soy quien para obligarte a estar en un lugar que te incomoda— sus miradas tan idénticas como únicas seguían enfrentándose.

Sin parpadear.

Luchando por algo que no tenía sentido o razón de ser.

—No permitiré que te dejes vencer tan fácil, esta no es la Luisa con la que crecí— sin más que añadir salió de la estancia dando un sonoro portazo.

Le hubiese encantado expresarle sus verdaderas razones, pero ya tenía demasiado con su propio infierno.

De alguna manera también lo hacía por él.

En un futuro no muy lejano lo libraría de ese peso que le fue colocado sobre sus hombros.

Solo necesitaba un poco más de tiempo.

Volvió a sonar la puerta, para acto seguido volver a abrirse y tras de esta aparecer otra imagen.

Una que le hacía sentirse asqueada de siquiera tener aquel apellido.

Uno tan maldito, como torturante.

— ¡Es hora!— exclamo tratando de encontrar algo que la delatase.

Su hija.

Ese ser que tanto orgullo le hizo sentir en antaño, ya no era la misma.

Cuando huyo de él todo cambió.

Como hubiese deseado que su legado quedase en sus manos, y no en el débil e insulso de Javier.

No respondió nada, solo paso por su lado con la frente en alto.

Ocultando su rostro con la fina tela del velo.

Cuando llegaron al lugar indicado, aquel estaba a rebosar de los lores con más renombre en España.

Hasta el rey había asistido al magnánimo evento.

De lo lejos avistó el alma pérdida de tío Jusepe.

Pese a la lejanía sus orbes se cruzaron por unos momentos, traspasando el manto que los cubría en su totalidad.

Supo que sentía lástima por su persona.

Algo que ella repudiaba.

Escruto el lugar, y se topó con los cuerpos de la mitad de su familia, que se hallan hipócritamente felices por aquella unión.

La honestidad era tan escasa a su alrededor que corroboró nuevamente que esos seres no merecían ni uno solo de sus pensamientos.

Cuando todos se internaron al recinto, por fin dieron la orden para bajar del carruaje.

Solo esperaba que Angeles hubiera podido acompañarle.

Le necesitaba aunque no lo demostrara.

Al igual que a su hermano.

Por ellos es que hacia todo aquello.

Acepto la mano enguantada del lacayo para descender.




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