Ofrenda De Amor (lady Frivolidad) Trilogia Prohibido 1 Y 2

VII PARTE 1

"La felicidad es tan efímera, que sentirla parece un sueño,

Vivirla un privilegio, y disfrutarla un verdadero placer que pocas personas obtienen.

Pero cuando te despiertas del letargo en el que has estado sumido, te enteras de que nada es para siempre, que todo se termina.

Dejándote con un frío desolador en el pecho.

Enterándote que los verdaderos vencedores son los villanos de tu historia, y que para poder librar al ser amado del yugo, tu cabeza es la única ofrenda que asegurara que su caída no sea letal.

Porque querer es de valientes, pero amar sin condiciones es de verdaderos héroes".

*****

Nuevamente lo desconocido le embargaba los sentidos.

Le llenaban el pecho de un calor que se tornaba reconfortante.

La expectación ante lo próximo por ocurrir la tenía hecha un manojo de nervios, que solo se evidenciaba con leves temblores en sus manos desnudas que para el ojo humano eran imperceptibles.

Respiraba pausadamente para que las emociones no la desbordaran.

Sus ojos brillaban intensamente, dando como resultado que fuese lo único que denotara el estado en el que se hallaba.

Habían pasado un par de horas desde que lograron escapar y librarse de ojos incriminatorios, aquellas en las que se embarcaron en un viaje dentro de aquel carruaje, donde las voces murieron, al igual que las miradas furtivas.

Pese a que se encontraban solos en el mobiliario por petición expresa de su próximamente esposo, no le dirigía la palabra... ni siquiera monosílabos, y ella tampoco intentó remediar ese hecho.

Lo sucedido todavía tenía a su cerebro sumido en el letargo.

Con la mente en blanco.

Sin saber cómo reaccionar.

Si intentar hacer que todo parase y dar marcha atrás, o seguir con aquella locura que a decir verdad... deseaba.

Anhelaba con cada parte de su ser.

Porque el sí exclamado de su boca, había sido lo más real que pronunció desde que tuvo uso de razón.

Desde que supo que estaba viva porque su corazón frío latía por inercia.

Desde que todo le parecía tan estricto, y que tenía que seguir con los designios de su progenitor porque las consecuencias no serían nada favorecedoras para su espíritu.

Decidió cerrar los ojos para poner en orden sus ideas, para calmar la ansiedad que comenzaba a recorrerle el cuerpo.

Acompaso su respiración a tal punto de parecer que se había introducido en un profundo sueño reparador, induciendo a que Alexandre tapase su cuerpo con una manta para protegerla del helaje de la madrugada, a la par de un profundo suspiro que le puso alerta.

No era descabellado pensar que este se hubiese arrepentido.

Una obviedad cuando de alguna manera le presiono.

No quería hacer aquello, pero se le salió de las manos.

Los cuestionamientos por las dos partes prorrumpieron descontrolados, y el actuar de Horacio ocasionó que detonara algo en su interior.

Ella le haría frente a la situación.

No podía quedarse de brazos cruzados, pero al ver la negativa rotunda de este la llevó al límite sin ser consciente ocasionando propuestas apresuradas, que conllevan al arrepentimiento.

Se removió incómoda.

Tenía que librarlo de aquella carga.

No quería que la odiase por obligarlo a actuar por desesperación.

Abrió lentamente los ojos, enfocándolo y admirándolo ensimismado.

Maravillándome de su perfecta belleza, de sus rasgos rudos pero no por eso menos atractivos, de su perfil aristocrático.

Se apreciaba embelesado observando la oscuridad que aun cobijaba el camino.

Pronto amanecería y él continuaba distante, perdido en su mundo... y deseaba todo menos eso.

Le daría su libertad y se quedaría en la primera posada para regresar con su familia.

Que seguramente para ese momento estaban promoviendo una búsqueda incesante, porque su hermano y padre no descansarían hasta verle quizás por diferentes razones, pero no por eso menguaban sus deseos de tenerle nuevamente en sus manos.

Irguió su espalda para acomodar sus extremidades un poco engarrotadas por estar en la misma postura por tanto tiempo, cosa que llamó la atención del pelinegro, el cual la enfoco y sin decir nada la escruto por un largo rato de manera intensa.

La garganta se le cerró.

Se relamió los labios con ansiedad evidente.

Quería expresarle aquello que la estaba torturando, pero su egoísmo era sinigual.

No deseaba atarlo a ella por una promesa apresurada, pero a la vez anhelaba ser su mujer... verlo cada día cerca de su cuerpo, disfrutar de su majestuosidad con los primeros rayos de sol.

En ese instante por primera vez...

Como todo lo ocurrido con Alexandre Allard desde que le conoció, visualizo una familia.

Hijos.

Tres vástagos corriendo.

Entre ellos una pequeña que visiblemente era la primogénita.

Aquella que cuidaba de sus infantes hermanos.

Todos tan idénticos a su padre.

En un gran campo, abrazados observando aquella muestra de afecto con risas cantinas en sus gargantas.

Sus orbes fríos se cristalizaron.

Con aquella imagen tan vívida que reflejaba la más pura felicidad, una que nunca había experimentado por estar tan vacía por dentro.

—No me arrepiento— lo escucho decir con voz rasposa pausadamente, y mientras asimilaba lo que pronunció este trato de componer una sonrisa a la par que acunaba sus mejillas—. Solo que todo sucedió de manera tan poco premeditada que...— llevó una de sus manos a la boca del francés silenciándolo.

—Te entiendo— aceptó con la voz algo rota—, es solo que no sé cómo actuar— negó fervientemente dándole sentido a sus palabras—. Todo es tan nuevo que... me es difícil aceptar que por fin esté sintiendo algo que se erradico de mi desde que nací— trato de sonreír, algo poco natural en ella—. Sencillamente estoy feliz— expresó riendo sin saber la razón.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.