Ofrenda De Amor (lady Frivolidad) Trilogia Prohibido 1 Y 2

VII PARTE 2

Adrien Allard cavilo demasiado cómo debía actuar con respecto a aquella situación.

Su furia por momentos le cegaba.

La traición de su sangre le dolió igual que una puñalada directo al corazón, pero tenía que proceder con cabeza fría, y entender que esa posición la podía poner a su favor moviendo las fichas indicadas.

No tenía demasiado claro a dónde se dirigirían, pues en España no había un Gretna Green y cualquier iglesia los enlazaría si eran demasiado persuasivos.

Tuvo una gran ayuda que[jpgm1]  le indicó cuál era el camino correcto, solo fue intuición que Madrid sería la parada, que ella llegaría a él sin realmente buscarla.

Por fin la tendría cara a cara.

Expulsaría todo su odio, observando las consecuencias en primera fila disfrutando del momento.

Quizás a un alto precio pero lo pagaría con creces, adhiriéndose a la idea de que su hijo necesitaba un correctivo... y qué mejor que perder a la dama por la cual le dio la espalda sin contemplación.

Por eso cuando por fin la tuvo frente a sí, a pocos pasos de él... luchó con sus ganas de apretarle el cuello y asfixiarla para poder así saldar aquella deuda, pero no se merecía que todo fuese tan fácil.

Morir de una manera tan digna.

No cuando él desde aquel día no pudo vivir en paz.

Con la culpa latente por no llegar a tiempo.

De no poder evitarlo.

De no poder haber intercambiado de lugar.

Era su padre.

El hombre que le enseño todo.

El que fue padre y madre.

El que suplió aquel abandono como mejor pudo.

Un hombre correcto.

Fiel a su país.

Morir de una manera tan vil, como si su existencia no hubiese valido un centavo... sencillamente era algo que no concebía.

Respiro profundamente apreciando el rostro ligeramente desencajado de la dama.

Definitivamente una mujer particular.

No poseía una belleza envidiable, con su altura podía llegar a atemorizar a la par de sus ojos, que se asemejan a dos témpanos de hielo logrando estremecerlo un poco... nada del otro mundo.

Aunque debía aceptar que tenía un aura magnética que atrapaba.

Eso que pocos podían predecir, que envolvía a tal punto de volverla un completo enigma.

Y a todos los hombres les encanta descubrir tesoros, y al parecer la dama era uno de aquellos.

El más putrefacto de todos pero no por eso dejaba de ser intrigante y emocionante llegar hasta ella.

— ¿Usted es?— la vio preguntar casi en un susurro algo ida en sus pensamientos.

—El padre del hombre al que piensa unirse en algunas horas— le otorgó la razón.

Siendo benevolente, jugando a lo mismo que estaba implementando.

Leyendo sus pensamientos.

Esperaría a tomarla fuera de guardia para que le dijera todo lo que deseaba saber.

El silencio volvió a primar entre ellos a la par que la dama recobraba el suelo, pareciendo más impenetrable.

—Excelencia, sin sonar obstinada... creo que me debe una explicación por tenerme retenida— sonrió en respuesta mientras asentía dándole la razón.

—En efecto madame, pero creo que debemos tomar asiento si queremos que esto se torne algo ameno— vio como esta boqueaba pero asintió en respuesta dirigiéndose a una de las sillas de la estancia, él le imito posicionándose frente a ella.

La estaba apreciando con el cuerpo rígido.

Las manos en puño.

Con los nudillos blanquecinos denotando nerviosismo pese a que parecía que viviese en una tranquilidad imperturbable.

Como toda ella.

—Excelencia siento haber orillado a su hijo a esto, le aseguro...— le mostró una de sus manos para que callase su arrebato.

Eso no era lo que quería oír, lo que le interesaba.

No deseaba ver cómo simulaba no conocerle.

Toda su familia lo hacía.

Que fingiese no significaba que no supiera la verdad.

Pero tenía que aceptar que sonaba convincente.

—No es algo que me agrade pero no es lo que me interesa, y deseo escuchar— esta alzo una ceja visiblemente confundida—. Lady Borja..._ calaba en su interior decir su nombre, le asqueaba en sobremanera— no sé si su ingenuidad es insultante o en extremo gratificante, a menos que me esté dando una muestra del arte de burlar, en la cual toda su familia es una avezada— se cruzó de piernas esperando que esta reaccionara al ataque.

No respondió como él ansiaba.

Solo entorno la mirada.

— ¿Conoce a mi familia de aquella manera tan íntima para que asegure aquello?— apretó la mandíbula para no soltar alguna maldición—, porque jamás he escuchado que mi padre hable de usted— se oía genuina.

—Creí que su padre se lo contaba todo— inquirió pasándose la mano por el cabello algo ansioso.

Sabía que sería difícil, pero tenerle tan cerca y no poder hacerle lo que su corazón clama era una completa tortura.

—Pese a mis capacidades no dejó de ser una dama en edad casadera, y para los hombres particularmente suele ser un incordio que una mujer esté a su alrededor cuestionando sus pasos— maldijo para sus adentros al verle soltar aquello con tanta naturalidad—. Mejor hábleme de lo que mi padre tiene que ver en este asunto, porque al parecer es más importante mi familia que el futuro de su hijo— era ingeniosa, astuta, y muy inteligente... más de lo que alguna vez imaginó.

—Está ofendido mi intelecto milady— soltó con pesadez.

Debía contenerse.

Pero sólo Dios sabía cuánto le estaba costando guardarse todo el rencor que sentía por aquella chiquilla.

—Jamás haría tal cosa— se excusó sin un ápice de emoción—. La curiosidad me invade y deseo saber porque mi familia le interesa de aquella manera tan vehemencial, aunque también entiendo que es natural que quiera conocer mis orígenes por ser la mujer que su hijo a elegido para compartir su vida pero...— no pudo aguantar más.

En la mesita de centro que los separaba estrelló unos de sus puños frenando su perorata.




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