"Un si contundente.
Aquella afirmación que guarda demasiadas mentiras.
Un simple monosílabo que alberga inmoderado dolor.
Unas promesas sentidas, que lejos de ser lanzadas al azar fueron expresadas con todo el corazón.
Aquel que pendía de un hilo sin compasión.
Dos almas destrozadas sin ninguna opción.
¿Tendrán elección de salvación?
La respuesta a esa incógnita ni el tiempo la dirá.
Solo ellos, y sus sensaciones.
Porque es un sentir tan arraigado al pecho y a la piel, que amar se vuelve un hermoso milagro, pero odiar por el daño causado se puede tornar un verdadero deleite".
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28 de diciembre de 1793.
Víspera de nuevo año.
Belalcazar, provincia de Córdoba.
(Andalucía, España)
El día más esperado hacia su arribo.
Ninguno de los dos pudo cerrar los ojos un solo momento de la noche, o lo que restaba de esta.
Quizás por diferentes motivos, pero girando por una persona en específico.
Por el otro.
Ella pensaba en él, en todo el valor que necesitaría para con gallardía traicionarlo, a la par de mentirle magistralmente.
Mientras que el, se reafirmaba cada segundo que era la mejor opción.
Luisa de Borja merecía que el apostase todo por ella.
Cada uno vagando en sus aposentos.
El último en una pequeña estancia con un catre, y cómoda para poner sus pertenencias encima de esta.
Todavía tenían tiempo para no ser atrapados por alguno de los patriarcas de la familia.
Luisa segura de que su padre no llegaría, pues Horacio le habia afirmado que esta vez no la habia traicionado.
No confiaba en su palabra, pero era lo único con lo que contaba en esos momentos, y por reivindicarse con su persona no escatimaría en esfuerzos.
Y ese era uno de esos.
El otro favor... era conciente de que lo hacía más por él, que por ella.
Asi que no le debía nada, pues despues de todo sería el único que se beneficiaria de aquel intercambio.
O eso era lo que especulaba, porque jamás la tendría.
Si no podía ser de Alexandre, nadie más la poseería.
El Francés por su lado, siendo el único ignorante.
Él era el que no se daba por enterado de lo que estaba ocurriendo, quizás era lo mejor, pues no se conocía cómo reaccionaría, ante la traición de un padre que siempre vio como un ejemplo a seguir.
A lo mejor cambiaría su percepción de la vida.
Cabía la posibilidad que la cura fuese más aniquiladora que el mismo mal.
Los dos miraban con sincronía inquietante como el sol se ponía, dando el anuncio de que en un par de horas todo estaria concretado.
Suspiraron de manera singular.
Con una simultaneidad turbadora.
Su conexión sinigual.
Negando de forma perturbadora, para despues con lo que su loco celestino les habia proveído, disponerse a alistarse para aquel momento que sería el culmen de su existencia, aquel que los marcaria para siempre.
Sin poder olvidar, ni dar marcha atrás.
Un baño con esencia de jazmín predominando, dejando su cuerpo impregnado de aquella esencia.
Un lavado a conciencia con hierbabuena, para calmar sus ansias y despejarle los sentidos.
Las medias de encaje de un blanco impoluto, cubriendo sus torneadas piernas.
Su cuerpo trabajado, siendo abrigado solo con unas calzas.
Los pololos a juego con la tela poco discreta del encaje de sus medias.
Una camisa de abotonar, que a medida que iba siendo manipulada, su pecho se cubría con aquel fino y delicado ropaje.
El camisón de seda, que se le pegaba como una segunda piel, dejando al descubierto unos encantos que ella desconocía.
El pañuelo blanco, que para ese momento le entrecortaba la respiración.
El corsé que le quitaba el aliento, desviando sus pensamientos por unos momentos y más siendo apretado por la única doncella que permaneció en el lugar.
La misma que le atendía.
La que seguramente por chantaje no diría nada, o a cambio de los favores del futuro duque.
La chaquetilla negra, enmarcando su cuerpo, haciéndole más atractivo.
El vestido que ahora cubría su figura de manera sensual, de un blanco inmaculado, con tejidos de hilos de oro, dándole a la prenda un toque único.
El saco del mismo color que la chaquetilla, el cual abrazaba sus fornidos brazos, y arropaba su ancha espalda.
Zapatillas delicadas, con pedrería, broche de plata y bordados sin igual.
Las botas relucientes.
El cabello recogido en una trenza exquisita, unos cuantos mechones sueltos, listones a juego con la indumentaria, y un sencillo collar de perlas.
Sus ondas peinadas hacia atrás, de forma perfecta, controladas para la ocasión.
Polvos en el rostro, tratando de cubrir las ojeras rojizas formadas por su inexistente descanso, labios un poco colorados y ojos carentes de emociones.
O quizás con demasiadas que no sabía cómo expresar.
Afeitado en su totalidad, con sus orbes azules chispeantes y una seriedad realmente preocupante.
Los guantes del mismo color de su vestido, cobijando aquella zona concediéndole un aire de seducción atrapante, al revelar poco de su piel cremosa.
El reloj de bolsillo bailando en sus manos nervudas, con las manijas moviéndose imperceptiblemente, marcando que pronto seria la hora pactada.
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Editado: 17.12.2022