"Solo basto una mirada para que nuestras vidas se entrelazaran.
Una palabra para que nuestros mundos se mezclaran.
Una caricia para que nuestros corazones saltarán.
Y Un beso para que nos diésemos cuenta que el uno sin el otro no éramos nada"
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10 de octubre de 1793
Belalcazar, provincia de Córdoba.
(Andalucía, España)
El amanecer en las tierras de los Belalcazar se alzaba rimbombante, catalogado como algo menos que frívolo y hostil.
Las paredes del castillo desprendían un aura de discordia que congelaba al corazón más bondadoso.
Los habitantes de aquella residencia no daban un atisbo de sentimientos.
Lo poco que quedaba en aquellos, si es que alguna vez existió, el dueño del hogar lo succiono con sus enseñanzas para nada ortodoxas, dando como resultado, que todos en aquel lugar llevasen consigo una capa de concreto que auguraba algo menos que un poco de humanidad.
En especial una persona en particular.
Un ser que por sobre cualquier cosa destilaba altanería, y una convicción calculadora que adquirió con sus escasos diecisiete años de vida.
Aunque ese día en especial sentía que pese a su insuficiente edad, la vida se le estaba pasando sin siquiera apreciar que era sonreír en realidad.
Con convicción.
Era catalogada el ser más frío, y sin corazón que alguien hubiese percibido en la existencia.
Contadas eran las ocasiones en las que se escuchó su estridente carcajada.
Ni hablar de las lágrimas...
Nunca supo lo que es llorar.
Su pecho jamás se agitó con algún tipo de sentimiento que no fuese determinación o ira.
Se preguntaba si en realidad amaba a su familia.
Ese era su verdadero dilema.
Observaba a su madre, Lady Enriqueta de Borja Condesa de Belalcazar, y aunque en su rostro se formaba algo parecido a la alegría, no era más que eso.
Algo efímero.
Claro que se preocupaba por su bienestar, después de todo era el ser que le dio la vida.
¿Pero había algo más en eso?
Lo dudaba.
O sencillamente no le procuraba demasiada importancia.
Su padre.
Aquel hombre que no le había hecho menos por ser mujer.
A poco de cumplir su mayoría de edad y a escaso un mes de ser presentada en sociedad, sabía llevar una casa y comandar una hacienda con todo lo que eso implicaba a cuestas.
Las finanzas del hogar, y los negocios de su padre eran de todo su conocimiento.
Convirtiéndose en el orgullo de este.
Inflaba su ego ¿pero en realidad le alegraba?
No lo sabía.
Tampoco le importaba.
Su hermano Javier...
Con él no era distinto, aunque entre ellos algo destacaba.
Su rivalidad.
Esa malsana que alimentaba su padre.
En múltiples ocasiones comparándoles, y haciéndoles ver que si ella no fuese mujer sería el perfecto sucesor.
Que Javier era inservible.
¿Experimentaba algún tipo de lástima?
Ni por él, ni por nadie.
Un sentir demasiado ruin para otorgárselo a una persona, que lo único que merecía era que lo valorasen por lo que es.
¿Lo quiso defender?
En muchas ocasiones.
¿Lo hizo?
Primaba más su bienestar.
Porque del querer al poder había un paso abismal.
Contradecir al Conde de Belalcazar, acarreaba una buena reprimenda, que sufrió una vez, pero que no quería volver a probar.
¿Era egoísta?
Como ninguna.
Entonces si todo se le hacía tan rutinario y tan falto de interés ¿Porque no entendía lo que ocurría ese día?
El invierno estaba por asomarse, y curiosamente esa no era su época del año predilecta.
Añoraba el verano.
Era la única estación del año, la cual de alguna manera calentaba sus extremidades.
La hacía sentir viva.
De cierta forma, pese a que su corazón seguía igual de arrítmico.
Derretía un poco su helaje.
Para esos momentos se hallaba sorpresivamente, y por voluntad propia ayudando a su hermano a que las cuentas cuadraran.
Muy dentro de su ser no deseaba que su padre lo volviese a dañar.
Siempre que eso ocurría la humillación para ambos era inimaginable.
No se contenía, y la hacía presenciar aquellas represalias.
Podía percibir la degradación de su hermano, y en su interior unas ganas inmensas de querer socorrerlo, pero seguía tan neutral como de costumbre.
— ¡Le he encontrado!— solto despues de sentir sus ojos arder, tras dejar de parpadear para hallar el dato que estaba haciendo que el castaño frente a ella se descolocase, a tal punto de permitirle que le diese una mano.
— ¡Déjame ver!— exclamo llegando hasta su lado, arrebatándole el libro de las manos, logrando que esta lo mirase con desagrado— ¿Pero cómo es posible?
—Deberías saberlo— soltó apreciándole con altanería—. Es algo que a todas luces resalta— la tensión en el ambiente era palpable—. Hiciste las cuentas mal, asi que si esperabais que todo saliese de maravilla, te habéis equivocado nuevamente— observó cómo la mandíbula de su hermano se apretaba.
Conocía lo que le molestaba que le recalcasen sus errores, pero pese a que no pareciese lo único que quería es que no le ofendieran nuevamente.
>> Javier deberías ser un poco más cuidadoso...— Trato de hacerle ver un punto, pero este le freno con su mirada mordaz.
—No me apetece escuchar consejos de una mujer, o en este caso una niña— escupió respectivamente llegándole a herir.
Su padre era el único culpable de aquella discordancia.
En su tiempo se procuraban.
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Editado: 17.12.2022